Por todo esto, el punto desde el cual los religiosos y religiosas tienen que partir de nuevo es el de redescubrir primero el significado y los propósitos actuales de la vida religiosa misma. Si hace un tiempo se entendía como «prefiguración», «prueba», «expectativa», «conquista» de la «vida futura» y, por tanto, una vida que esperaba proyectivamente el «reino», hoy la vida religiosa está llamada a ser no solo un «medio», sino también «el fin», que es el de, en el presente, constatar el «reino» donde la salvación se puede experimentar desde ahora1. De ahí su misión hoy: expresar un modelo de humanidad exitosa, con un desempeño simbólico, crítico, transformador dentro de la sociedad, haciendo así que se entrevea al Hombre-Dios (Jesús), no encerrado en prácticas de culto, sino entre la gente, capaz de satisfacer la aspiración a la luz, al amor, a la belleza. Entonces, aparecen las personas que hacen brotar la chispa divina presente en sí mismas para «fecundar cada cultura con la semilla del Evangelio, a través del cual poder revelar cómo las razones de hoy son las condiciones para que el humano encuentre lo divino»2.
A partir de esto, el Papa invita a los religiosos a recrear la herencia haciendo del mundo el «propio claustro», lo que significa que los religiosos y las religiosas están hechos para ser mandados a una comunidad mayor que la suya, la de todos; así, su singularidad no estará en la separación del otro, ni en la asimilación con el otro, sino en el hacerse cargo del otro3, como personas que creen en los milagros del amor, recogiendo cada día el grito de tantas situaciones dramáticas, para contribuir en favor de los heridos de la vida, en favor de tantos paralíticos de corazón.
Si esto no resulta evidente, dice el papa Francisco, «la vida religiosa no conseguirá llamar a nadie, como mucho a gente desequilibrada o enferma»4, en lugar de personas que traen consigo talentos carismáticos.
1 M. Guzzi, L’insurrezione dell’umanità nascente, Paoline, Milano 2015, 196.
2 Per vino nuovo… n. 37.
3 P. 13 Cannistrà.
4 Le risposte di Francesco, Testimoni, n.12 del 2018, p. 3.