“INNOVACIÓN EN LA VIDA CONSAGRADA”: SUPERANDO EL MIEDO

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La vida consagrada se está planteando –ahora muy seriamente- la necesidad de innovación. En sus capítulos generales constata que no todo lo que antes funcionaba funciona ahora. Sueña con hacerse “contemporánea” de los pueblos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.  Quiere ofrecerles el testimonio y el servicio que necesitan. No desea dar un testimonio que nadie entiende, ni imponer un servicio que la sociedad minusvalora. La vida consagrada de hoy quiere renunciar a cualquier tipo de imperialismo cultural, y desea ser –cada vez más- “trans-cultural”. Está convencida de que debe descubrir nuevas formas de comunidad y comunión, pero siempre configuradas por la misión y no la misión configurada por una realidad comunitaria no siempre satisfactoria. Más todavía: el Sínodo sobre la Nueva Evangelización y el Papa Francisco en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” le piden a toda la Iglesia y en ella a la vida consagrada entrar en un serio proceso de conversión pastoral y misionera y últimamente también a una conversión económica desde la perspectiva de la austeridad y los pobres de nuestro mundo. La vida consagrada está dispuesta a re-organizarse, a re-estructurarse para responder al proyecto de una “nueva evangelización”. Todo esto no es posible sin “innovación”. La requiere el cambio de época en que nos encontramos[1]. Pero, ¿porqué?  ¿en qué consiste?

La necesidad de innovación es la respuesta a una serie de porqués que nos han venido martilleando en estos últimos años:

¿Porqué se está paralizando la creatividad misionera y la misión se está convirtiendo en rutina y mero trabajo?

¿Porqué hay personas que nos abandonan en la mejor edad de su vida, u otras -aun permaneciendo- viven como divorciadas de la vida del instituto?

¿Porqué las nuevas generaciones no sienten un atractivo por nuestra forma de misión y de vida? ¿Porqué no dan el paso hacia la vida consagrada?

¿Porqué la vida comunitaria resulta a veces tan insatisfactoria? ¿Porqué nuestros líderes se sienten a veces tan desazonados al descubrir la poca disponibilidad de los hermanos o las hermanas? Por qué en lugar de ir todos a una, marcamos tanto las diferencias? ¿Por qué nuestros egos han tomado tanto protagonismo?

¿Porqué nuestras instituciones parecen cada vez más tristes? ¿Porqué nos preocupa tanto la economía y no confiamos más en la Providencia?

Por estas y muchas otras preguntas sentimos la necesidad ya no solo de renovación, sino de auténtica innovación. Veamos en qué consiste y ofrezcamos después algunas pistas para que pueda acontecer en la vida consagrada.

¡Si no innovas, te mueres!

A nadie se le oculta que nos encontramos en la “sociedad de la innovación”. Ella se siente autorizada, no solo a “repensar la herencia recibida” (Gianni Vattimo), sino a impulsar la innovación. Estamos en una sociedad en la cual “si no innovas, te mueres”.

Innovar no consiste en hacer crecer lo que ya existe y en repetirlo hasta la saciedad. No se innova por el mero hecho de producir más y favorecer un mayor consumo. El principio “a más consumo más producción y a más consumo y producción más riqueza” encuentra su desmentido en la innovación. Consumo y producción no innovan; son la repetición de lo mismo; vuelven obesos y fofos los sistemas; y aunque la apariencia sea de inmensa fuerza, los debilitan, paralizan y destruyen. La innovación es otra cosa.

Innovación es la invención de lo nuevo en todos los dominios de la producción: lo nuevo en los productos, en la organización del trabajo, en la conquista de nuevos mercados, en los métodos de producción, en los medios de transporte, en las fuentes de materia prima. Hay innovaciones multi-usos que hacen cambiar el mundo, que producen mutaciones globales.

El cambio y la innovación siempre han formado parte de la experiencia humana. No obstante, la tecnología digital ha acelerado de manera espectacular los cambios y  el tipo de innovación. Hoy, una nueva idea, un nuevo servicio, un nuevo producto, pueden generar una cascada impresionante de cambios colaterales, que movilizan a la sociedad como un tsunami. Clayton Christensen (1997) le puso un nombre a este fenómeno: “disruptive innovation” (“innovación rupturista”)[2]. Luc Ferry lo denomina “innovación destructiva” (“innovation destructice”)[3]. ¿Y porqué rupturista o destructiva? Porque hay ideas y productos que introducen tal novedad en el mercado, que vuelven obsoletas e inútiles las ideas y productos anteriores. Los ordenadores personales han dejado fuera de juego las máquinas de escribir; las tabletas y los teléfonos móviles están ya desplazando a los ordenadores personales; las conexiones por Skype y QQ están cambiando totalmente la industria de las telecomunicaciones. La innovación deja obsoletas realidades hasta ahora determinantes. Lo que innova, produce como efecto colateral la destrucción progresiva de aquello a lo que sobrepasan. Mientras que para unos la innovación es entusiasmante y les produce muchos réditos, para otros es angustiosa, porque los ubica en situación de extinción.

La innovación afecta no solo al sector tecnológico, también al sector ético. Se han abierto debates públicos en los Parlamentos nacionales y transnacionales, hasta ahora impensables, sobre el “matrimonio gay”, la eutanasia, o la legalización de las drogas. Poco importa  que se esté a favor o en contra. El hecho de que debates así sean posibles en el ámbito público, es ya una innovación profunda, destructiva a los ojos de quienes están ligados a visiones morales y religiosas tradicionales.

Hemos visto cómo el sistema de valores tradicional se ha ido desmoronando. Han ido desapareciendo progresivamente todos los fundamentos de la cultura “clásica”. Se han cuestionado la figuración en pintura, la tonalidad en música, las reglas tradicionales en la novela, el teatro, la danza y el cine. Con el descubrimiento del ADN el cambio en la genética ha sido espectacular. La sociedad ha redescubierto el valor de la sexualidad desde baremos distintos a los tradicionales: por una parte, “tolerancia cero” ante la pederastia, el abuso sexual, la violencia doméstica, la trata de personas… y por otra, una mayor liberalidad en el ejercicio libre de la sexualidad. Con las noticias recibidas al instante en el móvil o en internet, los periódicos diarios o semanales necesitan reinventarse para no perder subscriptores; también las cadenas de televisión para no perder el “share” y caer en el ostracismo. Los partidos políticos sienten la necesidad de re-fundarse para ganar adeptos y votantes y conseguir más presencia social. Para ello se recurre a mil estratagemas. Y las más  eficaces –al parecer- son aquellas que mejor conectan con las “pasiones de la gente”: la indignación, la ira, la envidia, el sexo. Para ello no hay escrúpulo en sacar a publicidad las miserias de los otros. El escándalo vende. La indignación moviliza. La envidia crea enemistades. El sexo encandila.

La tecnología y cultura digital no solo están afectando a nuestro mundo de comunicaciones, sino también a nuestra percepción de la realidad, a nuestra forma de pensar, de aprender, de relacionar.

La innovación digital está cambiando la cultura y las instituciones de nuestra civilización: al percibir la realidad de otra manera, comenzamos a pensar y a interactuar con los demás de manera diferente. Las instituciones sobre las que se basaba la sociedad hasta este momento comienzan a cambiar[4].

La innovación muestra las mil facetas del genio humano, de su creatividad y de su perfectibilidad. La innovación nos hace más libres en nuestras opiniones. Mejora de manera continua nuestra longevidad y la calidad de nuestras vida.

Sin “invención” no hay “innovación”

No hay innovación sin invención. Se pierde el tiempo añorando la innovación si no se aportan datos concretos de invención. La innovación no es algo que hacemos, sino algo que ya hemos estado haciendo. La innovación no surge de repente: es una meta, a la que se llega a través de invenciones. Las invenciones son los componentes de la innovación.

Cada invento debe ser evaluado, probado, y adoptado por la sociedad. Sólo después se convierte en componente de la innovación; hay también otros componentes o factores que se añaden al invento para que éste forme parte de un proceso innovador: la psicología, las comunicaciones, la educación, las tendencias, la política, la legalidad y otros más.

Fijemos ahora nuestra atención en el “invento”: ¿en qué consiste?  Lo dice la misma palabra latina de la que procede: “in-venire”, es decir, encontrar. Hay invento allí donde se encuentra aquello que hasta ahora había permanecido oculto. Hablamos, por ello, de “grandes descubrimientos”. Un inventor es una persona que descubre algo, que tiene la convicción de que la realidad esconde secretos y sorpresas, de que es grávida de fenómenos que todavía no fueron dados a luz. Las hierbas que hoy curan, estaban ahí, pero tuvieron que ser “descubiertas” por alguien. Hay soluciones, perspectivas, milagros, que todavía no han sido “descubiertos”, pero ahí están a la espera de un inventor o una inventora, de un vidente, de un profeta, de alguien capaz de ver donde otros no vemos, de organizar donde otros solo constatamos un caos. Las nuevas tecnologías no son el resultado de un descenso estelar, no proceden de otra  galaxia. Estaba aquí. Alguien las ha ido descubriendo. La red de los descubridores o inventores las ha hecho posibles. Este es uno de los aspectos mágicos y sorprendentes de nuestro mundo.

La resignación, la pereza, la falta de creatividad, la costumbre, nos llevarían a vivir miserablemente en un mundo lleno de recursos y posibilidades.

Incomprensiones en el proceso innovador

Quienes llevan adelante procesos de innovación han de prepararse para ser incomprendidos durante largo periodo de tiempo, aceptarlo y resistir. Quien ha sido agraciado con una gran visión de lo que hay que hacer, debe también aceptar el que muchos otros no la tengan todavía. Se necesita proceso y tiempo para que la visión pueda ser compartida, para que lo inventado sea acogido. Hay que preguntarse a qué se debe la no aceptación del proceso y cómo conseguir que sea aceptado. Cuanto más radical y rupturista sea una innovación tanto más tiempo habrá que dedicar no solo a informar, sino también a educar para acoger lo nuevo.

Las personas agraciadas con la visión innovadora han de ser persistentes  y perseverantes en la visión, pero también flexibles en los detalles. ¿Cuántos líderes son capaces de entender esta distinción? ¿Cuántos son capaces de detener el proceso innovador para replantearlo de otra forma? La innovación puede no funcionar por dos razones: o porque es errónea, o porque no funcionan ciertos detalles, como el timing (el ritmo temporal), las cuestiones legales, las políticas utilizadas etc.

Hay que prepararse para ser incomprendidos. Hay un tiempo en el que lo más importante es plantar semillas  y no dedicarse a la publicidad de lo que se pretende. El camino de la invención hacia la innovación ha de tener esto muy en cuenta, para que no se vuelva un camino imposible y lleno de obstáculos.

La innovación sin sentido

Si es verdad que en nuestra sociedad, quien no innova perece, que es necesario innovar para sobrevivir en un mundo de feroz competitividad, entonces cabe preguntarse: ¿Y cuál es la meta hacia la que se encamina la innovación? La respuesta es que no lo sabemos; que somos llevados por un movimiento ciego e ignoramos hacia dónde nos conduce. Es el movimiento de la innovación por la innovación, sin poder predecir qué mundo estamos construyendo, ni hacia dónde nos encaminamos.

Hay autores “apocalípticos” (en el sentido popular de la palabra) que ensayan respuestas, casi siempre catastróficas. Disponemos de millones de recursos que hacen fascinante la innovación, pero se nos escapan de las manos sus posibles efectos y consecuencias. Los diversos liderazgos se muestran incapaces de dirigir estos procesos, y si intentan hacerlo se recluyen cada vez más en lo local, sin ser del todo conscientes de que la pequeña parcela que ellos dirigen está hospedada en otra plataforma sobre la cual ellos no tienen el menor poder.

Miedo a la “innovación”

Hubo un tiempo en que las sociedades basaban su fuerza en las tradiciones; cualquier tipo de innovación en las costumbres era visto como un atentado.

No somos –ni en la Iglesia, ni en la vida religiosa- muy propensos a hablar de “innovación” o “invención”. Nos sentimos, más bien, depositarios de una gran y rica tradición, que hemos de transmitir con fidelidad. Hay autoridades que velan por ello. A veces escuchamos decir: “¡dejémonos de innovaciones teológicas, litúrgicas, morales! No pervirtamos el cristianismo”. Nada de extraño que haya entre nosotros personas y grupos tradicionalistas totalmente cerrados a cualquier innovación.

Además se cree que en la sociedad del movimiento, de la innovación constante, alguien ha de dar solidez a la vida, algún grupo deberá apuntar hacia lo esencial, lo inmutable, lo permanente. Y esa es la misión de la Iglesia. En ella se encuentra el ancla que impide navegar sin rumbo y sin seguridad.

Otro tipo de oposición a la innovación surge de los miedos que hoy nos atenazan: miedo al sexo –con sus diversas variantes (sida, impotencia, no estar a la altura)-, miedo a las sustancias adictivas (alcohol, droga, tabaco, medicinas…), a los posibles accidentes de circulación, al terror que puede surgir en las circunstancias más inesperadas, a la violencia familiar, al poder de las nuevas tecnologías (nano- y bio-tecnologías), al deterioro de la capa de ozono, al calentamiento climático, a la radiación de antenas, a ciertas formas de alimentación (especialmente la comida rápida), a las diversas formas de cáncer. A esto se añaden las alertas y  miedos que inyectan en la población los movimientos ecologistas y pacifistas, o el cine con sus películas eco-catastróficas tan frecuentes en este último tiempo. Prolifera el miedo y la sociedad busca crear zonas de seguridad a costa de una super-vigilancia que, exagerada, lleva a confundir a un ciudadano con un posible delincuente o terrorista y nos hace a todos vivir bajo el síndrome de posibles amenazas.

Cuando esto se traduce en el ámbito de la espiritualidad, tenemos también la espiritualidad del miedo: todo se convierte en peligroso para la vida espiritual: tentaciones, contaminaciones, posibles y fáciles caídas. Quien así vive trata de estar siempre muy vigilante para no caer, poniendo guardias por doquier. Para escapar de esa sociedad del pecado, uno intenta recluirse en un mundo seguro de las asechanzas del mal, de separarse de la gente común y vivir en zonas de seguridad espiritual. Es obvio, que la Iglesia del miedo, no quiere correr riesgos y, en el fondo, piensa más en salvarse ella misma, que en salvar a los demás. No le interesa la innovación, sino sólo la doctrina y moral segura de la tradición.

Se dice que “el miedo es mal consejero”. Y tiene razón la sabiduría popular, porque el miedo nos des-vitaliza, nos impide ser personas capaces de afrontar las tinieblas, de vencer nuestro temor a la oscuridad, a afrontar riesgos, a cambiar. Son muchos quienes siguen al pie de la letra los consejos del miedo. Lo cual lleva a una paralización de la actividad creadora, a un agarrarse a maromas de seguridad y a tratar de salvarse de un mundo que por todas partes trae amenazas y peligros. Escribe Luc Ferry que

“como continuemos escuchando a quienes nos infunden miedo en el cuerpo acabaremos enfermos, metidos en un cajón de algodón, envueltos en un gigantesco preservativo” [5].

Innovación y misión de la vida consagrada

La gran cuestión que hemos de plantearnos es: ¿ preferimos una vida consagrada desconectada de este mundo, o, más bien, enviada a este mundo y deseosa de encarnarse en él, como Jesús? En la transmisión de nuestra fe y en el testimonio ¿queremos utilizar el lenguaje del mundo cultural e intelectual de la gente de hoy o pretendemos que los demás se adecuen a nuestro lenguaje, aprendan sus claves, entren en nuestro mundo conceptual? ¿Optamos por ir contracorriente, por la denuncia y no dejar pasar una –temerosos ante cualquier invención o innovación- o nos sentimos llamados a ser comprensivos, a potenciar los impulsos renovadores de la sociedad y ofrecerles un sentido?

Cuando nos aferramos demasiado a la tradición nos volvemos irrelevantes, incapaces de transformar la cultura; creamos separaciones, nos volvemos incapaces de discernir dónde actúa el Espíritu de Dios; mostramos a un Dios-Iglesia y no a un Dios de la Vida, incluida la Iglesia[6] . Ese modelo de Iglesia –y de vida consagrada dentro de ella- no atrae a las nuevas generaciones, que quieren igualdad, compasión, autenticidad, que desean ver alternativas a las políticas vigentes hasta hoy, que se sienten apasionados por las innovaciones tecnológicas, por los descubrimientos de las ciencias, por las aventuras de la libertad.

El Papa Francisco nos ha llamado en la exhortación “Evangelii Gaudium” a ser una Iglesia en salida y nos ha marcado un lugar preferencial: ¡las periferias geográficas y culturales! Nos pide, además, que nos dejemos convertir por el Espíritu Santo para ser más pastorales y misioneros en esta época, que nos integremos dentro de  un gran movimiento misionero,  y que esta conversión innove nuestras estructuras, instituciones y personas. y que tenga efectos visibles en nuestra economía, en la gestión de nuestros bienes, en la venta y dedicación de los inmuebles que nos vemos obligados a abandonar.  Nos ha pedido que salgamos de nuestras zonas de seguridad y confort para anunciar el Evangelio a los pobres, a los que no son de nuestra confesión cristiana, o de nuestra religión, pero son hijos e hijas de Dios y para sembrar en las culturas la luz y la sal del Evangelio.

Si queremos ser una Iglesia más encarnada y mesiánica, más hospitalaria y acogedora, más abierta y dialogante, ¿cómo rechazar las invenciones que sean necesarias y la innovación que éstas producirán? ¿Nos hemos preguntado si en mi congregación o en mi comunidad  funciona la misión, es decir, si somos válidos  “cómplices de la misión del Espíritu Santo”?

Diez pautas para la innovación en la vida consagrada del siglo XXI

Me voy a permitir ahora sacar algunas conclusiones prácticas de todo lo anteriormente reflexionado y aplicarlas a la vida consagrada de nuestro tiempo. Las denomino “Diez pautas para la innovación”.

1. Repensar la herencia recibida en nuestra época posmoderna: no se trata de romper con nuestra gran tradición, sino de re-actualizarla, de re-traducirla. La vida consagrada tiene que hacer un esfuerzo de innovación tradicional, apropiándose críticamente de los tesoros del pasado y reinterpretarlos creativamente para que den sentido a los diversos contextos en los que surgen  nuevos desafíos y problemas[7]. Esto vale para la reformulación de los textos constitucionales con sus peculiares visiones del carisma, de la misión, de los consejos evangélicos, de la comunidad.

2. Preocuparse por innovar y no obsesionarse ni por el crecimiento ni por la disminución. El crecimiento numérico es ambiguo; puede deberse a la repetición de lo mismo (como las células cancerígenas); puede producir obesidad del sistema y, a la larga, paralización y falta de densidad. No siempre los llamados “nuevos institutos” o “nuevas formas” son innovadores. A veces son un puro y duro reciclaje del pasado. La innovación es otra cosa. Es la invención de una nueva forma de ser la vida consagrada de siempre, pero en este nuevo tiempo: la novedad está en el lenguaje, la organización, la metodología, los modelos educativos y formativos, la nueva espiritualidad, las nuevas formas de comunidad, de liderazgo, de evangelización y, sobre todo, el nuevo paradigma de misión que todo lo configura.

3. No se trata de innovaciones (en plural), sino de innovación (en singular). La verdadera innovación está en una expansión de la conciencia que nos hace descubrir nuestra identidad planetaria y nuestra misión –no como algo propio, sino como complicidad y colaboración con la misión del Espíritu Santo en la historia contemporánea. Definimos nuestra identidad no por aislamiento, ni por la diferenciación, o individuación, sino por el haz de relaciones que nos hace miembros de una familia, de un instituto religioso, de la Iglesia, de una nación o continente, de toda la humanidad, de la vida que bulle en formas tan diferentes en nuestro planeta. Entendemos que nuestra misión no es nuestra, sino que hemos sido elegidos para colaborar en la misión del Espíritu, desde nuestra identidad, desde nuestros propios carismas –energías que Él nos concede-. Esta nueva conciencia de identidad y misión produce una cascada impresionante de cambios colaterales, que movilizan la vida consagrada en todas sus formas. La innovación se vuelve holística.

4. La innovación crea rupturas y vuelve obsoletas e inservibles muchas ideas, actividades, métodos,  en los que antes nos basábamos. La innovación es rupturista y destructiva. No porque esa sea su intencionalidad, sino por efectos colaterales. Una nueva redacción del texto constitucional deja obsoleto el antiguo; una nueva forma de liderazgo compartido, deja fuera de juego el liderazgo monárquico; una nueva forma de orar, hace inservibles los viejos devocionarios; la ineludible dimensión socio-política de la evangelización, deja atrás modelos de indoctrinación sin consecuencias sociales; la nueva conciencia ética –responsable, solidaria, ecológica, igualitaria, dialogante, hospitalaria hacia lo diverso- hace obsoleta una ética más reglamentada, individual e intransigente.

5.  No es inadecuado que nos preguntemos por el impacto que la innovación de la vida consagrada produce en la sociedad y en el contexto en el que nos movemos. Si suscitamos interés, si aquello que aportamos es valorado, si nuestro cambio produce cambio, si poco a poco el pueblo nos siente como algo suyo, entonces la innovación recibe el sello de la autenticidad.

6.  No solo estamos llamados a innovar, sino también a introducirnos en los procesos innovadores de nuestra sociedad. La tecnología y cultura digital están afectando a nuestra percepción de la realidad, a nuestra forma de pensar, de aprender y de interactuar con los demás, a nuestra cultura y a nuestras instituciones. La innovación digital está cambiando la cultura y las instituciones de nuestra civilización[8].

7. Se llega a la innovación a través de la “invención”. Hay que activar el genio humano, la creatividad y sus mil facetas dentro de la vida consagrada. Un líder con poca visión, autoritario, que siempre se siente “el actor o la actriz principal” bloquea toda creatividad y toda invención. A la meta de la innovación se llega a través de “invenciones”, o “inventos”, que son sus componentes necesarios. La cultura de la creatividad y la invención activa a todas las personas de un instituto religioso. Entre todos, entre todas, es posible “encontrar” nuevas ideas para ponerlas sobre la mesa y realizarlas, nuevos sueños, nuevas propuestas de cambio, nuevos modelos, nuevos métodos, generar nuevas tendencias…. Una congregación u orden sin inventores o inventoras se niega el futuro, queda aprisionada en el reino de la repetición de lo mismo. La invención no solo está dentro de nuestros muros o paredes o estructuras; a veces se halla y proviene “de afuera”, donde también el Espíritu coloca sus dones, sus energías transformadoras. Hay tesoros escondidos que es necesario encontrar y venderlo todo para adquirirlos, como decía Jesús. Cualquier hermano o hermana de comunidad puede ser actor de alguna de estas invenciones. Es aquí donde emerge el aspecto mágico de la vida consagrada. Sería interesante recorrer la historia de la vida consagrada desde la perspectiva de sus inventores e inventoras. Pensemos por ejemplo el Hildegard von Bingen (religión, música, ecología), o en Teresa de Jesús (escritora, mística, fundadora), o en Felipe Neri (apóstol en la ciudad de Roma), o Juan de Dios (demente entre los dementes). La resignación, la pereza, la falta de creatividad, la costumbre vuelven a la vida consagrada acostumbrada y miserable, cuando Dios le concede recursos para ser innovadora y un gran don para los demás. La vida consagrada necesita en este tiempo un liderazgo inteligente, que no bloquee ninguno de los procesos de “invención”, sino que los estimule; un liderazgo que prefiera “sueños” a meros “programas”. Éstos –también necesarios- serán la forma de implementar los sueños.

8. Los líderes de la vida consagrada que llevan  adelante procesos de innovación han de prepararse para ser incomprendidos durante largo periodo de tiempo: deben aceptarlo y resistir. Entre tanto, comprenderán que se trata no solo de informar, sino también de educar, para que la innovación sea acogida y secundada. Es necesario ser persistente y perseverante en la visión, pero flexible en los detalles. Hay que confiar y suscitar confianza.

9. La innovación en la vida consagrada tiene un sentido y es dadora de sentido: no se trata de “la innovación por la innovación” para sobrevivir, para competir y dejar al otro fuera de juego; no se trata de una competición sin rumbo ni sentido hacia “lo nuevo”. La vida consagrada ha sido –en sus mejores momentos- maximalista. Ha tendido hacia la perfección. Para ella los procesos innovadores son un camino hacia una mayor perfección. Por eso, ella debe apoyar las innovaciones que en nuestra sociedad se producen. Pero también, darles un sentido y rescatarlas de sus locas carreras por eliminar competidores. La vida consagrada sabe que en el futuro se nos ha prometido una nueva Ciudad, una nueva Jerusalén, es decir, “la perfecta Ciudad” en la que Dios mora. Y esta Ciudad va viniendo, descendiendo y anticipándose de alguna manera en este mundo. Así descubrimos que el progreso nos acerca hacia el Gran Regalo, lo anticipa, lo sacramentaliza en todas las innovaciones que nos hacen suspirar por la Nueva Jerusalén. Cuando la innovación camina sin rumbo, puede convertirse en enemiga terrible, puede ser utiliza como arma de destrucción masiva.

10. No hay que escuchar a  los enemigos de la innovación, que infunden miedo a través de imágenes catastróficas. Hay que responderles con la sabiduría del refrán: “el miedo es mal consejero”. El ser humano madura afrontando y superando sus zonas de oscuridad, viviendo su fe a la intemperie, luchando por el bien y buscando lo mejor. Jesús nos decía: “Quien guarda su vida, la perderá; quien pierda su vida por mi y por el Evangelio, la ganará”. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Jesús sigue también hoy repitiéndonos lo que tantas veces decía a sus discípulos: “No temáis”.

 




[1] Cf. Javier Monserrat, Hacia el Nuevo Concilio. El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia. ed. San Pablo, Madrid 2010.

[2] Cf. Clayton Christensen, The innovator’s dilema, Harvard Bussines School, Boston, 1997.

[3] Cf. Luc Ferry, L’innovation destructrice, Editions Plon, Paris, 2014.

[4] Cf. M. R. Miller, The Millenium Matrix: reclaiming the past, reframing the future of the Church, Jossey-Bass,  San Francisco, 2004, pp. 15-16.

[5] Luc Ferry, L’innovation destructrice, editions Plon, Paris 2014, pp. 12-13

[6] Cf. Michael Frost – Alan Hirsh, The shaping of things to come: Innovation and Mission for the 21th Century Church, Hendrickson Publications, Peabody, 2003, p. 158.

[7] Cf. Gordon S. Mikoski, Traditioned Innovation, en “Theology Today” 68 (2011), pp.  113-115. (“Theology today needs to be an exercice in traditioned innovation… To appropriate critically the treasures of the past while seeking continually to reinterpret them  creatively in ways that make sense to varied contexts about contemporary issues and problems”).

[8] Cf. M. R. Miller, The Millenium Matrix: reclaiming the past, reframing the future of the Church, Jossey-Bass,  San Francisco, 2004, pp. 15-16