Injerto

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No tengo ningún pudor en confesar públicamente mi condición de “urbanita”, lo que conlleva de modo inevitable una amplia ignorancia en temas de campo. Quizá sea por eso que el otro día me hizo mucha gracia encontrarme en el patio de mi casa con las consecuencias de los “tanteos” en cuestiones de injertos que una hermana de comunidad anda experimentando con algún arbolillo. Lo que me resultó simpático es encontrar un árbol (más bien: un “tronquito”) con una venda como si tuviera heridas de guerra o le hubiera atropellado un autobús. Como si una enfermera de urgencia hubiera tenido que salir al rescate de las magulladuras que le había asestado esta hermana en sus aventuras de jardinera novata.

Sólo después supe que este es el modo habitual de proteger y cuidar el injerto y me dio por pensar que la imagen, que tan simpática me había parecido, podría ser un bonito icono de la “banda sonora” de la cuaresma. Y es que quizá este tiempo fuerte es, precisamente, el momento oportuno para dejar que Dios vaya injertan
do en nuestra vida el Evangelio, cómo único recurso para poder dar fruto… y que este sea abundante y permanente (Jn 15,16). No hay injerto que deje el árbol intacto: hay que cortar, abrir, introducir… acciones que pueden doler, pero que sanan en lo profundo (Job 5,18).

 

No sé si el injerto de mi hermana de comunidad prosperará… pero estoy convencida de que el Señor es mejor jardinero que ella.