No es ningún secreto que estamos en un cambio de época que hay que dejar que se haga. Un cambio de época también para la vida religiosa. Y los jóvenes religiosos encarnan ese cambio que no sólo se expresa en nuevas formas, sino en un nuevo fondo.
Las familias religiosas estamos lentamente encarando el futuro. Hay trasformaciones muy notables que seguramente desde la juventud es-timan lentas, pero que a unas congregaciones y órdenes muy adultas les están resultando casi vertiginosas. Es cuestión de perspectivas. Lo cierto es que no es un secreto que estamos “dando a luz” una nueva forma de expresar nuestro compromiso con Dios y la humanidad desde la totalidad, gratuidad y permanencia.
CUANDO DIOS LLAMA
Es el punto de partida. La llamada de Dios ha iluminado la historia. Irrumpe en la normalidad de las relaciones inaugurando su justicia. Provocando la sorpresa y, por tanto, irritando las seguridades nacidas de las previsiones y cálculos de quienes se sienten poderosos en la injusticia. Ha sido así en la larga tradición profética de quienes somos herederos. Se dieron entonces unas constantes: la vocación es libre iniciativa de Dios y no-determinación del hombre. A veces es una llamada sin aparente preparación, sino repentina (Am 7, 14-15). Es una llamada irresistible, capaz de vencer cualquier temor: el profeta normalmente experimenta incapacidad y se resiste, hasta ser investido por una fuerza que lo seduce (Jer 20, 7). La llamada de Dios reviste al profeta de una Misión: ser la voz de Dios. Ellos tienen la clara conciencia de hablar con la autoridad de Dios, no con la propia. La llamada de Dios nace siempre en una experiencia fuerte de Dios, de su Gloria (Ezequiel), de su presencia (Isaías), de un diálogo con Él (Jeremías). Que siguen dándose hoy. Pero también en el Nuevo Testamento (María, Juan, Magdalena, Zaqueo, Leví… por citar sólo algunos), los testigos, hombres y mujeres se hacen conscientes y destinatarios de una Misión que nace del encuentro personal. Avanzando la historia, algunos se han sentido impulsados a la profecía: algunos encabezaron familias (fundadores y fundadoras), otros las continuaron… otros siguieron trayectos más personales… Todos tienen un común denominador. Perdieron el propio querer, para entrar en el querer de Dios. En este tiempo, con otros modos y otras palabras, Dios ha tocado el corazón de algunos jóvenes para ofrecerles un modo peculiar de compromiso: la pertenencia a una familia religiosa. Ni mejor ni peor, distinto, particular, gratuito y para siempre. Lo que sí es claro es que entonces, como hoy, son llamadas personales, no uniformadas. Llamadas ágiles y, por tanto, expresión de la agilidad de la Iglesia. Llamadas en definitiva a gente normal (hasta donde una persona normal es normal) para irrumpir y cambiar la normalidad. En este sentido es importante caer en la cuenta de la opción de Dios por los no perfectos, por los que tienen que aprender a arrastrar el peso de la propia cruz. Llamó en cada momento a gente de su momento. Por eso hoy te llama a ti y quiere que seas tú, con la fuerza de su llamada, pe-ro sin que dejes de ser tú mismo.
A DIOS LE GUSTA ESTE TIEMPO
Hace de cada etapa de la historia su tiempo presente. H. de Lubac repitió hasta la saciedad algo que en su tiempo sonó a intuición arriesgada, hoy sabemos que es inspiración del mismo Dios: “el mundo es transparencia de Dios, no su negación”. Algunas afirmaciones sobre la maldad del momento, no son sino signos de debilidad en la fe. ¿Cómo Dios-Padre se va a desentender de una realidad que ama? Cuando sólo se usan descripciones llenas de rasgos negativos de la juventud (narcisismo, hedonismo, consumismo… etc), ¿no estaremos negando al mismo Dios que se hace presente en cada momento de la historia?
El libro del Eclesiastés3 de manera gráfica expresa que hay un tiempo para todo: para reír, para llorar; para preguntar y para responder… Y todo tiempo forma parte del plan salvador de Dios. ¿Cómo será, entonces, la vida religiosa joven de este tiempo? ¿Cómo será la nueva vida religiosa que tiene que nacer en esta era?
Si atendemos a las descripciones que se publican sobre las generaciones que hoy se pueden llamar jóvenes, las generaciones «X» «Y», descubrimos algunos rasgos que posibilitan una buena expresión de la consagración con elementos de forma y fondo comprensibles. De la combinación de los diferentes rasgos que ofrecemos surgen conceptos nuevos de Misión y Comunidad que ofrecen el paradigma de la vida religiosa.
– Transracionales4: la experiencia de asunción de los valores del Reino supera lo racional, nos pone en tesitura de conexión con el Misterio y, por tanto, nos abre a una experiencia sobrenatural de la existencia.
-Autoconstructivos: la adhesión a Jesucristo necesita la personalización de la fe. La integración de los principios de vida religiosa son personales. No existen procesos unívocos, ni fórmulas que para todos sirvan… Son tiempos de persona, no de grupo.
-Postmaterialistas: la alternativa del Reino ofrece la recuperación de los valores de la per-sona en convivencia y armonía con su entorno. Tras un tiempo de desenfreno de la posesión por la posesión y el consumo, se abre una etapa nueva que pide recuperar los valores que no acaban.
-Interconectados: o abiertos a la pluralidad. La comprensión de la vida religiosa como proyecto de vida te abre necesariamente al encuentro con la humanidad y su historia, es un momento para “missio inter gentes”.
-Mediáticos: o necesitados de proyección. La vida religiosa, tiene en sí, la necesidad de irradiar, comunicar y transformar… Para este momento de la historia, una generación mediática, sin miedo puede proyectar el mensaje del reino en cualquier ámbito y plataforma.
Frente a aquellos que piensan que este tiempo es imposible para armonizar vida religiosa y juventud; o los que afirman que el joven religioso es una «raza en extinción» hay que responder, sencillamente, que en todos los tiempos y en todas las circunstancias el Señor que es quien llama, ha hecho posible el milagro de la comunidad religiosa. En nuestras circunstancias, lo que parece evidente es que se pide una vida religiosa posible, respirable y adecuada para los llamados de este siglo XXI.
¿NOS GUSTA A NOSOTROS?
Es casi una obviedad. Seguro que nos gusta. A estas alturas, nuestro mundo, aunque abierto a cambios necesarios es el que sabemos se nos ofrece como lugar de misión. Claro que hay distancia entre el discurso y la vida y pudiese ocurrir que, aunque jóvenes, guardemos costumbres de mayores y vitalmente sintamos desconfianza o miedo del mundo por el que nos consagramos.
-Forma parte de este mundo la vida religiosa que encontramos. Los contextos reales de las comunidades. Con sus estilos y formas, con sus modos de expresar la fraternidad que a veces re-suena en el corazón de un joven, poco fraterna. Comunidades que convocadas por un ideal van tomando parte en las batallas de esta era y tienen que ocuparse del patrimonio, la puerta y los bienes. Comunidades muy reducidas que son ca-paces de llevar a cabo tareas que antes desarrollaban muchos más. Comunidades que experimentan la debilidad de ser signo en una sociedad «transmoderna» o líquida en la que muchas de nuestras palabras y signos no tienen eco. Comunidades en clave de empequeñecimiento5 y vejez: signos evangélicos pero con especial dureza y contraste en la era de la belleza y la estética. Comunidades en las que parece el tiempo se detuvo en el postconcilio, sin encontrar puntos de encuentro con la era «wifi».
-Abuelos y nietos con relación de compañeros. El arte de vivir de «tú a tú» cuando hay tres generaciones de distancia. Resulta que la llamada de Dios se da a través de una familia que encuentras envejecida o acostumbrada. Ha-ce mucho que no hay nacimientos y no siempre encuentras frescura para el acompañamiento de una persona de tu edad. Un joven no se hace adulto, de repente, por entrar en una congregación. Tiene un proceso y tiene derecho a envejecer (forma parte de las necesidades básicas de una persona… hacerse mayor). Da la sensación de que quienes llegan a la vida religiosa no tienen lugar para hacerse mayores, sencillamente porque llegan a cuenta gotas y lo suyo no es una historia común, como la de los anteriores, sino pequeñas microhistorias que tienen que quedar en la vida privada. Esta es una de las razones por las cuales la gente más joven ofrece rasgos inequívocos de individualismo en el seno de las comunidades. Sencillamente porque no hay interlocución posible.
-Los jóvenes se incorporan a un carisma en acción que se expresa en obras grandes y funciones definidas por otros. Nadie es propietario de la Misión, sólo Dios, pero hay administrado-res que llevan muchos años ejerciendo el derecho de propiedad. Él «siempre se ha hecho así» o la «experiencia es la madre de la ciencia» son argumentos frecuentemente recibidos por quienes necesitan que las cosas cambien. Sencilla-mente, tienes la sensación de que se te ofrece subirte a un carro en marcha, no que lo dirijas. No pocas veces, un joven-adulto en una congregación tiene la sensación de que se le pide experimentar una adolescencia que la sociedad detesta. Con lo cual, se puede dar la pregunta por el sentido, oportunidad y veracidad de la opción. No es que la opción no sea real, pero las mediaciones la hacen imposible para una persona –en edad de decidir– en la sociedad del siglo XXI. Hay un discurso cansino en los oídos y el corazón de un joven religioso, es escuchar a la vida religiosa adulta cuando afirma que empieza una nueva vida religiosa, y lo hace desde las posiciones, funciones y cargos añejos de hace tres décadas.
-El centro de la vida comunitaria es la oración . Sin embargo los ritmos de oración comunitarios no suelen ser la mejor parte, sino la parte que queda, después de las ocupaciones, que sí son importantes. Ritmos acelerados, guardar la letra más que el espíritu y consumo de salmos sin paz… convierten la Liturgia de las Horas en un bien de consumo, sin que la vida se nutra y la oración nutra la vida. Hace no mucho, un joven religioso me expresaba que «es una liturgia expresión de otro tiempo sin entrar en el presente». Claro que no nos satisface cualquier oración. No es ninguna novedad que una cosa es la oración que anhelamos y que construye la comunión, otra la que consumimos. Juan Crisóstomo ya en el siglo IV expresaba esa necesidad: «Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción7». La pregunta es: ¿qué compromiso estoy poniendo, personalmente, para que esa oración exprese la vida que necesito?
-Encontramos niveles de comunicación que no llenan las expectativas de un joven. Conversaciones calculadas o funcionales, preocupadas de que las cosas salgan adelante y no tanto de que llegue a expresarse lo que va por dentro. Parece meridiano que las personas a los 20 o 30 años necesitan hablar con más claridad desde lo que sienten, que cuando se tienen 60 años.
¿QUÉ PUEDO HACER?
La gran cuestión ante los jóvenes para la vida religiosa se conjuga desde dos tiempos verbales: hacer y dejar hacer. La vida religiosa necesita hacerse en este tiempo, con “mimbres de este tiempo”. El diálogo con la realidad no viene desde presupuestos cerrados o desde tiempos pasados. Este diálogo debe hacerse desde las personas que pueden hacerlo: los más jóvenes. El proceso de adecuación familiar, que es la formación inicial, es un tiempo excelente para que la persona se haga al carisma y para que el carisma se encarne en la persona. Porque hay algo que es evidente, un carisma verdadero, tiene en sí la capacidad de hacerse en cada etapa histórica. La ruptura con el medio debe venir por la exageración evangélica en la gratuidad, opción por los débiles y la comunión… nunca por la rareza o la atemporalidad. Con-viene tener claro que algunos rasgos importantes en los años 60, hoy no lo son y, otros, que entonces no se contemplaban, hoy son funda-mentales. Pensemos por ejemplo algunos rasgos de este tiempo: misión compartida o la capacidad de hacer camino de consagración con otras formas de vida, interculturalidad o el reconocimiento de la universalidad carismática, familiaridad o la capacidad de expresarnos, tal cual somos, en el ámbito de la comunidad que hoy, ante todo, tiene que ser hogar.
Algunas familias religiosas están siendo bendecidas a “cuentagotas” con vocaciones. Esas presencias no siempre son fáciles de armonizar. Pensemos, por un lado que estamos hablando de familias que en estos contextos europeos han envejecido mucho y se han ido se-parando de modos y expresiones en los cuales los jóvenes expresan su adhesión a Jesús de Nazaret. Y pensemos también que los jóvenes que llegan a las comunidades religiosas, vienen con sus heridas, cicatrices de soledad o aspiraciones que, por pertenecer a este tiempo, no comentan nunca o se conforman con una interacción desde niveles externos.
Conjugar la agilidad que añoran los más jóvenes, con la inmovilidad que provocan algunas obras apostólicas duras que mantenemos desde el pasado, es el gran reto para los próximos años de la vida religiosa. Una vez más: hacer y dejar hacer, son claves de una buena presencia y diálogo con la juventud por parte de los religiosos.
Los jóvenes religiosos no son los encargados de poner la nota juvenil en las familias religiosas, sino los responsables de cómo inaugurar, para este tiempo, cómo tiene que ser, cómo tiene que expresarse y cómo tiene que vivir la vida religiosa del siglo XXI. Y para que esto no sean sólo palabras, lo que uno tiene que abra-zar es la conciencia de pertenecer a una familia desde una nueva espiritualidad que se alcanza en silencio, de rodillas y con profunda emoción. Porque si no hay emoción, no hay juventud.
PARA HACERME CARGO
Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver.
Mc 10, 51
Lo primero es tomar conciencia de la misión. La vocación es misión y la misión es vocación. Hacerme cargo es tener claro el horizonte, sin reparar sólo en el sendero que tengo ante mí. Hacerme cargo me vincula al proyecto de Jesús, a su llamada, a estar con Él. Hacerme cargo me lleva a entender la vida como proceso y el itinerario formativo como el marco de misión que es mío y para mí.
Descubriré entonces que en este proceso formativo el mayor trabajo no es que las cosas ex-ternas cambien para mí, sino que yo me deje transformar para dar otro sentido a las cosas. No es un camino de negación, sino de afirmación. Hacerme cargo, exige que me conozca y me reconozca en el contexto que me ha tocado vivir y la sociedad de la que formo parte. Que abrace mi tendencia al individualismo, para aceptar el gozo del encuentro y la pluralidad; que integre la soledad interior y la sequedad espiritual para disfrutar de los momentos de celebración y riqueza de la Palabra…
Hacerme cargo es situarme dentro de la película de la vida en el sitio correcto. Ver mis ambigüedades y mis posibilidades sin que se excluyan. Entender que la vida es gracia y pecado unidos. Aceptarme pecador, porque ese es el primer paso para saberme salvado y llamado a la comunidad.
Hacerme cargo me ofrece una imagen real de la comunidad a la que pertenezco, sin pedir lo que no se pueda dar, pero sin dejar de soñar para encontrarme haciendo vida con el sueño de Dios para mi formando parte de un nosotros congregacional.
En definitiva, hacerme cargo es aquel sentido de realismo que necesito para inyectar mi existencia con la bienaventuranza de Dios…
Es algo así como “darme cuenta”. Y cuando uno empieza a darse cuenta, por doloroso que sea el descubrimiento, empiezas a tener también la solución.
El icono de un religioso o religiosa joven puede ser Barthimeo. Es joven, su padre Thimeo vive y además hay un signo claro, no sólo pregunta (no se ajusta a las formas), sino que da un salto de alegría cuando Jesús repara en él. Dar saltos, propiamente, es una clave juvenil. Hablar, por tanto, de nueva vida religiosa nos sitúa en los márgenes de los caminos, en jóvenes que se atreven… no esperan, se adelantan y que además de un salto se ponen en marcha… No hacen cálculos sobre cómo les puede ir en la aventura. Si este tiempo no cuenta con personas libres que renuncien a pensar en su futuro (cómo pueden triunfar8) no contará con una nueva vida religiosa.
La vida religiosa, y los jóvenes que en ella están, necesitan formular los principios de consagración en clave juvenil. Son tiempos para no “impostar” expresiones del pasado, tampoco ritmos y contextos. Es tiempo de inaugurar, con una premisa más incisiva de provisionalidad e intemperie. La nueva vida religiosa nace en las órdenes y congregaciones antiguas, devolviendo a éstas su debilidad de los orígenes. En teoría, sólo en teoría, los más jóvenes están mejor programados (si así se pudiese hablar) para experimentar esa libertad que necesita la consagración. Formas más ágiles, mejor capacidad para conectar con los areópagos donde se crea y se juega la vida, más capacitación para el diálogo con una realidad – no consciente que necesita a Dios – y una mayor versatilidad para captar y asumir tanto bueno como llena el corazón de una buena parte de la humanidad. Los jóvenes religiosos, por edad y cultura, están más capacitados para una misio inter gentes, porque no tienen el peso de la historia.
PARA CARGAR
Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y sígueme. Mc 10, 21
Equivocadamente se nos ha dicho que la búsqueda de la felicidad era el argumento que salvaba cualquier decisión. Conforme crecemos, sabemos que el argumento es la búsqueda de la vida, donde se conjugan felicidad y dolor. Por eso tenemos ocasiones en las que nos parece sentir que la felicidad se esfumó o no existe en nuestra opción de vida. No es así. La vida religiosa necesita tener armonizados la felicidad y el dolor, de manera que ambas experiencias vitales, sean experiencias, sentidas y consentidas, porque en ellas notamos la excelencia de la presencia del Maestro.
Jesús mismo corrige con dureza «no sabéis lo que pedís…»9. Hay que reconocer que hemos tenido momentos en los que hemos identificado la verdad de la vida religiosa con la felicidad… o con sentirme bien. Ésta es, en realidad, la cara y la cruz de la juventud. La fuerza del sentimiento es una posibilidad real para la misión, pero también puede distorsionar el correcto discernimiento. Si algo no lo siento como positivo, creo que no es para mí. Un buen número de crisis en los primeros años de consagración, no son sino dificultades para encajar y personalizar la dureza de la cruz, justamente porque se asocia con la verdad sólo lo que me produce placer. No es sino, pertenencia a un contexto cultural que valora lo trasnracional. Forma parte de la nueva vida religiosa soñada, la capacidad para cargar con la realidad, con las cruces de los demás, con la cruz de la historia. Forma parte, no perder la capacidad del sueño, pero asumiendo que éste, se da en un día a día, en el cual cuesta, en ocasiones, ver la brillantez.
Cargar es poner el centro de interés fuera de la propia persona. Tiene su foco en la misión: ya no es lo que yo quiero, sino lo que quiere Él. Cuando uno sitúa su felicidad en lo que Él quiere, descubre que la carga es llamada y envío… Se descubre poseído y, por tanto, capaz.
«Cargar» es un mensaje contracultural. Habla de espera, paciencia y sacrificio… Elementos en desuso y crisis. Casi de otro tiempo. En contextos de inmediatez y éxito, pedir a alguien joven que sea capaz de cargar y esperar… es un anuncio de misión imposible. Sin embargo ahí está el contrapunto y la clave sobrenatural de la llamada. La Encarnación es, en realidad un proceso de humanización, pero sin perder la referencia de trascendencia. Uno se apunta a una ONG un tiempo (tiene caducidad y urgencia), uno pertenece a una familia religiosa de por vida, porque es su existencia, íntegra y para siempre la que se pone en juego. No existe vocación sin esta conciencia de responsabilidad. Ahora bien, esta permanencia que exige la carga se tiene que expresar en valores y cauces posibles para un joven del siglo XXI, donde las relaciones y sentimientos; las sensaciones y urgencias son muy diferentes a hace una década. Las congregaciones y órdenes tenemos que hacer un ejercicio de creatividad y frescura para dejar ser a los jóvenes, para apoyar modos de expresar el compromiso que, con apariencia de ambigüedad, desde la razón de la historia, son los que necesita un joven o una joven para mostrar que buena parte de su corazón la llena el Evangelio.
La carga, la asume un joven enamorándose de un proyecto que ve hecho vida, no que lo encuentre escrito en un proyecto. Las congregaciones tenemos que perder confianza en los cronogramas y proyectos administrativos, para asumir una época de relatos personales, plurales y ágiles que van ofreciendo las personas más jóvenes que inauguran el carisma.
Y ENCARGARSE
Dadles vosotros de comer Mt 14, 16
La clave está en el paso de la palabra a la vi-da que se adhiere. Los jóvenes religiosos necesitan encargarse. Ser ellos. Crear. Un joven por definición de juventud está en edad de aprender, asumir e integrar… Pero también de pro-poner, urgir e interpelar. Encargarse es la urgencia de la coherencia. No está nada cerrado (aunque lo parezca) y nada decidido. Se está haciendo. Una familia religiosa es un organismo vivo y, como tal, necesita encontrar en ca-da etapa de la historia sus cauces de expresión y compromiso… Y éstos tienen que hacerse nuevos, palpables y urgentes.
Hay signos y presencias de misión que, clarísimamente, han caducado. Ha pasado su tiempo. En una sociedad plural, con tantos mensajes de bondad distintos y, a veces contrapuestos, hace falta que un cuerpo de gente joven se encargue para esta era de manifestar en qué consiste la transparencia del evangelio en sociedades cosmopolitas, independientes, llenas de ruidos y consumo, llenas de técnica y miseria… Llenas de humanidad que pide que algunos gasten su vida desde la totalidad, gratuidad y permanencia por Dios.
Nuestro “encargarnos”, nos pide palabras nuevas –pero que signifiquen– porque no sólo decimos que hay gente que lo pasa mal, sino que gastamos la mejor energía en dar de comer. Nos pide gestos nuevos, porque no sólo constatamos que la sociedad es muy plural, sino que agradecemos a Dios habernos llamado a dar vi-da entre los diferentes. No sólo denunciamos que no existen las mismas posibilidades, sino que hacemos una opción real por los últimos y por eso nos vamos a vivir entre ellos. No sólo nos preocupamos de que pueda consumirse la vida sin que algunos conozcan la bondad de Dios, sino que comprometemos la existencia en ser la oración de un mundo que no se puede parar para orar… Encargarse para los religiosos jóvenes es ofrecer, aquí y ahora, una vida escandalosamente alternativa de ruptura y gratuidad. Y este proceso, es imprescindible. La historia de salvación que cada congregación encarna, necesita hacerse vida en cada contexto y cultura… en el actual, sólo puede plasmarse a través de hombres y mujeres de este tiempo.
1ELLACURÍA, I. Hacia una fundamentación filosófica del método teológico latinoamericano, El Salvador, UCA(1975).
2 LAGUNA, J. Hacerse cargo, cargar y encargarse de la realidad, Cuadernos Cristianismo y justicia, 172, 32 pp.
3 Cfr. Ecles 3
4 Para las descripciones de los tipos de jóvenes en estas generaciones, recomiendo la lectura del texto de José María Bautista, Todo ha cambiado con la generación
Y. 40 paradigmas que mueven el mundo, Frontera Hegian, 71, Vitoria 2010, 140 pp.
5Ya hace mucho tiempo que J. Chittister acuñó este término. Ciertamente lo que en USA se estaba viviendo ha ido pasando, como por «efecto dominó» al resto de los contextos, especialmente Europa. El siguiente paso irá a América Latina, donde se da un descenso numérico ya notable. En este tiempo, se mantiene en especial significación vocacional Asia, con las dificultades y posibilidades que encarna una Iglesia jo-ven, sin el poso de la historia.
6 SAO 13, b
7 Cfr. San Juan Crisóstomo (Suplemento, Homilía 6 sobre la oración: PG 64, 462-466) L. d H. T.II, viernes después de ceniza, p. 59
8Cfr. GONZÁLEZ-ALORDA, Á. Los próximos 30 años ¿Y tú qué quieres ser, espectador o protagonista? (Alienta, Barcelona, 2010)159 pp.
9 Cfr. Mc 10, 32-34 ; 10