LA ERA DEL VACÍO

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martinwebHace ya tiempo, un buen amigo escribió unas atinadas reflexiones sobre el hombre lleno de “nada”. Y como todos buscamos lo que se nos parece (lo semejante busca lo semejante) para este hombre lleno de nada tenemos una serie de productos privados de su substancia, de lo que en realidad son: café sin cafeína, cerveza sin alcohol, crema sin nata, chocolate sin grasa, etc. Todo esto apunta a una realidad mucho más profunda: el vacío interior que muchas y muchos sienten, que para el creyente es un vacío de Dios, pero que se traduce de muchos otros modos que pueden resumirse así: falta de sentido. El hombre de hoy es como un ciclista que corre a toda máquina, pero no sabe a dónde va. Y por eso busca ambientes propicios que le hagan olvidar su falta de metas.

No piense, no hable, tan solo diviértase. No se plantee grandes preguntas, a lo sumo pregúntese a qué discoteca iremos esta noche. Las discotecas están preparadas precisamente para los momentos de vacío que todos tenemos alguna vez. Allí la música es muy estridente, es imposible mantener una conversación con un mínimo de normalidad. Están preparadas para la gente que no tiene nada que decirse. Si usted quiere encontrar comprensión, alguien que le escuche, vaya al parque, a la montaña o la playa, pero no a una discoteca. Allí es imposible escuchar. La discoteca, lugar lleno de ruido para las personas vacías. Se me ocurre describirla con una imagen bíblica: la discoteca es una soledad poblada de aullidos (Dt 32,10).

Con todo hay un vacío que puede ser de plenitud. Un sentimiento de hambre de Dios, de insatisfacción ante el mal cometido, de rebeldía ante la injusticia, de anhelo de amor. Este vacío puede ser una llamada, un modo de experimentar el hueco que en todo ser humano hay preparado, lo sepa o no lo sepa, para recibir el amor, para encontrarse con Dios. Porque hay vacíos y vacíos. El vacío del que nada tiene y el vacío del que espera el amor. Este vacío del amor a veces buscamos llenarlo con malos sucedáneos, con falsos amores. Aún así, es un vacío que apunta a una plenitud. Por eso, es necesario saber detectar, por debajo de muchas reacciones desconcertantes, el anhelo de plenitud que hay en todo ser humano. Porque en este anhelo hay ya una experiencia de Dios y, por tanto, es un buen punto de partida para dar a conocer el nombre de Jesús, en el que Dios se ha revelado en plenitud.