¿Heredar hoy o mañana?

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Los hijos heredan cuando corresponde. Resulta que la Palabra de Dios nos recuerda que “ahora somos hijos de Dios” pero que ¡aún habrá más!

La liturgia de hoy nos recuerda que todos somos hijos de Dios, amados por Él y con capacidad para demostrar nuestro parentesco. Somos santos, distintos y diversos; con situaciones vitales diferentes, pero hijos de un mismo Padre y hermanos entre nosotros. El caso es que llevamos impresa la genética de Dios y no hay más que mirarnos y ver a Cristo, nuestro hermano mayor para comprobar nuestro linaje. Bueno, la verdad es salimos perdiendo en amor ante tamaña comparación. Pero, sigamos.

La Palabra de Dios nos hace caer en la cuenta del modo de heredar. Jesús, “subió a la montaña y se puso a hablar enseñando a la gente”:

– Bienaventurados los que ya han heredado el Reino de Dios. Son los pobres de espíritu y los perseguidos por la justicia que buscan y persiguen. Pobres -como María- que dejan a Dios hacer en su historia, y justos -como los mártires- que entregan la vida por fidelidad a Cristo. Éstos ya han recibido la herencia; tienen propiedades “en el reino de los cielos”.

A nosotros nos gustan las propiedades más cercanas; no tan arriba. Tierras, casas, coches, rasgos, cualidades en este mundo, “aquí en la tierra”; que renten aquí y ahora. Yo soy de esos, por lo tanto ni pobre ni fiel.

– Bienaventurados los que heredarán en el futuro y que ahora viven en carencia: que lloran cada noche, que sufren de corazón y precisan la justicia divina en sus vidas. Su situación es tan desesperante y tan dura que “heredarán la tierra”. Supongo que será en una tierra nueva, libre de llanto, de sufrimientos y de injusticias. ¡Falta tanto para eso!

A nosotros nos gustaría que Dios bajara y pusiera orden y consolara a los que lloran. Pero, a buen seguro, nos pondría castigados en un rincón a más de uno.

– También, llama bienaventurados a los que se entregan de corazón a sus hermanos, los que trabajan porque haya cierta paz y los que todavía son capaces de mirar con buenos ojos. Éstos llevarán el nombre “propio” de hijos de Dios y le verán. ¡Verán a Dios! Ciertamente es difícil saber cómo será, pero la escena del Apocalipsis nos revela a un Dios sentado en majestad y poder que acogerá a todos los que han salido victoriosos de “la gran tribulación”.

¿Entre cuáles estamos nosotros? ¿Todavía nos quedan ganas de reclamar algo de esa herencia?

No hay que desesperar ya que todo “el que tiene esperanza en Cristo se purifica a sí mismo”. Y a mí me está costando reconocer que, aunque el cielo está para mí, todavía me falta mucho para ser pobre y justo. Todavía no he llorado lo suficiente, ni he sufrido tanto por amor y no se han cometido contra mí tamañas injusticias. Me da vergüenza hablar de Cristo en algunos momentos, no sé si sería fiel ante un fusilamiento o una pérdida familiar. Pero, ¡si pierdo la paciencia a la primera de cambio! Y, además no miro a mis hermanos con amor y no busco siempre lo justo… ¡Vamos, veo que me quedo sin nada ante el notario.

Pero sí me purifica, sí. Me hace reconocer que a mi lado, por encima de mí, en el pasado y en el futuro tengo hermanos, santos, que, olvidándose de sí mismos, trabajan porque irrumpa en la tierra un rayo de misericordia divina. Y han entregado sus vidas para que yo pueda saber cuál es mi herencia como hijo.

Eso me tranquiliza y me anima porque ¡aún hay más!