Fíjate en las palabras de alianza de tu Dios contigo: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas… Seguiré el rastro de mis ovejas y las libraré… Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear… Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas… Voy a juzgar entre oveja y oveja…”.
Al escuchar lo que tu Dios se compromete a hacer contigo, has reconocido lo que él es para ti: “El Señor es mi pastor, nada me falta… Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo… Prepara una mesa ante mí… Me unge con perfume… Su bondad y su misericordia me acompañan…”, hasta que “habite en la casa del Señor por años sin término”.
Al escuchar las palabras de la profecía, tú, Iglesia congregada para la eucaristía, habrás comprendido ya que eres un pueblo en camino “hacia la casa del Señor”, y que en ese camino tuyo es el Señor mismo quien va contigo, son su bondad y su misericordia quienes siempre te acompañan.
Al escuchar, lo dirás con toda verdad, lo pregonará tu corazón en fiesta: ¡El Señor es mi pastor!
Pero aún no te has fijado en su rostro, el de Dios pastor de su pueblo, y tal vez no sepas aún decir por qué, si él va contigo, nada te falta, qué mesa es la que él prepara ante ti, de qué modo tu Dios repara tus fuerzas.
Si quieres ver cómo te apacienta tu Dios, vuelve tus ojos a Cristo Jesús, a tu buen pastor, a tu rey y Señor: Verás que va curando enfermos, limpiando leprosos, vendando heridas, multiplicando panes, perdonando pecados, repartiendo gracia, llevando a los pobres la buena noticia que necesitan recibir.
Y si me dices que eso es lo que Cristo Jesús hizo con otros en otro tiempo, te diré que mucho más que eso es lo que ha hecho con nosotros, pues de él hemos recibido el perdón y la gracia, la reconciliación y la vida, el Espíritu Santo y la paz; con Cristo Jesús estamos junto al Padre; en Cristo Jesús somos hijos de Dios; por Cristo Jesús habitamos en la casa del Señor por años sin término.
Aun más, eso que ya has gustado en tu vida de fe, es lo que hoy se te ofrece renovado en la celebración de la eucaristía, en la que comulgas con el buen pastor de tu vida, con el evangelio de Dios para ti, con Cristo Jesús.
Pero aún hemos de volver sobre la palabra proclamada hoy. Escucha lo que en la profecía dice el Señor Dios: “Voy a juzgar entre oveja y oveja”. Y escucha lo que en el evangelio dice Jesús a sus discípulos: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre… se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras…”.
Aquel día no se me preguntará por lo que he recibido, sino por lo que he dado.
Aquel día se me preguntará por el amor. O lo que es lo mismo, aquel día se me preguntará por la bondad y la fidelidad con que hice camino al lado de los pobres; se me preguntará por la mesa preparada para que no falte mi pan a los pequeños del reino; aquel día se me preguntará por la suerte de mis hermanos.
Y una voz resuena en mi interior: Imita lo que has creído. Imita lo que comulgas. Busca a los pequeños para darles de comer, darles de beber, vestirlos, acogerlos, abrazarlos… Búscalos como a ti te ha buscado el Señor, y serás bendito para siempre en el reino del Padre.
Feliz comunión con el nuestro Pastor, con nuestro Rey.