Historias que sanan

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Hay días en que necesitamos que alguien nos dé un toque, nos saque de nuestros ensimismamientos y nos traiga al corazón el valor de los gestos sencillos, anónimos, y su gran potencial para humanizar la vida. Ese regalo he recibido en un email de una amiga de la Compañía de María (lo comparto entero porque merece la pena), ella está en su etapa de jubilación y dice así:

“Muchas veces en mi vida había leído el texto evangélico de la mujer encorvada (Lc 13, 10-16) y ahora he tenido la gran suerte de encontrármela y compartir con ella. Se llama Mª Carmen, tiene 49 años, y lleva 18 imposibilitada con una enfermedad progresiva. La he conocido en una Residencia para ancianos y enfermos. A primera vista impresiona, su cuerpo está totalmente deformado pero en su rostro no hay huella del dolor interior, todo lo contrario, en él se manifiesta la hermosura de su alma y de su corazón, pues éstos no están deteriorados.

Mi presencia en esta residencia es sencillamente estar, mirar a los ojos, escuchar, acompañar desde una dimensión sanadora, utilizando mis manos, para que la fuerza de vida que está bloqueada pueda expandirse en la persona. Cuando estoy con Mª Carmen, pongo esa energía a su servicio, para que la vida que hay en ella le ayude a vivir en su enfermedad progresiva. He experimentado en mí, y en ella, que más allá del cuerpo nuestra alma y nuestras emociones juegan un papel importante en ese proceso de sanación. Descubro la importancia de poner al servicio, y al bien de los demás, ese poder del Espíritu que dio origen a todo y que a través de la fuerza del amor es fuente de curación. Pues si vivimos desde el amor, seremos seres sanos, aunque el cuerpo se deteriore, como es el caso de esta mujer.

Cada vez que estoy con ella, poniendo mis manos en el corto espacio de su espalda, al finalizar nuestro encuentro, ella siempre me expresa: ‘Creo firmemente en lo que me haces…y siento mucha paz’. Es lo mejor que puedo oír, y cuando me voy de su habitación, salgo también yo ‘enderezada’, y puedo leer mi vida desde un Dios que es presencia… y al que puedo percibir en la dignidad de todo ser humano”.

Siento que historias como estas nos enderezan y nos enseñan que vivir desde el amor siempre sana. ¿Cómo agradecer la vida de tantas mujeres de Dios que acompañan dignidades? Día a día, en una residencia de ancianos, en una enfermería, en un centro de personas con discapacidad, en un hogar de niños…ellas están allí, ocultas para muchos, tejiendo entrañablemente hermosas historias de compasión y solidaridad.