LA ESPERA DE LA NAVIDAD

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(Card. José Tolentino de Mendonça). «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos juntos –ha hablado la boca del Señor–».  (Is 40,3-5). Este oráculo del profeta Isaías es impresionante. Nos presenta una imagen topográfica cambiante, como si fuéramos testigos de un deslizamiento de tierra. Se habla de un aplanamiento, una altura que se abaja, una elevación… Es decir, la forma del mundo cambia para que toda carne pueda ver la salvación de Dios.

Dietrich Bonhoeffer, un gran teólogo del siglo XX, dijo que Dios viene a nuestro encuentro no solo como un «tú» sino también como un «esto». «Esto» que debe hacerse para el mundo y para los demás; «esto» que puede movilizar la esperanza; «esto» que puede romper nuestro conformismo somnoliento y transformarnos en centinelas de una vida que debe ser valorada. De hecho, la Navidad no nos aprisiona en el laberinto de frases hechas, ni en la inquietante borrachera de símbolos o en las escaleras perdidas de los centros comerciales.

No viene a retenernos en la preocupación programada que nos empuja a la urgencia artificial de celebrar presencias que no lo son. Nos desafía a atrevernos y hacerlo de manera diferente. El consumismo solo nos absorbe y nos consume. El regalo debe ser algo más que este tráfico mecánico, que este frenesí en el que nosotros mismos creemos poco. Lo importante es solo la construcción que cada uno debe hacer, en el reconocimiento de que Dios o el Sentido viene, lo más posible, escondido en el «esto». Y que, además, tal como somos, pobres e inacabados pero también inquietos y vivos, encontramos la posibilidad de dar y redescubrir, de volver a aprender a confiar, con la esperanza de que sea más que solo esperar.

La expectativa real es la actitud de aquellos que entienden que su existencia solo se ilumina cuando se vive continuamente en una relación. Saint-Exupéry habla de esto en su extraordinario libro Ciudadela. Allí se medita sobre la figura del centinela colocado entre la frontera y el profundo desierto. También nos corresponde a nosotros, en tantas etapas del camino, ver ante nosotros el desierto y detrás de nosotros la noche interminable. Pero la Navidad siempre nos recuerda que vivimos esperando como centinelas de un reino invisible.