No me malinterpretes. Es una fiesta muy importante para mí. Quizá por eso he tenido que explicar tantas a veces por qué me gusta tanto. A muchos les suena a rancio, les recuerda a otros tiempos y a otro tipo de Iglesia. Esa que ensalza a María sobre todas las cosas pero luego no permite que las mujeres accedan a según qué servicios y ministerios. Esos tiempos en que “ser Purísima” solo tiene que ver con el sexto mandamiento pero apenas dice nada de corrupciones varias, mentiras, compromiso con la justicia…
No quisiera caer en eso. No quisiera hacer el juego a quienes piensan que por dar incienso y piropos a María Inmaculada vamos a perpetuar estereotipos femeninos dóciles y manipulables.
¿Sabes por qué me apasiona María Inmaculada? Porque creo que todos la necesitamos mucho. Necesitamos a alguien que defiende la vida por encima de todas las cosas y frente a todo tipos de males. La vida de verdad, la que crece dentro.
Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese (Ap 12,4).
Alguien que se enfrenta al dragón puede ser todo menos melíflua y dulzona. Alguien que da vida, “da a luz”, y tal como están las cosas, no será alguien que baja la cabeza, calla y mira para otro lado. Su fuerza viene de dentro. De Dios. Esa es su “Pureza”. Eso es para mí María Inmaculada y así me invita a vivir.