Tres conceptos que no parecen poder ir unidos en la misma persona – hija, madre y sierva- y que sin embargo se funden en vivencias personales en el vivir de cada día de un modo anónimo y fecundo. Me refiero a las Hijas de la Caridad, esas consagradas que en estos días suelen ser reconocidas y buscadas por las almas que sienten el deseo de ser más solidarias y generosas de lo ordinario y las utilizan como puente seguro y estable para llegar a los más necesitados, las que juegan con el azul del cielo y el blanco de lo sencillo en sus pobres hábitos y que las relacionamos con los comedores sociales, y los lugares de mayor dolor y sufrimiento causados por la pobreza.
Ayer el resfriado, no bien curado, me obligaba a ir al centro médico para utilizar el servicio de guardia buscando alivio a la noche de insomnio producida por una tos insoportable y una respiración pobre. Acudí al centro de San Fernando, desde el que tuve que evacuarme hasta la L del hospital donde están concentrados los servicios, con ese deseo de recorte que nos inunda. Pensé en los pobres, los que no tienen los medios que yo tengo para desplazarse. Pero lo que captó mi atención, fue un grupo de gente que se movía en el parque de la barriada; estaban gitanos, guardias civiles, hijas de la caridad, algunos paisanos y profesionales con cámaras grabando el momento. Creí que se trataba de apoyo para evitar algún desahucio de personas del barrio y me entraron ganas de unirme y estar con ellos, porque me siento en deuda con todos los que lo hacen normalmente y a los que no me uno por falta de organización y priorización del tiempo y las actividades. Pero no era un desahucio, se trataba de una recogida de productos de buena clase: aceite, patatas, etc. de un supermercado. Ya me enteré de la historia, aquello era fruto del partido de fútbol entre guardias civiles y gitanos, que celebran cada año, con la intención de sacar fondos de ayuda a los comedores sociales de la ciudad de Badajoz. Buena causa que ponían de manifiesto ante la ciudadanía con las cámaras y la presencia de los medios de comunicación. Allí estaban un par de religiosas, hijas de la caridad, con la sencillez y el anonimato que las caracteriza en su vocación y en su hacer, todo sin que se les note. Agarradas a las garrafas de aceite y a las cajas, al verlas los gitanos y civiles les pedían que no cogieran ese peso y se extrañaban con la agilidad con que las trasladaban de un sitio para otro. Ellas respondían, con sonrisas de cariño y fraternidad, diciendo que eso es lo que estaban haciendo todos los días. Tomé fotos del acto para difundirlo en facebook con una simple anotación que decía: Gitanos, Guardias civiles, Cámaras, periodistas… y ellas, las que cargan, se encargan y se hacen cargo de los pobres, las que son hijas de la caridad y madres de los pobres. Y todavía me queda grabada su imagen en las entretelas de las entrañas ahí donde pretendo profundizar en ser y el vivir del Espíritu de la Navidad.
Las contemplo y en ellas observo ese espíritu auténtico de la navidad que es “el de todos los días”. Mujeres que se han descubierto en sus historias sencillas y ocultas como hijas de un Dios que les quiere gratuitamente y que las enriquece con esa capacidad de amar que no tiene medidas, ni ajustes, ni recortes, solo la voluntad de darse y entregarse en una obediencia filial que las lleva a querer hacer la voluntad de su creador y Señor, como Jesús lo hacía queriendo ser fiel al Padre, y como lo hizo también la virgen su madre. Ahí están estas mujeres que porque se sienten hijas de Dios, en el corazón de lo divino se sienten, desde su pobreza, hermanas de la historia y en especial de los que no tienen hermanos, de los más pobres de esa historia.
En dicha visión de la vida es el único sitio desde donde comprendo su virginidad. Hijas y vírgenes para ser madres y ser fecundas, hay una virginidad que fecunda la historia y que protege y lleva maternidad donde hay orfandad de cariño y cuidado humano. Miro el horizonte de la humanidad y las encuentro a ellas allí donde está el solo, el roto, el inválido, el dependiente…donde la humanidad sólo es niño envuelto en pañales y acostado en pesebres de la sociedad. Allí están con el manto del consuelo, con la ternura de la madre, con el beso del cariño que nadie puede dar ,si no tiene la gratuidad que Dios concede a los que le son fieles y le entregan todo el amor de que son capaces.
Y comprendo – lo que es un misterio para el mundo y para mí- que son libres siendo siervas y esclavas, pero por amor. Las hijas de Dios, las madres de los pobres, por la filiación y la maternidad –centradas en Jesús de Nazaret- quieren servir y amar a esos señores de sus vidas que son los necesitados. No puede haber mayor locura que hacer de los pobres nuestros señores, pero esa es la locura del Dios Cristiano que vence al mal desde la compasión y la misericordia de una pobreza entregada en un amor sin límites, que se manifiesta en el Jesús que nació pobre en Belén. Ellas lo han entendido y cargan con el peso del sufrimiento de los otros y con todo lo que lo alivie porque es lo que hacen “todos los días”, oficio divino.