Se ve que va habiendo muchos en nuestras parroquias, pero no todos son iguales. Cada uno en lo suyo, como los que ahora estamos en edad laboral (esa preciosa quimera para muchos que no tienen la posibilidad de ejercerla).
Pero hay uno (entre otros muchos), José Antonio, que me llama la atención. No es que me riña, aunque podría, sino que parece disfrutar de la vida a grandes sorbos. Tiene los setenta y algo y toda la vida trabajó bien y mucho. Pero ahora descubre el placer de las cosas que ya no cuestan, de las relaciones que no buscan el beneficio o el «ascender».
Decidió echar una mano en la parroquia, pero no en el rosario o en la liturgia (cosas muy loables también). Quiere echar una mano en el cuidado de las dos peceras de agua salada que tenemos. Y lo hace con una ilusión desbordante, en lo pequeño, en lo que casi no se aprecia. Le gusta el mar y quiere cuidar el pedacito que aquí tenemos en el medio del asfalto.
Muchos dirían que es un gesto insulso, que no tiene nada que ver con el Reino o la Iglesia, que pierde el tiempo. Pero a mi me parece que es muy del Reino en generosidad, en regalar lo que le fue dado gratis, en cuidar la Creación para que podamos disfrutar de lo que no se ve porque está sumergido. Y le doy las gracias públicamente.