JESÚS, CONDENADO A MUERTE POR LA AUTORIDAD DE LA “RELIGIÓN VERDADERA”

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En este día, sábado de la quinta semana de Cuaresma (4 de abril 2020) la Palabra de Dios nos propone cómo fue la condenación a muerte de Jesús, por parte de los Judíos. ¡Que no deje de sorprendernos por conocida! ¡Que el Espíritu Santo nos ayude a interpretar lo que humanamente fue el peor de los errores! Porque se repiten, se siguen repitiendo en unos tribunales y en otros. La historia de condenas, después desmentidas por la realidad, son tantas… ¡Qué difícil es ver el todo, cuando uno es “partidista”! La fe es el órgano de la “visión total”. ¡Nunca te avergüences de creer! ¡Creer para ver!

La extraña profecía de Caifás

Hay personas que tienen una especial propensión a acusar a los demás: son “los acusadores de sus hermanos”. Así le ocurrió con Jesús. Las señales o signos que Jesús realizaba y el constatar cuánta gente le seguía, movieron a algunas personas a acusarlo ante los fariseos -los “moralistas”, gente oficialmente piadosa”-. Los fariseos se coaligaron entonces con los jefes de los sacerdotes (Sumos Sacerdotes) para llevar a Jesús ante la Corte suprema.

Resulta extraña la interpretación que ofrece el evangelista del cuarto evangelio de lo que sucedió allá.

Presenta a Caifás, sumo sacerdote aquel año, como un profeta. Lo que en principio significaban sus palabras era: ¡Jesús un tremendo peligro para la seguridad del pueblo! ¡Por razones de seguridad hay que acabar con él!.

Sin embargo, el evangelista reinterpreta esas palabras como anuncio del proyecto de Dios de salvar al pueblo de Israel y reunir a todos los hijos e hijas de Dios dispersos.

La condenación a muerte de Jesús es contemplada como la gran iniciativa de Dios Padre para salvar al pueblo y congregar -como en una nueva vuelta del destierro- a todos los seres humanos.

Jesús, no obstante, se oculta por el momento.

En la mayor maldad está presente la Gracia

Cuando realizamos una lectura creyente de los acontecimientos, como hace el cuarto evangelista, podemos descubrir que:

en la mayor maldad está presente la Gracia, en la condenación por parte de los hombres, la salvación que viene de Dios.

La fe no es oscuridad (creer lo que no vemos); la fe es luz: una luz que ilumina también nuestra comprensión racional de lo que ocurre. ¡No “ver para creer”, sino “creer para ver”. Ver la realidad con los ojos de Dios, con la luz de su misteriosa Revelación, es descubrir su transparencia y su sacramentalidad.

Con esa luz, lo que nos parece una derrota puede ser una victoria, y al contrario. Por eso, no debemos vivir bajo el temor, sino bajo la confianza y el amor.

Si algo se puede achacar a las autoridades religiosas de Israel era su ceguera: tantas veces tuvieron ante sus ojos al Mesías, al Hijo de Dios y no lo reconocieron. Es probablemente también el peligro en el que autoridades y personas religiosas de nuestro tiempo podemos caer: la incapacidad de un auténtico discernimiento y condenar lo que habría que salvar y salvar lo que habría que condenar.

Esto nos puede estar ocurriendo cuando reflexionamos sobre la tremenda crisis que el Coronavirus está generando en nuestra sociedad y en cada una de nuestras familias, comunidades o en cada uno de nosotros. Con la luz de la fe que se proyecta sobre nosotros cuando leemos un texto de la Biblia, o rezamos unos salmos, o meditamos los misterios de la vida de Jesús… todo cambia de color.

Esto nos puede estar ocurriendo cuando las autoridades religiosas o políticas condenan a los disidentes con tanta autosuficiencia. Las víctimas condenadas han sido tantas…

El Dios que escribe recto con líneas torcidas 

Abbá, es verdad que escribes recto con líneas torcidas, que de la maldad de los seres humanos sacas el bien y transformas nuestras vida mortales en semillas de resurrección.

Nada ha sido tan estremecedor como la inimaginable condenación a muerte de tu Hijo y además por parte de las autoridades religiosas de la religión verdadera. ¡Qué desatino absoluto en su discernimiento! Tú, Abbá, aprovechaste la terrible oportunidad para indicarnos que tu amado Jesús salvaría por su muerte al pueblo y reuniría a todos tus hijos e hijas. Bendito seas, misterioso Abbá.