LA INVITACIÓN: ¿ACOGIDA O RECHAZADA?

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Una fuerte sensación de desánimo puede apoderarse de nosotros: ¡la pandemia no nos abandona! El virus nos sigue atacando en nuevas oleadas. Tenemos muchas incertidumbres respecto a los meses que vienen. Y mientras nos mostramos así desanimados y ya cansados, nos viene la Palabra de Dios en este domingo con una invitación a la alegría y a compartirla con otros. El mensaje de las tres lecturas de este domingo 28 del tiempo ordinario, 11 de octubre de 2020, se podrían resumir en tres expresiones: Invitados al banquete, seducidos por el Centro e Invitad a todos.

“Invitados al banquete”

Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. Lo ha dicho el Señor. Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.»

Lectura del libro de Isaías (25,6-10a)

La primera lectura que acabamos de proclamar pertenece a una sección del libro de Isaías -capítulos 24-27- que es, como un “pequeño apocalipsis”. En él se describe el juicio de Dios y posteriormente la instauración de un orden definitivo. La lectura de hoy pertenece a esa instauración.

El profeta Isaías nos dice que Dios hace justicia a sus pobres; que la corrupción, el asesinato, la soberbia humana, no tienen la última palabra. Nos dice, incluso, que hasta personas pertenecientes al pueblo de Dios, van a ser juzgadas: pero ¡se salvará el resto de Israel, disperso! Será purificado, pero será también reunido definitivamente en su tierra. Para inaugurar su reinado definitivo, Dios celebra un banquete. Invita a muchos: ¡a todos los pueblos! El banquete tiene lugar en el monte de Sión. Todos los pueblos de la tierra pueden ver a Dios, contemplarlo. Antes no veían a Dios, estaban como ciegos. Ahora, el Señor en persona les destapa los ojos para que puedan conocerlo.

En este contexto de banquete, de fiesta, el Señor acaba con la muerte, con las lágrimas, con el sufrimiento. A todos les ofrece una comida “única”, unos vinos excelentes.

Esta profecía nos evoca ese banquete misterioso que celebramos día a día, domingo a domingo, que es la Eucaristía. En todas las partes del mundo, comunidades humanas son invitadas a participar de ella. Dios mismo nos ofrece a su Hijo Jesús, como vida, alimento, bebida. En todas las partes de la tierra, resuena la alabanza. Sobre todo, evoca a tantos seres humanos, empobrecidos, que apenas tienen lo suficiente para subsistir, los pobres de la tierra, que en centros humildes, en iglesias elementales, celebran el Gran Banquete con alegría y esperanza.

¡Seducidos por el Centro!

Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su espléndida riqueza en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (4,12-14.19-20):

“Estar centrado” es decisivo para vivir. Propio de la vida es su circularidad. Necesitamos un centro en torno al cual desplegar todo nuestra energía y dinamismo.

Vivimos de verdad cuando estamos “centrados”. Por eso, la vida requiere una cierta estabilidad, armonía. Hablamos de la importancia que tiene la concentración, la meditación, el llegar hasta nuestro “más profundo centro”, el silencio para escuchar y sentir lo que tantas veces nos pasa desapercibido..

Pablo se despide de los Filipenses, su comunidad preferida, comunicándoles sus sentimientos. Se presenta como una persona verdaderamente “centrada”. Las variadas circunstancias de la vida -pobreza o abundancia, salud o enfermedad- no son capaces de descentrarlo. Su centro es su energía: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Mucha gente anda detrás de alguien que centre su vida. Vanos intentos nos llevan a centrarla en realidades muy pasajeras, en amores efímeros, en hobbies que cansan o decepcionan.

Hay Alguien que ha venido a este mundo para convertirse en nuestro Centro vital: Yo soy la Vida, Yo soy el Camino, yo soy la Verdad, yo soy la Belleza.

¡Invitad a todos!

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.” Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.” Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?” El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14)

Se dirige Jesús, una vez más, a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Ellos son los primeros destinatarios de la parábola. Se trata de un rey que celebra la boda de su Hijo, el heredero. Los convidados no quieren ir. Y algunos de ellos, incluso matan a los mensajeros, como para disponer de una excusa y decir que ¡ni se habían enterado!

Jesús sentía el rechazo permanente de los principales de Israel. Rehusaban, se negaban a participar en el “banquete del Reino”. Es más, querían deshacerse de cualquier mensajero, que se lo evocara. Jesús les hace ver, que ese rechazo, tiene como destinatario al mismo Dios. No van a tener excusa. Dios convidará a otros, a la boda. Pero ellos, los que rehúsan la invitación, se tendrán que confrontar con la justicia de Dios.

A la luz de la primera lectura, vemos cómo la invitación -tras el rechazo de los principales de Israel- será dirigida a todo el mundo. Ese es el momento providencial de la “missio ad gentes”, de invitar a “otros”, pero para ello hemos de ir: ¡Id!

Somos iglesia misionera. Pertenecemos a los servidores del Rey que invitamos a todo el mundo al banquete. Hemos de hacer creíble y atractiva la invitación. No nos hemos de preocupar si en ciertos lugares más prósperos nuestra llamada no encuentra eco. Si los preocupados por sus negocios, declinan la invitación. Habrá miles y miles de personas dispuestas a participar. Dios cuenta con un pueblo inmenso, en medio de este mundo.

Pero no vale todo. No es cuestión de número. También de calidad. Nadie puede ni debe entrar en el banquete sin vestido nupcial. No hay que acelerar las cosas. No es cuestión de bautizar a todo el mundo. Hay que preparar a los llamados a través de serios procesos iniciáticos. Tal cual sea la puerta de entrada en la iglesia, así serán quienes estén dentro de ella.

Los cristianos somos o deberíamos ser la “esperanza” del  mundo, la sonrisa que todo lo hace fácil, el rostro que el “porvenir” de Dios” ilumina, las personas “agraciadas” por antonomasia. Decía Jesús: “no pueden estar tristes los amigos del Novio, mientras el Novio está con ellos”. Jesús nos convoca todos los domingos a su mesa. Millones de personas nos reunimos en torno a esta mesa en las diferentes partes del mundo. En el Convite eucarístico podemos pre-gustar el Porvenir que Dios nos prepara, en el cual Él está de nuestra parte, fiel siempre a su Alianza. El Abbá nos ama, nos cuida, no va a permitir que pueda sucedernos algo que no esté bajo su misterioso control de Padre y Madre. Y al final… de la Eucaristía: “Ite missa est”, es decir, “Id… invitad a otros al Banquete de Dios… porque Él enjugará las lágrimas de vuestros ojos”.