Huérfanos

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Hoy Jesús en el Evangelio nos regala una frase que es mucho más que eso. Es una afirmación que atraviesa los tiempos y los espacios, es una certitud que nos atraviesa los tuétanos del alma: «No os dejaré huérfanos».
Jesús se despide de los suyos, vuelve al Padre, a su hogar, a su fuente. Pero no lo hace abandonándonos ¿Cómo lo podría hacer el Pastor que nos conduce a los pastos de azucenas?
Su promesa es realidad en las comunidades frágiles que formamos parte de una Iglesia universal. De una Iglesia también frágil que no pocas veces atraviesa cañadas oscuras porque la libertad de los seres humanos nos hace transitar por ellas.
En esta paternidad/maternidad gratuita nuestro Hermano mayor nos va susurrando al corazón que sigue valiendo la pena apostar por la belleza, por lo diminuto hermoso que pasa desapercibido a tantas personas. Que la bondad abunda y que nuestras fragilidades son nuestra fuerza porque transparentan la luz de aquel que unió cielo y tierra en eterna Alianza. Que ya no estamos solos, nunca solos, incluso en esos momentos de angustia y de sinsentido que se cuelan sin que nosotros lo podamos impedir. Incluso en el pecado que nos hace insensibles puede, el Pastor de azucenas, mostrarse cercano y acompañante: «Yo tampoco te condeno»
Mucho más que compañía, mucho más que cercanía. Habitante y huésped generoso, tienda en medio del mundo, fragilidad extrema de resurrección llagada. Vida de nuestra vida.
Nos somos huérfanos y nunca lo seremos.

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