viernes, 29 marzo, 2024

LA LIBERTAD DEL ESPÍRITU Y EL ESPÍRITU DE LA LIBERTAD

327168_2028551309238_1544239410_oHoy hace 166 años que nació mi congregación. Un equipo de curas urgidos «porque la gente estaba como oveja sin pastor» sintieron la necesidad de poner sus vidas, sin horario, al servicio del Reino. Hombres jóvenes, con más urgencia que experiencia; con más ardor que prudencia; con mucha más fe que cálculo. Es muy cierto que si entonces hubieran dedicado tiempo a ver las posibilidades todo se habría quedado en una intención, una intuición o un buen deseo. Sin embargo, sintieron la fuerza de empezar un proceso de vida para ellos y para otros porque se dejaron envolver o empapar por un espíritu de misión que lo primero que les pidió fue olvidarse de sí.

Se reunieron en una habitación del seminario de Vic (España). Una pequeña celda con un cuadro de la Virgen del Carmen. Un momento intenso, profundo e inmenso en la pobreza de una habitación y en el contexto de un seminario con exceso de clero. Casi todo indicaba que aquello no tendría mucho futuro. Un grupo minúsculo, innecesario y poco significativo. Los «gurús de la sociología» dirían que aquello no tendría mañana… El Espíritu, por su parte, susurró que aquello tenía futuro, porque empezaba «una gran obra».

En aquel entonces, se encontraron quienes estaban llenos de un mismo espíritu. Quienes se les quedaban pequeñas las fronteras, quienes sentían gozo en el feliz cansancio por el Reino. No hizo falta ni el consenso, ni la presión, ni la votación. El amor de una empresa misteriosa les obligó ser comunión y obedecer un signo de gratuidad que a penas entendían. Algo sintieron que no pudieron olvidar ni silenciar. Ya entonces descubrimos que la misión no es uniformidad, ni pensar igual ni, mucho menos, expresarlo con las mismas palabras. Son distintos y esa diferencia forma parte de lo que van a iniciar. Alguno de ellos siente que en el horizonte se animarán muchos más; otro busca un estilo de fraternidad que empape todo el hacer; otro tiene predilección por quienes padecen discapacidad; otro siente que la familia que empieza tiene que apoyarse en algo tan incierto y poco estable como el mar. Situarse en un agua que lleve la misión allí donde sea necesaria… Son cinco acentos de una misión que, ya entonces, tiene una impronta universal, abierta y sin fronteras.

Hoy es el aniversario de la fundación de la Congregación Claretiana. Habrá quien piense que los claretianos de hoy a penas tenemos que ver con aquella comunidad fundacional. Incluso que hemos perdido sencillez y fe. Desde dentro, puedo asegurar, que el retrato de la congregación actual es aquella escena original ante el cuadro de la Virgen. Sigue María siendo la inspiración de una familia que cambió la celda de un seminario, por los lugares más empobrecidos de los cinco continentes; siguen siendo aquellos jóvenes de la fundación los mismos «ingenuos» que aparecen en el corazón de cada claretiano, tenga la edad que tenga. Porque seguimos creyendo que es posible la fraternidad de las culturas y las personas. Sigue presente aquel espíritu universal que hoy se manifiesta con rostros de otro color, otros idiomas y estilos de misión. Sigue reconociéndose la congregación en aquella sencillez original porque no se deja impresionar por los medios y valora más el encuentro, la acogida, la escucha y el acompañamiento de la realidad que hace de la misión algo original, personalizado y atento. Sigue siendo, aquella celda de Vic nuestra congregación y, poco a poco, en este siglo XXI que busca la claridad, estamos encontrando que lo nuestro, ayer como hoy, es una comunidad en misión que, por todos los medios, quiere recordar a cada persona, especialmente a los más débiles, que forma parte del plan de Dios.

A los que hicieron posible la congregación en el pasado, a quienes hoy comparten la fraternidad, a quienes vendrán a sumarse a esta aventura de Reino, a quienes han descubierto que lo suyo es compartir esta misión desde otras formas de seguimiento… a todos felicidades, porque entendieron y entienden que lo suyo no es quedarse en el pasado, sino caminar hacia el mañana de misión, guiados solo por la libertad del Espíritu que es quien guía.

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