LA CULPA SIEMPRE ES DEL OTRO

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El famoso filósofo alemán Immanuel Kant dejó escrito que el “estado natural” entre los seres humanos no es la paz, sino el conflicto. Y añade: “aunque no siempre estalle entre ellos la hostilidad, viven, sin embargo, bajo esta permanente amenaza”.

Parecen unas palabras cargadas de realismo. No hace falta remontarse a las historias bíblicas de Adán y Eva (ni uno ni otro quieren responsabilizarse de su pecado, sino que culpan a otro: Adan a Eva y Eva a la serpiente), o las historias de hermanos enemistados (empezando por Caín y Abel). Basta recordar que la guerra ha sido una realidad constante en la historia de la humanidad. A los conflictos les acompaña siempre un mecanismo de acusación recíproca: el culpable es la otra parte; a su vez, la parte inculpada piensa que el responsable es su adversario. Desgraciadamente, este mecanismo de acusación recíproca ha contribuido a forjar las identidades de los pueblos que, apoyándose en la hostilidad hacia el otro, han definido su identidad a partir de “lo que no son”.

Por su parte, los partidos políticos basan su estrategia en inculpar a los otros partidos. El gobierno es, para la oposición, el culpable de todos los males que afligen al país. Los partidos de la oposición son, para el gobierno, unos charlatanes que carecen de ideas y sólo saben obstaculizar la acción del gobierno. En las campañas electorales se practica el método de “blanco y negro”, una forma de ver las cosas que, cualquier observador neutral consideraría ridícula, pero que a los partidos les resulta sumamente eficaz.

A niveles más reducidos, en todos los grupos humanos, desde la escuela a la vida en comunidad, se buscan chivos expiatorios (un maestro, un alumno; un fraile, un superior) sobre los que descargar la culpa. Paradójicamente los chivos expiatorios logran, a veces, una ficticia unidad, que se rompe enseguida que desaparece el chivo. Me contaron de una comunidad en la que el superior era de una nacionalidad distinta a la de los otros hermanos. Pues bien, todos estaban unidos contra el superior, hasta que éste se hartó y se marchó. Entonces el resto empezó a pelearse entre ellos.

Vendría bien aquí recordar un aspecto de la doctrina del pecado original. Cada uno de los seres humanos tenemos nuestras limitaciones y debilidades. La culpa y la responsabilidad de lo que ocurre, antes de ser de los otros, es de cada uno. Cobrar conciencia de esta verdad nos ayudaría a comprender mejor a los otros y a ser autocríticos con nosotros mismos.