IDENTIDAD, ¿RIQUEZA O AMENAZA?

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Si por identidad se entiende lo que somos, entonces hay que decir que cada uno de nosotros es un misterio que nunca acabamos de conocer. La pregunta por la propia identidad, la pregunta: ¿quién soy yo?, es una pregunta que nunca encuentra una respuesta terminada y definitiva. Porque en realidad yo soy más de lo que digo ser y, sobre todo, soy más y otra cosa de lo que otros dicen de mi. Sin duda, lo que digo yo sobre mi y lo que otros dicen, expresa algunas realidades que me conciernen, pero nunca agota lo que soy y lo que puedo ser.

Normalmente se entiende por identidad aquello que nos caracteriza, nos identifica, nos hace distintos a los demás. Entonces hay que decir que nuestra identidad es múltiple, está compuesta por distintos factores, por distintas relaciones y por distintos quehaceres: yo soy español, y también soy dominico, soy profesor, soy cristiano y un montón de cosas más. Soy muchas cosas. Y, según quién me pregunta o dónde me preguntan, respondo con una u otra de esas realidades que me caracterizan y me sitúan dentro de un determinado grupo humano, social o profesional. No hay contradicción entre estas realidades que me caracterizan y, en cierto modo, expresan quién soy.

Quizás, en algún momento, pueda darse un conflicto o, mejor una tensión entre alguna de estas realidades que me afectan personalmente. Pudiera darse el caso de que el ser dominico, en algún momento, me obstaculizara el ser profesor o el ser alcalde de mi pueblo y frustrara mi vocación política. Pero normalmente estas tensiones suelen ser puntuales. Y, en caso de ser decisivas, me obligan a optar por lo que me identifica más o resulta más propio y más adecuado a mi persona. Si de verdad fuera incompatible el ser religioso y el pertenecer al partido político de mis simpatías, al elegir uno de los dos aspectos manifestaría lo que quiero ser.

La buena identidad es siempre abierta, flexible, acogedora. Por eso tiene capacidad de integración y de enriquecimiento. Soy lo que soy, he nacido donde he nacido, tengo los rasgos que tengo, practico una determinada religión. Cierto, otros han nacido en otro lugar, tienen unos rasgos ligeramente diferentes a los míos y probablemente dicen de su Dios lo mismo que digo yo del mío, aunque sin duda de otra manera. Y, sin embargo, ¡somos tan parecidos!, en el fondo, somos iguales. Reconozco mi identidad y la dignifico cuando reconozco la identidad del otro y la respeto. En el otro me reconozco a mi mismo, aprendo lo que soy, precisamente en lo que me diferencia, pero también en lo que me iguala. (Continuará).