Iremos a su casa

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«Iremos a su casa y viviremos en él» Son las palabras de despedida de Jesús a sus discípulos en el Evangelio de Juan, es decir, a nosotros mismos.

El Padre y Jesús son los que toman la iniciativa desde el amor: «si alguien me ama…»

No es un estar cerca o un estar de paso o un quizás vaya mañana. Es un vivir, hacer morada, habitar. Los que mejor expresaron esto fueron los místicos (ellos y ellas) que mediante el lenguaje poético lo fueron dibujando de una manera hermosa aunque limitada.

Lo malo es que pensamos que estas experiencias de Dios son solo para gente fuera de lo normal, para superhombres o supermujeres de una vida intachable y ejemplarizante, para unos cuantos elegidos moralmente irreprochables. Y no nos damos cuenta que la iniciativa siempre es de Dios y que el único requisito (si así lo pudiésemos llamar) es el amor. Y amar sabemos y podemos todos.

No es un amor de florecitas y pajaritos y corazones voladores de charol. Es el amor de Jesús, el de andar por esta tierra tan hermosa y, a veces, tan hiriente. El de caminar entre luces y sombras, entre trigo y cizaña que no es bueno arrancar uno mismo (ni a uno mismo ni a los demás, que suele ser la intención más común de muchos salvadores miopes).

Es muy parecido, ese amor, al dejarse lavar los pies por la pecadora, por sus lágrimas. No porque las lágrimas sean fruto de un arrepentimiento (como esa María Magdalena decrépita y extenuada, de algunos pintores, yo me quedo con bellísima de Gregor Erhart) sino porque brotan del amor y del sentirse acogida por un ser humano tan especial que no podía ser más que Dios. Porque es un dejarse tocar y lavar por alguien que era impuro y hacerte impuro con ella para trasladarla más allá de esa pequeña mota en el ojo, aunque las vigas de nuestros ojos no lo crean posible. Es llevarla del reino de la exclusión y de la vergüenza pública al del estar otra vez en casa. En casa. Si me amáis…

2 COMENTARIOS

  1. El amor verdadero no tiene barreras, el amor que debemos irradiar es el de Dios como padre amoroso, bondadoso, misericordioso y sin medida. Cómo me gustaría seguir a Dios de esa manera, a pesar de mis deficiencias, dificultades, desencantos y demás. Me pongo en las manos del Padre Dios que me ama y nunca me abandona.

  2. El amor de Dios no tiene límites, nos ama como somos y nos ama con una gran ternura y misericordia. Hoy no me siento bien anímicamente y a pesar de eso, siento a Dios a mi lado. Hay que ser dinámicos y creativos para saber manejar nuestra vida diaria, transformándola en una interacción con Dios y el hermano.

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