LA LUZ DE HÉLÈNE

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mariolaHélène Berr tiene 21 años cuando comienza a escribir su «Diario» (Anagrama 2009). Ella asiste a clases en la Universidad de París, es amante de la música y de los libros, y sale con un joven encantador. Pero algo indescriptible va a irrumpir en sus vidas y una mañana de abril de 1942 recoge en su diario: «Son los dos aspectos de la vida actual: el frescor, la belleza, la juventud de la vida, encarnada por esta mañana límpida; la barbarie y el mal, representados por esta estrella amarilla». En la desorientación de los primeros meses, le ha bastado con mirar a los ojos de los niños, o soñar con su amor, o entrar en una librería, o salir a la calle, para recuperar su fe en la vida. Hélène va narrando con sencillez, con una delicadeza extrema y, en ocasiones con desesperanza, todo lo que vive durante ese tiempo terrible hasta su confinamiento en el campo de exterminio de Bergen-Belsen, donde muere en 1945 pocos días antes de que sea liberado el campo, apenas tenía 24 años. Su voz supone un testimonio intenso y conmovedor sobre lo que supuso aquel tiempo para miles de familias judías: miedo, solidaridad, espera, horror… y ella expresaba algo que se nos hace muy actual: «A cada hora del día se repite la dolorosa experiencia que consiste en darse cuenta de que los demás no saben, que ni siquiera imaginan, los sufrimientos de los otros hombres…».

Estas palabras de Hélène se presentan hoy luminosas y dolientes frente a la imagen de cientos de africanos encaramados en la «valla de la vergüenza». Cuando toman sus rostros más de cerca nos damos cuenta de que muchos son sólo unos niños. Los medios de comunicación hablan de «asalto masivo y agresivo», pero ellos vienen indefensos, sumamente vulnerables tras un largo éxodo, huyendo sencillamente de la guerra, del hambre, de la pobreza extrema… y con la única esperanza de poder aliviar, desde aquí, a aquellos que aman. No tienen otras armas que mostrar sus manos y sus pies heridos, como el Resucitado. Si ante ellos no se nos rompe el corazón, si no somos capaces de dolernos, de movilizarnos, de enfadarnos por el tratamiento que les damos, por la manera en que narramos lo que ocurre, habremos perdido eso que Hélène decía que le había permitido sobrevivir adentro en medio de la indiferencia y la ausencia de bondad: «Está la buena mirada de los hombres y las mujeres que te llena el corazón de un sentimiento inexplicable… Está la unión contra el mal y la comunión en el sufrimiento».