HAY INNOVACIÓN EN LA VIDA CONSAGRADA

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Cuando entramos en el Evangelio

(Diana Papa. Clarisa. Otranto (Lecce-Italia)). Vivimos en un tiempo complejo donde las coordenadas de la vida consagrada parecen discurrir sin encontrarse, especialmente cuando las circunstancias de la vida ocultan el sentido de la consagración. Como todos los hombres y mujeres, las personas consagradas viven marcadas por la necesidad individual de tenerlo todo de manera inmediata, y esto no siempre nos permite captar los signos de una nueva vida. Pareciese que el mundo de las personas consagradas está destinado a perecer: la misma comunidad o los proyectos personales, de hecho, a menudo se fijan objetivos dirigidos a resolver los problemas inherentes al declive de las congregaciones o monasterios y no a consolidar la vida como seguidores de Cristo. Desde una visión horizontal de la realidad, falta la capacidad de una lectura evangélica de la historia que nos permita reparar en lo que proviene de Dios en lo ya existente.

Desde una visión general y también en el detalle, podemos ver la obra del Espíritu en acción en la vida consagrada. Aunque hoy el cuerpo está culturalmente idolatrado, en las comunidades se está descubriendo la belleza de la corporeidad, como lugar de relación a través del cual Dios se revela y forma a la persona consagrada. Así, cada uno se educa para permanecer en contacto con el aliento del Espíritu que lo vivifica, para abrirse a la maravilla. A la contemplación de la existencia como un regalo. En este viaje, con el corazón en Dios, experimenta la belleza de la existencia, escuchando lo que está sucediendo. Moviéndose en la vida habitada por el Señor, no la proyecta en forma estática, sino que en cada fase de la vida, le permite iluminar y guiar el significado de su existencia. Con Cristo, se reevalúa el tiempo, no como una sucesión de eventos, sino como el hoy de Dios constantemente revelándose a sí mismo en el presente de la persona. Elegir cada día, vivir de acuerdo con la opción fundamental, Jesucristo y el Evangelio, en el don de la vida sin condiciones, favorece la maduración y, por lo tanto, la realización de cada uno dentro del proyecto de Dios.

Se descubre así, en la vida diaria la dimensión mística, que permite descubrir la vida verdadera y auténtica, sin artificios, y en constante adoración. De hecho, reconoce que es posible moverse constantemente bajo la mirada de Dios, para encarnar el Evangelio como Jesús, en el momento presente. Es evidente que se trata de una relación con cada persona y su rostro, a la que hay que reconocer el espacio sagrado que lo separa y lo une a los demás. Con gratitud vive el don de la fraternidad como lugar teológico que le hace respirar la presencia de Dios. Siguiendo el ejemplo de Jesucristo, se libera de todo para cuidar las relaciones y vivir con lo necesario, para convertirse en hermano o hermana de toda persona pobre de recursos o de valores. Encarna el Evangelio, cuando acepta las normas no como control, sino como expresión de la custodia del bien común que garantiza la posibilidad de permanecer en el Evangelio. Colabora en la construcción del reino de Dios, convirtiéndose en testigo del Señor resucitado en el monasterio, en un lugar de encuentro o en las calles donde se construye la historia de hoy desde la pluralidad de tantas personas.

Nuestro mundo es un campo abierto: Jesucristo nos invita todos los días a entrar, no a ser espectadores, a realizar el Evangelio donde estamos ubicados. ¿Reconocemos los signos de la resurrección ya presentes en nuestra vida?