No hay duda que la parábola del Evangelio de este domingo nos lleva una vez más a ese lugar donde Dios se nos vas revelando poco a poco. En ese lugar Dios se va desvelando tal cual es, pero no suele coincidir con lo que nosotros esperamos de Él.
Jesús hace una de sus comparaciones excesivas y desbordantes: un juez injusto y Dios. Es juez que no teme nada, a quien no le importa nada, sólo su propio provecho, hace justicia a una viuda (sin defensa porque está sola en una sociedad en el que el poder reside en los varones) pertinaz que no para de reclamársela por el mero hecho de temer una bofetada en público y una pérdida de su honra (una mujer que abofetea a un juez en público es vergonzante). Y de ahí el Nazareno da el salto a Dios y a su justicia. ¿Cómo no va a realizarla, cómo no va a escuchar la voz de sus elegidos que gritan día y noche?
Y dentro de esta desproporción comparativa nosotros lo entendemos y decimos que sí, que Dios no es ese juez interesado sólo en sí mismo, que nos hace justicia.
Pero en el día a día y en la historia también descubrimos que los clamores de los oprimidos a este Dios no son escuchados, que nuestras súplicas no son atendidas a veces. ¿Qué falla?
Yo creo que falla que aplicamos a Dios nuestro criterio de justicia. Y cuando así lo hacemos el resultado es un juez que ha de moverse dentro de nuestros limitados esquemas y que no pocas veces acaba degenerando en un juez vengativo de pequeñas o grandes miserias.
La justicia de Dios es la del trigo y la cizaña, que tiene la prudencia de no arrancar una porque también mataría a la espiga: justicia de recolección plena y generosa, paciente.
La del sembrador que derrocha la simiente sin importarle dónde caiga y sabiendo que alguna ya está condenada por esta falta de cuidado en la siembra.
La de las bienaventuranzas, regalo que casi no se ve porque está al revés.
La del banquete con los pecadores que lo convierte a él en maldito.
La del amor que se consuma entregándose: a pesar de su condición divina…
La del lavatorio-eucaristía
La de la purificación del Templo que no soporta la compra-venta de Dios tan a nuestro gusto.
La del Mateo 25 de un Dios pleno en la miseria y la necesidad de los que tienen hambre, sed, desnudez, están en la cárcel, enfermos o son extranjeros incluso de sí mismos. Un Dios hecho hambre, sed, prisionero, desnudo, extranjero, enfermo. Un Dios de la carencias que da su premio al regalo inmensamente diminuto de un vaso de agua.
Cuando pidamos justicia a Dios dejemos a Dios ser justo, en su justicia.