jueves, 25 abril, 2024

JOKER Y “DOS CARAS”

El niño que no sea abrazado por su tribu cuando sea adulto quemará la aldea para poder sentir su calor

(Proverbio africano)

(Juan M. González Anleo). Hace unos meses, tras una conferencia en el norte de España, el sacerdote al que le cayó el marrón de llevarme al aeropuerto a las 5:30 de la mañana me contaba en el coche una anécdota de la tarde anterior que le había hecho mucha gracia: al parecer, al final de la charla, unas monjas bastante mayores sentadas al fondo de la sala, nada más terminar de hablar y agradecer su presencia a los asistentes, salían disparadas, como almas que lleva el diablo, hacia la puerta de salida: “este chico”, decían refiriéndose a mí, visiblemente contrariadas, “¡no  cree en la divina providencia!”. Yo no sé cómo lo hago que, de una u otra forma, haga los esfuerzos que haga para mantenerme en “lo que abarcan mis brazos”, como dice una canción de Rosendo, siempre termino tropezando con alguna piedra teológica y descalabrándome contra el suelo. La divina providencia… palabras mayores para mí, os lo reconozco.

No hace falta que os haga un resumen de lo que hablé en aquella conferencia, en líneas generales no contaba nada muy diferente de lo que os he contado aquí desde el pasado enero hasta hoy. Sí os puedo decir, no obstante, que aquellas monjas tenían toda la razón del mundo: no creo en la divina providencia… no, por lo menos, tal y como la entiende demasiada gente, como una extraña forma de deus ex machina que aparecerá en el último momento a rehacer y poner bonito todos nuestros desaguisados. Creo, por el contrario (y por supuesto a nivel usuario) que si existe algo semejante a una divina providencia somos nosotros y nadie más que nosotros los instrumentos de Dios para actuar sobre el mundo.

Esta semana fui a ver Joker, la última película sobre el archienemigo por excelencia del universo Marvel, probablemente de todo el universo de héroes y superhéroes.  Ya me fascinaron en su momento las interpretaciones de Jack Nicholson en Batman y de Heath Ledger en el Caballero oscuro, pero en esta nueva película, ya centrada totalmente en el personaje, no solamente me ha fascinado la interpretación de Joaquin Phoenix, que es impresionante, sino el punto de vista a la hora de abordar el personaje, totalmente diferente, una perspectiva nueva desde la que se exploran las raíces de su locura, profundamente ancladas (no creo estar haciendo ningún spoiler) en la profunda desigualdad social, en la pauperización de los servicios sociales y la violencia del sistema. Al día siguiente de verla, y de aquí viene mi reflexión, alguien colgaba en Facebook un bonito dibujo de Jesucristo secándole las lágrimas al Joker con un comentario como: “Todos los corazones pueden ser consolados por Él”. La verdad es que me gustó, lo admito, pero no pude dejar de pensar inmediatamente después: “pero esa no es la respuesta.”

Algunos amigos míos, bastante alejados de la realidad de la iglesia, con minúsculas (aunque yo creo que esa es la verdadera Iglesia, con mayúsculas), no por ello ajenos a la política de la jerarquía, piensan que es una profunda hipocresía dar aliento a los desalentados, secar las lágrimas de los desconsolados y abrazar a los abandonados del sistema con un brazo mientras con el otro apoyan a aquellos que producen todo ese sufrimiento promoviendo recortes y políticas profundamente injustas “¿No deberían cortar por lo sano ese círculo vicioso y ponerse en primera línea de fuego, atacando directamente a quienes están llenando las cuentas en paraísos fiscales de las grandes empresas mientras los excluidos no paran de crecer? ¿Tiene sentido el asistencialismo de cara amable y al mismo tiempo no abrir la boca ante todas estas injusticias que son las que están produciendo que el Hospital de campaña se este llenando de almas rotas? Conozco demasiadas maravillosas personas dentro de la Iglesia que dan su vida por los demás como para poder pensar que la Iglesia, en singular y con mayúsculas, es una hipócrita.

Ellos por lo menos me consta que no lo son. Pero…

…pero ¿cómo es posible, por poner solo un ejemplo que me indigna especialmente, que la Iglesia no haya estado denunciando día a día y desde todos los frentes, que los bancos, rescatados con más de 80 mil millones de “nuestro” dinero (una cifra sospechosísimamente parecida a la que en aquella época se le recortó a la sanidad, educación y dependencia y del que ya han dicho que no devolverán más de 60 mil millones) hayan estado desahuciando a cientos de miles de españoles, echándoles de sus casas ¡a la puta calle! (perdón por la expresión). ¿Cómo es posible que tardase más de cuatro años en sacar un tímido documento en el que criticaba ese tipo de políticas mientras desde sus medios de comunicación las defendían a capa y espada? Repito y no me cansaré de repetirlo: ¿Cómo es posible? Mis amigos, alejados desde hace ya mucho tiempo de la Iglesia, no lo entienden y mucho me temo que una gran parte de la sociedad, exactamente en la misma situación, ya alejadísima de la iglesia de calle, tampoco lo entienda. Porque, os seré sincero: yo mismo, que sí conozco a muchas personas de Iglesia que llevan el corazón de Cristo en el pecho, tampoco lo entiendo.

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