La “otra” imagen de Dios-Trinidad, reflejada en su Creación
El mundo fue creado por las tres Personas como un único principio divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según su propiedad personal. Por eso, «cuando contemplamos con admiración el universo en su grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad»
Laudato Si, 238.
Como la Trinidad, así también nuestro mundo -según el modelo divino- es una trama de relaciones… En el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. También la persona humana crece más, madura y se santifica más en la medida en que entra en relación (LS, 240).
“Del Señor es la tierra y todos cuantos la habitan” Salmo 24,1
Dios – Abbá
Es la fuente última de todo lo que existe: todo tiene la impronta de su paternidad-maternidad; todo ha nacido de Él. Es inimaginable su grandeza, su belleza, su poder Si quedamos embelesados ante su Creación, ¿cómo será el Creador? De Él surgió esta creación, toda ella hermanada. Todo tiene la marca de su Autor. Todo nos trae noticias de su Autor.
Es el fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. Si nuestro Abbá ha creado el universo, es por su anhelo de comunicarse, por su amor. Este cosmos es como el cuerpo de Dios Creador. El Abbá se hace cuerpo en su creación. Según el diezmo, Dios está separado de su Creación. Según el panteísmo, Dios y la Creación son lo mismo. Según el pan-en-teismo Dios sigue siendo el Trascendente, pero también el Omni-presente en toda su creación. Su omnipresencia en la vida y en la muerte, porque es Amor.
Jesús-el Hijo
El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María. Jesús es la emergencia humana de Dios. Aparece entre nosotros como “uno de tantos”. Pero Él es el modelo en el que el Abbá Creador se inspiró para crear este cosmos en que somos y vivimos. Todo tiene una marca crística
Y si hay vida y muerte en la realidad ecológica es porque el Hijo también vivió y murió como nosotros, como toda la creación viviente. Pero también Él es el primogénito de entre los muertos… y nos indica que todo está en trance de resurrección..
Tanto amó Dios al mundo (al cosmos) que nos entregó a su Hijo. Jesús en la cruz, derramando su sangre sobre la tierra y sobre la humanidad es la manifestación de cuánto ama Dios a su Creación. Jesús Crucificado es la manifestación de la Trinidad divina en acto de amor, en amor kenótico, que se vacía por el mundo. ¡Tanto amó Dios al mundo!
El Espíritu Santo
San Pedro proclamó el día de Pentecostés que se había cumplido la profecía de Joel sobre el derramamiento del Espíritu sobre “toda carne”. No existe desconexión entre el Espíritu y toda la realidad visible. El Espíritu Santo está dinámicamente presente en toda la realidad cósmica.
El Espíritu es el lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del universo animando y suscitando nuevos caminos” (LS, 238) .
El Espíritu Santo es no solo el que cuida de la Creación como fundamento e inspiración de todos nuestros cuidados, sino que es el Gran Conector: propio del Espíritu del Amor es contactar unas realidades con otras; allí donde hay conexión emerge la belleza del mundo. ¡Solo los malos espíritus causan desconexiones diabólicas, que llevan a la muerte! La conexiones del Espíritu bueno hacen que “nada se pierda”.
El Espíritu es quien la conduce a su misteriosa plenitud: el cielo nuevo y la tierra nueva, la nueva Jerusalén, la nueva ciudad. A veces vemos muy oscuro el futuro de nuestro planeta. El Espíritu nos dice que el “porvenir” es “una nueva tierra”.
La conexión humana: cielo y tierra en armonía
María, reina de todo lo creado y José, su esposo
María ha sido la mujer escogida por Dios para quedar asociada para siempre al Espíritu Santo. Ella concibió a Jesús por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo tiene en ella a su “mejor” y “permanente” cómplice. Nunca María suplanta al Espíritu: es su embajadora, su rostro humano-femenino. Donde está María allí está el Espíritu Santo.
Como el Espíritu maría es la cuidadora de Jesús, y es la cuidadora de la humanidad reunida en pueblos diferentes, y es la cuidadora -con afecto y amor de Madre- de nuestro mundo herido (LS, 241).
María es con Jesús el inicio de la Creación en su realización utópica. En ella se ha iniciado la nueva tierra, el nuevo cielo, la nueva Jerusalén. Vive con Jesús completamente transfigurada, y todas las criaturas cantan su belleza. María es la madre y reina de todo lo creado. En ella parte de la creación alcanzó toda la plenitud de su hermosura (LS, 241).
«Vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12,1). Esta es la imagen apocalíptica que nos habla de ella, pero no aislada, sino conectada con toda la Creación y con el nuevo pueblo de Dios.
La devoción mariana es, por tanto, una ayuda extraordinaria para mirar este mundo con ojos más sabios, y para reconocer que Dios quiere salvar a su creación y que la ama… “porque tanto amó Dios al mundo, que por medio de María nos entregó a su Hijo”
Lo que Dios ha unido, que nadie lo separe. José está estrechamente unido a María, con el bellísimo y significativo título de “esposo”. Dios los unió: José era un hombre justo, trabajador, fuerte (LS, 242).
El evangelio de Mateo nos presenta a José como un hombre fuerte, decidido, y al mismo tiempo, lleno de gran ternura: un auténtico guardián de la Madre y el Niño, un auténtico Moisés en éxodo para salvar a Jesús de la violencia de Herodes. Con su trabajo y su presencia José dio estabilidad al crecimiento de Jesús en gracia y sabiduría. Fue el testigo y el guardián del gran Regalo del Abbá y del Espíritu a la humanidad (LS, 242).
Más allá del sol
¿Qué nos espera? Antes de proponernos esta cuestión, es importante fijar nuestra atención en el presente de la tierra: ¿qué quieres de mí, Señor? ¡Que la cuides y la enriquezcas! Cada uno de nosotros ha recibido un don para responder a este cometido. La misión de todo ser humano es nítida: dejar este planeta -al morir-, mejor de como lo recibimos; hacer que nuestra vida (con su trabajo, desvelos, con su creatividad y bondad) deje un rastro de bien y mejora en la tierra y en la humanidad.
Y ahora sí, ¿qué nos espera? Cuando estemos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12) podremos leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin (LS, 243). ¡No habrá un cielo sin universo!
Estamos viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia la nueva Jerusalén, hacia la casa común del cielo. La vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar y aportará lo suyo (LS, 243).
Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial.
Plegaria
Abbá, Jesús, Santa Ruah, que nos convocáis a la entrega generosa y a darlo todo,
que nos ofrecéis las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante.
Trinidad Santa de la Vida, que nos amáis tanto… y seguís presentes en el corazón de este mundo:
Abbá, que nunca dudemos de que Tú no nos abandonas, de que tu Jesús resucitado no nos ha dejado huérfanos, de que tu Santa Ruah está siempre “en nosotros”, que estáis unidos definitivamente a nuestra tierra.
Iluminadnos, energizadnos para que encontremos nuevos caminos. Laudato Si! (LS, 245)