¿Dónde están las llaves?

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Hoy Nati nos ha pedido dejar las llaves de su casa en el convento. Dice que se está haciendo mayor, que no tiene familia en Madrid, que se le olvidan las cosas y que no sabe en qué momento va a salir sin ellas y quedarse en la calle. Le digo que sí, pero que espere a que lo comente a la comunidad.

Así que, en el comedor, cuando estamos reunidos los cinco les transmito la petición. ¡Claro que sí! -dice mi superior-, y uno a uno van dando relación de las llaves de familias que nos las han dejado en depósito. ¡Bendito sea Dios! ¡Medio barrio! Y la verdad es que no en todos los casos son mayores o no tienen familia.

La gente se fía de los frailes. Nosotros que nacimos itinerantes y sin nada, ahora somos depositarios de las llaves de la gente por nuestra estabilidad. Y claro, porque somos dignos de confianza. Me llena esto último porque si no fuera así habría que preguntarse para qué estamos en el barrio.

Pero esta petición sencilla me ha llevado a pensar que a nuestra pequeña comunidad de frailes se nos considera como parte de los vecinos del barrio. Que nos entregan las llaves de sus casas, de sus corazones, de sus esperanzas. Que quieren que le acompañemos y sepamos de sus soledades, de sus tristezas y gozos. Y eso es muy hermoso porque, en esta etapa de la historia, cuando la misión se transforma por la edad, el Señor nos concede seguir estando al servicio de Nati, de Juana, de Pedro, de los Ramírez… Eso sí, diciendo a todos los frailes dónde colgamos el manojo de llaves porque no es la primera vez que viene la familia y no sabemos dónde las puso el fray que las recogió.

Por cierto, las llaves del convento las tiene una familia de la parroquia… por si acaso.