Poco a poco fuiste haciendo tuya la Vida que latía en el seno de tu esposa. Tú, José, no la abandonaste: ¡siempre con ella, siempre a su servicio! Tú eres el único que dispone de aquel fantástico álbum fotográfico -que ninguno de los Evangelistas pudo ver-: porque en tu retina quedaron grabadas las imágenes de María llorando, orando, sonriendo, sufriendo… ¿Qué habría sido de María sin ti, sin tu presencia, sin tu amor? Entre millones y millones de varones, Abbá te escogió, para que fueras su extensión humana, su providencia, su brazo fuerte.
Además eres, José, “hijo de David”. Llevas en tus venas la sangre de la Promesa. Eres el mejor resumen de toda la Antigua Alianza, que en tí está a punto de convertirse en “Nueva”. Nunca sospecharía el gran rey David que tú, uno de sus últimos nietos, serías el guardaespaldas, el esposo de la madre del Rey que te fue prometido.
José, cuando llegó el momento del parto, tú estabas allí, de nuevo como guardaespaldas, como testigo, creando la atmósfera de amor que aquel humilde portal no ofrecía. Tú contemplaste por vez primera al Niño-Dios. Viste a Dios en Él. Te sentiste envuelto en su Gloria.
Y descubriste tu vocación de “guardaespaldas de Dios”, de imagen humana y paterna, del Abbá del cielo. Y el fuego de tu corazón -encendido por el Espíritu- se convirtió en “compromiso hasta la muerte” con Aquel Niño, con aquella Mujer tuya.
Fuiste guardaespaldas sin violencia, sin recurrir a ningún arma.
Fuiste guardaespaldas con tu vigilancia inteligente, como si se te hubieran concedido los siete ojos del Espíritu.
Fuiste guardaespaldas con tu astucia santa y tu estrategia. Nada, nada malo les ocurrió, ni a la Madre, ni al Niño… hasta que los llevaste a Nazaret.
Quizá en un momento de despiste… doce años después, el Niño se os escapó. Hasta ese momento tu hoja de servicios había sido intachable. María, tu esposa, le dijo al Pequeño: “¿Porqué nos has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos ansiosamente”. Entonces Jesús te dijo que no necesitaba tanto tu protección, que su guardaespaldas era el Abbá del cielo. Más tarde, Jesús le diría a tu Esposa algo semejante: “¿Qué hay entre tí y mí, mujer?”. La luz de Jesús era cada vez más intensa… y vosotros fuisteis desapareciendo de la escena de su vida.
José, felicidades. Supongo que en el cielo no te será difícil “revivir” la felicidad de aquellos años, abrir el álbum viviente de aquellas inolvidables experiencias. Y cuando lo hagas, felicita -por favor- de nuestra parte al pequeño Jesús y a su joven Madre María. Y, tú, multiplica tu presencia en este planeta, en esta humanidad donde tantas vidas, tantos pequeños, tantas mujeres, se encuentran desprotegidas. Sé también guardaespaldas de la humanidad.