¿Largo amanecer o atardecer de la vida religiosa en Europa?

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Hace años recogí en un libro toda una serie de reflexiones sobre la vida religiosa tal como yo la veía a finales de los años 80. Titulé aquel libro “Un largo amanecer. Hacia la nueva forma de la vida religiosa”. Hoy me puse a escribir “a bote pronto”. Comencé por preguntarme si aquel título no respondió a un sentimiento apresurado que después la realidad ha ido desmintiendo. ¿No debería haberse titulado más bien un largo atardecer, o incluso un largo anochecer? Aquí presento el resultado de mis reflexiones y sentimientos.

De verdad que la pregunta me resulta un poco embarazosa. ¿Me equivocaría en aquel momento al hablar en términos tan optimistas? ¿No tendría que haber titulado más bien aquellas reflexiones “Un largo atardecer: hacia la disolución de la vida religiosa”? Hoy, sin embargo, persisto en mi primera propuesta. ¡Nos encontramos en un largo amanecer! No tanto para darme la razón, cuanto para descubrir la nueva forma que el Espíritu le está dando a la vida religiosa, especialmente en Europa. De hecho, después de aquellas reflexiones primeras tuvo lugar el Sínodo sobre la vida consagrada, diez años más tarde el Congreso mundial de la vida consagrada con el título “Pasión por Cristo, pasión por la humanidad”. Y, por otra parte, los últimos Capítulos Generales no son “los últimos”, los capítulos del “cierre”, sino ordinariamente los capítulos de nuevas posibilidades, de las re-organizaciones, del carisma y la misión compartida, de la presencia de la vida consagrada en los “nuevos escenarios” de evangelización.

¿Dónde nos encontramos?

Desde el punto de vista estadístico

Desde el punto de vista estadístico ya lo sabemos y no es necesario insistir en ello. Consecuencias de la situación son las reorganizaciones a las que están siendo sometidas las circunscripciones de la vida religiosa en Europa. Surgen las provincias europeas o las provincias internacionales dentro de Europa. Estas reorganizaciones están bajo el signo también de la disminución.

Se trata de unos “recortes” necesarios después de una vida religiosa excesivamente numerosa y tal vez excesivamente presente en los diversos centros europeos:

Los institutos que no se dejaron llevar por el espíritu misionero y aventurero desde el punto de vista evangelizador, se centraron demasiado en Europa y en pocos países, frecuentemente de la misma lengua. Estos institutos verán cómo poco a poco desaparecen; no tienen bio-diversidad; han quedado recluidos en un solo ámbito cultural, que poco a poco los sofoca.

En cambio, aquellos institutos que se extendieron por el mundo, y ejercieron su ministerio en otros países, culturas, lenguas, han visto desplazada hacia esos ámbitos la fecundidad del carisma, se han convertido en institutos biodiversos; esta biodiversidad cultural, racial, espiritual, les permitirán subvenir las carencias que les carcomen en Europa y atender las presencias misioneras más importantes y reinventar otras necesarias. Se da la circunstancia favorable que Europa es cada vez más intercultural e interracial, debido a los movimientos migratorios. Por eso, el que la vida religiosa en Europa sea cada vez más asiática, o latino-americana o africana –es decir, una vida religiosa europea biodioversa–, hará que los institutos no desaparezcan, sino que sigan ofreciendo su servicio y sus posibilidades vocacionales a las nuevas generaciones europeas. En el despertar de una nueva Europa estará incluido el amanecer de una forma nueva de vida religiosa en Europa.

Desde el punto de vista espiritual

Desde el punto de vista espiritual los religiosos europeos no muestran una preocupante ansiedad. Oran por las nuevas vocaciones pero sin agobio, sin obsesión. Las mayorías se aprestan a vivir la última etapa de su vida para morir como los cipreses “de pie” y “en pie de misión”. Y quienes ya no pueden más, por su enfermedad y limitación siguen orando: “¡sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!”.

La vida religiosa que envejece es la generación que vivió entusiásticamente el Concilio Vaticano II. Es la generación que acogió sus mensajes y los tradujo en renovación eclesial y religiosa. Es una generación que durante la década de los setenta, ochenta y noventa, ha protagonizado uno de los cambios mas espectaculares en la historia de la vida de la Iglesia; una generación imaginativa, creativa, a veces precipitada e impaciente, demasiado entregada a la acción y menos a la oración y contemplación, obediente a los signos de los tiempos, tratando así de responder a las demandas del Espíritu. Esta generación ha ido envejeciendo. No comulga con ruedas de molino. Mantiene los principios de la renovación y del diálogo con el mundo ahora que tiene menos recursos, menos imaginación y     creatividad. Se siente progresista evocando su pasado. En su edad adulta y adulta avanzada esta generación carga sobre sus hombros la herencia recibida: ¡demasiado peso ya para su cansancio y no cuenta con relevos suficientes!.

Están llegando también a la vida religiosa los “recortes”, las necesarias “reducciones” de posiciones, obras y actividades. Los líderes de los institutos deben de salir al paso de una situación crítica, que les lleva a poner en práctica aquello que Johan Baptist Metz propuso hace muchos años: el “ars moriendi charismatica”. Hacer del atardecer de personas, presencias y obras, un “carisma” para la sociedad y la Iglesia.

En tales condiciones, aunque se muestre en nosotros una cierta rebeldía interior que fácilmente se serena en la oración y en la evocación de nuestra esperanza, aceptamos el vernos colocados en un segundo plano, o ser relegados y no suficientemente apreciados. No pocos obispos y miembros del clero diocesano y del laicado encuentran en otros movimientos, en otras formas de vida consagrada y en un laicado más adicto, los recursos personales más jóvenes que los planes pastorales requieren.

La vida religiosa anciana se despliega en tres actitudes: la actitud “pasota”, es decir, la de aquellos o aquellas que “pasan” de todo, no se interesan por nada, dicen un “amén” laico, descomprometido y viven en un ámbito reducido de intereses privados; la actitud militante e irritada del “progresista congelado”, de quienes siguen defendiendo sus propuestas progresistas de los años 70 u 80 y critican todo lo demás; la actitud sabia de ese vida religiosa anciana que se centra en “lo esencial”; mantiene relaciones de fraternidad y mutuo servicio, le da a la vida comunitaria un sentido menos ritualista y más veraz o sincero; es una vida religiosa “sacrificada” por las cargas que asume, colaboradora desde un segundo plano, y humilde por las renuncias a las que se ve abocada. (Artículo completo en VR, Enero 2013)