Marcos abre el relato de la Pasión con la unción de una mujer anónima que vierte su perfume en la cabeza de Jesús (Mc 14,1-11). La escena está “encapsulada” en medio de dos textos muy breves: al comienzo, los dirigentes judíos planean cómo acabar con Jesús pero temen hacerlo de manera pública durante la Pascua por miedo a la reacción de la gente; al final, Judas acude a ese grupo para entregarles a Jesús a cambio de dinero y comienza a buscar cómo ponerlo en sus manos.
En una primera mirada, los personajes de las distintas escenas parecen opuestos: por un lado, los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y Judas; por otro Jesús, Simón el leproso, el grupo de comensales entre los que estarían los discípulos y la mujer. Más allá de este primer juicio sobre quiénes son “los malos” y quiénes “los buenos”, nos damos cuenta del dato inquietante de coincidencia que existe entre unos y otros: tanto los que buscan acabar con Jesús como algunos de sus comensales se mueven en un tiempo imaginario (subjuntivo), fuera del tiempo real en el que sucede la escena de la unción. Los “conspiradores” desean acabar con Jesús en el futuro pero temen que la fiesta de Pascua que se acerca interfiera en sus planes y tanto sus deseos como sus temores están fuera del tiempo real. Los comensales que critican el gesto de la mujer se sitúan también en otro tiempo hipotético y fantasean sobre algo ya imposible: si en vez de haber derramado ese perfume se hubiera vendido, se hubiera podido socorrer a los pobres. Cómo la acción concreta de la mujer les incomoda, escapan al tiempo de las acciones repetitivas y se alejan del tiempo único e irrepetible (indicativo) en el que están situados Jesús y la mujer que derrama el perfume sobre su cabeza, en una acción única e irrepetible.
Llamada de atención urgente para nosotros en este momento concreto que atravesamos: ojo a los tentáculos de huida hacia un pasado idealizado e imaginario, poblado de evocaciones melancólicas: “¿Os acordáis de cuando vivíamos antes del virus? Todo tan “como siempre”, todo tan organizado…, moviéndonos con toda libertad y haciendo aquellos voluntariados maravillosos que llenaban de sentido nuestra vida…”.
Ojo también a la intoxicación subjuntiva que coloniza con sus bacterias de ansiedad el futuro: “mira que si me infecto antes de que me toque la vacuna”, “a estas alturas y sin poder celebrar el capítulo…”, “dicen que después de verano podremos volver a la normalidad…”.
Más allá de ese magma gelatinoso de los hubiéramos y los podríamos, la realidad de la pandemia está aquí des-colocando costumbres, des-estabilizando seguridades, desplazando valores. Y es en este aquí y ahora en el que nos toca hacer aprendizajes y remover inercias, a no ser que seamos tan zoquetes como los destinatarios de aquella bronca de Pablo: “¡Gálatas estúpidos! ¿Estáis pasando en vano por semejantes experiencias?” (Gal 3,4).
Quienes se han dado cuenta de que es imposible “volver a lo de siempre” y se están enfrentando a la novedad que tenemos delante aseguran que, precisamente ahí, están encontrando rastros de perfume.