De los grandes argumentos a la historia diaria donde se «teje la vida»
Diálogos desde la totalidad y gratuidad
El momento es apasionante, despierta interés. Quienes nos observan se preguntan si esta estructura nuestra pasará la barrera del tiempo. Quienes lo vivimos tenemos por un lado el «secreto» revelado por el Señor Jesús de que así será, y, a la vez, la interna convicción de que tal y como estamos, con las redes que hemos configurado para expresar nuestra vinculación comunitaria, no será así. Algo está cambiando y lo que es más claro, aunque no sepamos poner contenido, algo más radical va a cambiar.
No hay variación en los grandes principios que sustentan la comunidad evangélica. Ésta nace de una llamada, un compartir vida y un envío (Cfr. Mc 3) y además de un humus que permite una lectura propositiva común de esperanza para nosotros y para los otros. En grandes trazos y en síntesis este es el foco desde el cual ayer, hoy y siempre se ilumina y orienta la comunidad. La pregunta por el hoy en cada momento de la historia es lo que nos puede aportar claves nuevas de interpretación y acción para lograr aquel estilo de vida por el cual «lo hemos dejado todo».
Estamos en una era con fronteras móviles. Fronteras físicas y también culturales. Las seguridades de ayer hoy se muestran terriblemente inseguras. Los líderes que hace horas nos daban seguridad y un punto de esperanza, se derrumban en cuestión de segundos, minutos o meses. Casi nada es fijo y estable. Valores como la fidelidad, necesitan, en seguida, circunstancia de modo y lugar… a quién, a qué y cómo. Somos nosotros, llamados a experimentar el gran don de la comunidad y comunitariedad de aquellos que nos gusta definir como «individualistas», con esa pretenciosa distinción pedagógica que mostramos cuando hablamos de los otros. Dentro de la experiencia de comunión, vamos creando, nosotros mismos, líneas de adhesión o quebranto que no existían. Las creamos nosotros. «Es un buen religioso, ha entendido perfectamente el proyecto en el cual estamos y lo asume», yo he utilizado esta escala de valoración. Ahora bien, ¿qué proyecto?, ¿de quién? Es proyecto de Dios?, Es mío? Es valor intrínseco de la comunidad? Es fiel a lo que el Espíritu está pidiendo para el aquí y el ahora o es mi lectura particular del momento, que nace de mi… y en no pocas ocasiones viene a garantizarme a mí y mis ideas? Son las preguntas internas (y externas) de un individualista, cuando piensa que sus hermanos también lo son.
Nuestra movilidad se expresa, sobre todo, en la común aceptación de un tiempo de reestructuración o de nueva clave organizativa. Un proceso válido, necesario y fiel pero que, como todo proceso humano, se va cargando con disyuntivas maniqueas con consecuencias no saludables para una comunidad que afronta el siglo XXI con algunos síntomas de debilidad:
1. Un grado de satisfacción ingenua ante los grandes proyectos, por los mentores de los mismos. El papel, siempre fiel, aguanta que una propuesta, asumida por un equipo reducido, contemple como cuatro ideas articuladas deben dar vida a un grupo de mujeres o de hombres que han sido llamados a ser comunidad y
referente evangélico en un contexto de increencia. El culmen es llegar a pensar que esas ideas, con esos plazos, tienen no sólo que producir vida en esos contextos, sino que cohesionen las existencias de esos hombres o mujeres distintas y , a veces, distantes.
2. Una forma demasiado extendida de aparente aceptación: el silencio. Es la manera más clara de reducir la reestructuración a materia, sin llegar a transformar el corazón de quien tienen que ser comunidad. Algunas propuestas pueden provocar que la vida de la persona religiosa se vacíe de referencias de pertenencia y la opción sea un silencio que parezca obsequioso, pero que en realidad exprese, sin decirlo «esto está bien para quien lo quiera, pero no tiene que afectar mi vida». ¿Estará creciendo el número de consagrados que están diciendo basta, sin decirlo? José Cristo Rey no hace mucho reflexionaba sobre este particular. Los modos de control no son buenos para el gobierno, cuando éste quiere ser animación. Una forma de hacerlo es preguntar cómo son, qué quieren, dónde van… Es la urgencia de conocer el interior… Pero esto está provocando también el efecto contrario, el silencio. Explícitamente la respuesta de la inhibición.
Cuando celebramos una asamblea, por ejemplo, si se nos pregunta: ¿cómo ha salido? Tenemos prácticamente hecha la respuesta: «bien, la gente ha estado muy atenta y han participado muchos o muchas» Y nos quedamos felices, y hasta decimos ¡qué bien! , ¡cómo sintonizan…! Aún más, la evaluación puede incluso decirlo. La respuesta del millón «son los años luz» entre lo expresado y la verdad que pasa por el corazón de cada participante.
3. Los que conocieron vitalmente las décadas de los 60 y 70 echan de menos aquella ebullición. Aquellas preguntas y aquellos contrastes. «Los porqués se unían a los grandes ideales y opciones». Curiosamente un tiempo en el que aparentemente la autoridad estaba más marcada, era un tiempo en el que la autoridad se encontraba con respuesta «interactiva…» Hoy la protesta ha cambiado y se manifiesta en un individualismo funcional expresado en silencios que permiten que cada uno sea cada uno y siga en lo de cada uno . A. Bocos además de señalar unos retos realmente novedosos para esta era (multiculturalidad y sociedad líquida, por ejemplo), sitúa en los desplazamientos del ser al tener y del tener al aparecer la clave para afrontar este tiempo de reestructuración. Lógicamente hay que añadir la credibilidad interna y externa de nuestra comunidad y la articulación de la misión.
4. Una vida de comunión sin preguntas. Y, por tanto, sin respuestas. Un clima social que ha encumbrado la subjetividad a cotas inimaginables en otro tiempo, permite una serena convivencia sin implicación interpersonal. La cuestión es sacar adelante los grandes proyectos, sin que se de cuestionamiento de los proyectos privados. No hay conflicto, pero no hay mordiente pastoral, no hay comunidad. Se tiende a sumar individualidad con la esperanza de que en el resultado se de el ansiado proyecto aglutinador.
5. Vacío de pertenencia. Un proceso de reestructuración trae como consecuencias el movimiento de algunas fronteras, sobre todo por lo que se refiere a las grandes líneas de acción: opción por una presencia determinada o área geográfica. Siendo necesaria la erección de nuevas referencias que motiven, frente a una sensación de desgaste y cierre…, se están dando síntomas preocupantes de mirada hacia lo particular sin asunción de lo general. Dicho de otro modo, generaciones de religiosos de mediana edad, están viviendo un viraje significativo hacia sí mismos conjugando una aparente asunción de un proyecto comunitario, sin pedir ni ofrecer nada a la vida de comunión diaria. Sobre este particular, recomiendo vivamente la reflexión sobre el artículo: « Vida religiosa y cambio: la reorganización de los institutos» de Pina del Core .
6. Una reflexión sobre la comunidad, siempre viva y necesaria, que expresa el sentir de la vida consagrada sobre la necesidad de encontrar el marco y el desarrollo de lo que es una comunidad apostólica para este tiempo. En general se percibe una reflexión coherente sobre la vida en comunión y sus dinamismos de animación. Queda, sin embargo, un vacío en el cómo .