Ha pasado mucho tiempo desde entonces y a estas alturas de la vida y después de haber tenido la suerte de conocer a muchas personas, he llegado a la conclusión de que me quedo con las híbridas (adjetivo que, según Wikipedia, viene del latín hybrida “mestizo” y califica “al producto de elementos de distinta naturaleza”). La gente híbrida que conozco, no es que tenga un poquito de sobrenatural y otro de natural, sino que son personas que viven el Evangelio tan de verdad, que ha llegado a hacerse natural en ellas y el reaccionar según Jesús no les es algo superpuesto ni forzado, sino que fluye de una manera serena. No dudo de que detrás está el dejar atrás sus propios gustos e inclinaciones, pero con una sencillez tan libre de aspavientos, que recuerdan a esas parejas de patinadores que se deslizan sobre el hielo con armonía, aunque conseguirlo les haya costado muchas horas de ensayo y de batacazos.
“Tan humano solo podía ser Dios mismo” afirma el teólogo Leonardo Boff de Jesús y creo que está en relación con lo que decía san Juan de la Cruz: “Abajéme tanto, tanto, subí tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance”. Quizá sea ese el secreto de un seguimiento híbrido: el que coinciden misteriosamente en él la bajura de quien se sabe pobre y poca cosa, con la altura que no se detiene hasta encontrar esa caza a la que busca dar alcance.