LA FELICIDAD NO ES LA RESPUESTA, SINO LA VOCACIÓN DE AMAR

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Seguramente vivir no es otra cosa que buscar la verdad. He podido comprobar, con el paso del tiempo, que cada quién tiene su verdad, lucha por ella y hasta intenta serle fiel. Es cierto que hay «verdades» distorsionadas. A todos nos ha pasado alguna vez que nos parecía verdad lo que solo era un espejismo. Creímos ver amistad donde solo había interés o compensación. Creímos ver vida donde solo había costumbre o creímos ver alegría donde solo había tristeza enmascarada de carcajadas. Todos hemos sufrido visiones erróneas que confundimos con la verdad. Me atrevo a decir que es bueno que eso ocurra. Lo importante es no quedarse en la confusión, levantarte y volver a caminar confiado.

El evangelio, en medio del proceso de condena a Jesús, pone en boca de Pilato una pregunta inquietante: «¿qué es la verdad?». Claro, no recibe respuesta. ¡O sí…! Jesús guarda silencio. Nos da a entender que a partir de ese momento Pilato se sintió especialmente inseguro para mantener la mentira.

Hoy me atrevo a sugerirme y sugerirte que te hagas la misma pregunta: ¿qué es la verdad? En tu vida, en tus relaciones, en tu misión, en tu corazón. Qué verdad es incuestionable y te mantiene firme y con esperanza. Comprobarás que son pocas cosas y algunas personas las que aparecen, para ti, como signo de la verdad. Aquello por lo que te mantienes en pie, luchas y sigues confiando. Comprobarás que sí hay razones para comenzar cada día y esperar; ofrecer y, llegado el caso, levantarte y seguir caminando.

En todas las formas de vida y de seguimiento de Jesús lo peligroso no son los momentos difíciles –forman parte de la vida–; lo verdaderamente peligroso es un caminar sin rumbo y sin preguntas; sin discernimiento y sin búsqueda de la verdad.

Por eso, bendita pregunta o crisis que abre cambio; bendita caída que abre una manera nueva de ver el camino; bendita soledad que propicia una búsqueda de los otros, generosa y libre; bendita vida que enseña constantemente a diferenciar las medias verdades, de la verdad.

Mi tarea consiste en acompañar procesos para hacer posible el encuentro, la complementariedad y la sinergia entre las personas. Me doy cuenta que en no pocos problemas comunitarios, de fondo, hay auténticas «guerras civiles» dentro de cada persona. Preguntas no formuladas o mal propuestas, sin respuestas operativas reales. Por eso, los conflictos interpersonales responden, frecuentemente, a preguntas que proyectamos sobre otros y que nosotros no tenemos resueltas. Por eso, para formar comunidades de vida, parejas de vida, amistades de vida… es imprescindible  experimentar esa inquietante pregunta en soledad: «¿Qué es la verdad?». Y además aguantar el tirón del silencio, porque no habrá respuesta. Pero se preparará el corazón para un encuentro sin precio, ni prejuicios. Un encuentro para recibir lo que la otra persona puede dar, sabe dar o está dispuesta a dar.

Hace tiempo que vivo con gratitud todo lo que recibo de los demás. Procuro quedarme con lo bueno que su paso por mi vida me dejó. Procuro recordar lo especial de cada rostro y cada actitud. Procuro devolver siempre libertad a quien a mi se acerca. He descubierto que la verdad no necesita cadenas. ¿Y qué quieren que les diga? Veo Reino, no me pueden las dificultades y siento cómo Dios pone en mi vida a quien le parece oportuno. Sin premisas, ni condiciones. Pero siempre me hace propuestas concretas de personas, signos de su verdad, que a la vez me manifiestan cómo Dios quiere, necesita, camina, sueña y espera. Me manifiestan la verdad de la vida.

Por si alguien tenía dudas, evidentemente la relación con las personas también es dificultad, también hay dureza y contraste. Forma parte de la verdad. Como forma parte de ella las personas que echas de menos porque ya no están.

La medida de la felicidad no es la respuesta que recibas, sino la vocación de amar. Y esa debe estar intacta.

Por eso, para edificar la fraternidad que vengan personas heridas, con dolor y sueños. Con esperanza de que llegue otro tiempo. Pero capaces de amar. Que se abstengan de intentarlo los perfectos, los que creen tener respuesta para todo y clasificación para todos… Esos y esas, muy osados, creen que pueden responder a la pregunta de la vida: ¿qué es la verdad? Suelen llegar a pensar que más que conocer a Jesús lo poseen y por eso –es evidente– no saben amar.