¡Levántate, coge a los tuyos y huye a Egipto…! Es la frase que se repite hoy para decirnos lo sagrada que era la familia de Belén.
Y, uno se pregunta si José y María vivieron los acontecimientos que se nos cuentan como “sagrados”. Según dicen, lo sagrado es aquello que pertenece al ámbito divino y está apartado de todo otro uso. Pero a mí no me cuadra con lo que se nos cuenta estos días en la Palabra de Dios. Me explico.
José toma a su mujer embarazada y tiene que lanzarse a los caminos para empadronarse en Belén, como todo hijo de Israel. Ahí no veo yo nada sagrado.
Llegan a Belén y con la premura del parto tienen que alojarse en un pesebre de las afueras porque no cabe nadie en las posadas. Bueno, también porque nadie quería a una parturienta en la casa. Tampoco veo yo mucha sacralidad en todo esto.
Aquel matrimonio tiene que dar a luz en medio del campo, sin ayudas y sin medios. Rodeados de los animales de la cuadra. ¡Toma sacralidad!
Aparecen los pastores de los alrededores, unos sabios del oriente y algún que otro curioso para decirles que aquel niño será algo grande. Y ahí anda el bebé dormidito, metido en el pesebre de la paja, con piojos, chinches, olor a bestia. ¡Vamos, una divinidad!
El tema es que si yo no lo entiendo es que para Dios es otra cosa. Y por la manera de entrar en nuestro mundo, es sagrado todo lo que Él comparte y vive con nosotros. Desde el momento en el que la Palabra se hace carne de María y necesita de José para ser protegido, todo lo humano se convierte en divino. Y todo lo que Jesús toque será sagrado: el aire, el agua, el pan, los pobres, los amigos, la madera, la Escritura… Todo esto se escapa a los parámetros de sacralidad de las religiones sumerias, egipcias, minoicas que rodeaban al judaísmo. Y se me escapa a mí que, no sé por qué, sigo queriendo dejar lo de Dios encerrado en un templo y para una hora determinada.
Pero Dios ha querido habitar entre nosotros y el mundo se ha convertido en el lugar de su presencia y la familia en la manifestación de su ser.
Sí, si… la familia. Una familia pequeña que comienza con dificultades y cuya primera decisión será huir. Huir porque el rey judío “va a buscar al niño para matarlo”. Una historia que pretende ser de amor y que empieza con el odio de los hombres hacia su Cristo. Siendo un bebé ya provoca celos, dudas y violencia en los que esperan al Salvador. En Belén ya comienza la cruz y la contradicción. ¡Qué sagrado!
Y es José, avisado en sueños, el que tiene que ponerse en camino hacia Egipto. Huir al extranjero para proteger la vida de los suyos. Regresar al lugar, que para cualquier judío es lugar de esclavitud, para ser libre. Es el evangelista Mateo, el que nos presentará a Jesús como el nuevo Moisés, yendo y viniendo para que se cumpliera la escritura: “llamé a mi hijo para que saliera de Egipto”.
¡Qué sagrado es todo esto! Dudas, sospechas, incomodidades, rechazos, persecuciones, huidas. Los ingredientes de una película de intriga policiaca y de un drama más que una historia de amor.
Ahora entiendo porqué muchas de nuestras familias no son tan sagradas. Porque intentan esconder y evitar todo esto. Cuando “hay de todo en todos lados”.
Ahora comprendo que todo es sagrado cuando ponemos a Dios en medio de nuestra familia tal y como es. Sin Él estamos vendidos, perdemos la dosis de inseguridad y providencia que hace sagrada la vida. Y comenzamos a huir unos de otros… y precisamente no a Egipto