Ahora que algunos corremos el riesgo de convertirnos en personas a una pantalla pegados, se hace más necesario que nunca humanizar la red. Esta humanización requiere, en primer lugar, mucha responsabilidad. Cada uno debe ser capaz de responder ante Dios y su conciencia de la verdad de lo que escribe. Porque donde no hay verdad, sino media verdad, suposición, apariencia, impresión, si cuenta más el hábito que el monje (o la monja), si solo importa la rentabilidad o el número de entradas, si la ideología o los gustos estéticos son el criterio de lo que se publica, si el mundo se divide en buenos y malos, si no hay matices o escala de grises, lo escrito se convierte en un arma arrojadiza que puede causar daños irreparables.
La verdad debe decirse con caridad. Dicha sin caridad deja de ser verdad. Donde no hay amor, la verdad se corrompe. Cuando digo que la verdad debe estar calificada por el amor quiero decir que la verdad no se impone con coacciones, insultos o amenazas. La verdad confía en la libertad y se impone por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y dulcemente en las almas. Por lo demás, cuando descalificamos en nombre de la verdad a los que apelan al amor, no hacemos más que inocular a pequeña escala el mismo virus que, a gran escala, conduce a las guerras y al terror.
Todo esto me lleva a pensar que en la red hay una gran necesidad de silencio (la expresión “silencio en la red” la escuché hace meses a un buen periodista), precisamente para que pueda oírse la verdad con amor. Hay excesivas palabras que ahogan, noticias falsas, bulos, campañas descalificadoras y comentarios hechos con muy mala educación. Sobre todo en las páginas religiosas necesitamos un silencio constructivo para que se escuche la verdad de Dios. Silencio constructivo no significa dejar de publicar. Significa utilizar un lenguaje propositivo, comprensivo, que tienda puentes de diálogo, que escuche al otro, que tenga en cuenta que lo que “el otro” dice es quizás un aspecto de la realidad que se me había escapado.
Silencio constructivo significa tomar partido por los más débiles. Significa también usar un lenguaje que sane las heridas y no las empeore. Porque hay heridas que, cuando empeoran, llevan a la muerte. Una página que solo busca condenar no puede ser religiosa. Hay demasiados disparos. Necesitamos el aceite del consuelo que cura las heridas, y el vino de la esperanza, que nos une como hermanos por encima de las diferencias