Creo que lo importante es que el Señor nos encuentre en el camino, sembrando semillas de Reino y esperanza. Desde hace años, una luz de esperanza que hemos vivido en algunas de nuestras comunidades es la semilla de la hospitalidad. Abriendo nuestras comunidades a las personas que están en el camino, que han tenido que dejar su tierra, que buscan un lugar donde reposar y retomar fuerzas, nos hemos encontrado sin darnos cuenta con el mismo Dios. La misma experiencia que Abrahán y Sara vivieron en Mambré cuando acogieron a aquellos tres peregrinos (Gn 18).
Desde hace ya casi un par de décadas, en la comunidad donde vivo actualmente, tenemos la suerte de compartir con jóvenes migrantes en su camino hacia la autonomía y la integración. Hace pocas semanas, despedíamos a uno de los compañeros que emprende una nueva etapa de su camino, después de obtener la residencia y conseguir un trabajo. Estos tiempos de pandemia no parecen los más fáciles para iniciar proyectos nuevos, pero nada podrá poner cercos a la acogida y a la esperanza por construir un futuro mejor como humanidad.
Este tiempo que vivimos nos plantea la invitación a la hospitalidad. Seguramente en cada comunidad esa invitación aterrice de forma diversa: ¿Qué significa la hospitalidad hoy en mi comunidad, en mi vida, en mi contexto más cercano? ¿En qué situaciones nos sentimos llamadas a tender puentes y en cuáles a derribar muros? ¿Dónde nos sentimos convocadas a ser más acogedoras y hospitalarias?
“La hospitalidad abre fronteras. Las comunidades de hospitalidad transitan por nuevos caminos de revitalización de la vida en común, como un signo de anuncio del Evangelio. Se presentan como una invitación y una bocanada de aire fresco dentro de la Iglesia”.