Un ¡TE QUIERO! siempre es bienvenido en la calle, la escuela, la clase, la oficina. En la cocina, el salón, el dormitorio, la sala de estar, el patio. En el coche, el bus, la bici, entre los caballos, los toros, las ovejas, los perros, los libros, los apuntes. Sabe especialmente a remanso de paz en el hospital, la sala de espera, el tanatorio, en el cementerio, junto al sepulcro (en alto o en suelo). En lucha, en guerra y en paz…sabe siempre a pan: del calentito y blandito.
Al amor nada le es extraño. Nada. Cualquier rincón, figura, rostro, horizonte, paisaje, pueblo, ciudad, isla, monte, desierto, llanura, rivera, río, pantano o cielo… le es cómodo. Mañana, tarde, noche o madrugada… es propicio para pronunciarlo, de la única manera que se debe y se puede pronunciar: DE CORAZÓN.
El amor ya sabemos muy bien que no entiende ni de geografía, ni de colores, ni de edades. Y nunca debemos olvidar sus apellidos: paciente, servicial, amable, decoroso, bondadoso.
Toda nuestra vida, también especialmente la Vida Religiosa, está entretejida de relaciones humanas. Muchas veces, desgraciadamente, estas relaciones están sostenidas en la prisa, el agobio, la eficacia en el hacer, el ruido, la superficialidad, la prepotencia, el sutil orgullo, la ausencia de miradas serenas y contemplativas, la falta de escucha. Todo ello, tierra movediza para un ¡te quiero! No sale. No puede salir. Y si saliera, que a veces se escapa: puro postureo.
Desde este rincón veraniego, decirte, decirme: huyamos de la tierra movediza. Esforcémonos en especializar nuestras relaciones, nuestra misión, nuestros encuentros, desde la autenticidad, la profundidad, la verdad, la sencillez, la intimidad (frente a tanta publicación). Y ahí, no dar nunca por sabido ¡UN TE QUIERO! No des cobijo a ese dicho tan popular y cierto: “llegamos a valorar lo que tenemos cuando los perdemos”.
¿Qué tenemos? El hoy. Y hoy es un día espléndido, único, magnífico, generoso… para escuchar, decir y darle forma, verbal y vital, al amor.