HANS ZOLLNER, SJ. VOZ FIRME DE LA IGLESIA FRENTE AL ABUSO SEXUAL A MENORES

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Como Iglesia hemos perdido mucha credibilidad con los abusos sexuales a menores. Recuperar la confianza depende de la respuesta que demos hoy

(VR). Trabajando en un asunto tan delicado y difícil como la prevención y cuidado de los menores (y los abusos) dentro de la Iglesia ¿Ha perdido la confianza en la Iglesia como institución?

Es cierto que, por desgracia, en muchos países no se está afrontando la prevención y la justicia a las víctimas con la seriedad necesaria. Muchas personas han perdido la confianza en la Iglesia. Debemos tomarnos en serio esta tarea porque si las personas pierden la confianza en la Iglesia, tampoco tendrá credibilidad ninguna de sus obras ni su trabajo pastoral. Tenemos que ser coherentes con lo que predicamos, luchar contra la resistencia pasiva y actuar con decisión y sin titubeos.

Hablamos de una de las cuestiones más urgentes que afronta la Iglesia en la actualidad. En la Carta Apostólica en forma de Motu proprio sobre la protección de los menores y de las personas vulnerables del 26 de marzo de 2019, el papa Francisco estableció que “la protección de los menores y las personas vulnerables son parte integrante del mensaje evangélico de la Iglesia y todos sus miembros están llamados a difundirlo en el mundo”. Es decir, debemos volver al mensaje del Evangelio y reconocer que todos, cada persona bautizada, estamos llamados a esta misión de proteger a los menores y personas vulnerables. Y hay mucha gente que está comprometida con esto, mucha gente preparada y entregada, solo que se les debería dar más voz, deberían tener mayor apoyo y presencia.

Hay que trabajar en la prevención con valentía y compromiso. A su vez, tampoco podemos creer en la ilusión de que este mal desaparecerá por completo, porque nunca lo podremos erradicar del todo, pero sí podemos hacer mucho para reducirlo a través de una formación e información adecuadas.

¿En qué momento nos encontramos? ¿Avanzamos hacia la transparencia?

En general, se puede decir que se han dado pasos hacia la transparencia. Por una parte, tras la cumbre de febrero de 2019 se introdujeron varios cambios: las nuevas normas de Vos estis lux mundi, posteriormente la eliminación del secreto pontificio para los casos relacionados con los delitos de abusos sexuales a menores y adultos vulnerables y una mayor participación de los laicos en los procedimientos penales dentro de la Iglesia. Además, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó en julio de 2020 un Vademécum sobre algunas cuestiones procesales ante los casos de abuso sexual a menores cometidos por clérigos para ayudar a interpretar la legislación canónica y llevarla a acciones concretas.

Por otra parte, aunque se hayan dado estos pasos hacia la transparencia, queda mu-cho por hacer. Algunos líderes y fieles tienen miedo ante el desafío de admitir la realidad de los crímenes y de los encubrimientos en el seno de la Iglesia. Por eso deberíamos invertir esfuerzos y recursos para la formación y la prevención, que son muy importantes, para que no sea una tarea de unos cuantos expertos, sino de toda la comunidad eclesial.

También hay que dar más respuestas concretas en cuanto a los procesos de sanación y justicia a las víctimas. Acompañar a las personas que han sido abusadas y prevenir nuevos abusos es, o debería ser, parte integrante de la misión de la Iglesia y de sus representantes. Y no es algo puntual que se hace una vez y se tacha de la lista. Debe ser un compromiso a largo plazo sostenible en el tiempo.

¿Cree Hans Zollner que hemos pasado de la convicción teórica de «tolerancia cero» a las decisiones claras al respecto?

Es difícil responder a esta pregunta de forma global ya que en diferentes partes del mundo se siguen dando respuestas diferentes. La mayor parte de conferencias episcopales ya han comenzado a aplicar los acuerdos básicos de la cumbre de 2019. Existen países en los que aún niegan o encubren los abusos o donde no se ha hecho nada en absoluto, es el caso de países con graves crisis humanitarias o en situación de guerra. Luego hay Iglesias como la de Australia que está entre las más activas del mundo y cuenta con recursos en términos de presupuesto, personal, formación, campañas de sensibilización, etc.

Todavía falta la comprensión de que la atención a las víctimas y el compromiso de la prevención son parte integrante de la misión de la Iglesia. No es algo que se puede simplemente tachar de una lista de cosas que hacer.

Es evidente que los abusos sexuales en el contexto de la Iglesia Católica han supuesto un importante descrédito ante la sociedad, ¿Cree que la Iglesia recuperará autoridad moral si afronta decididamente estas situaciones?

La confianza se basa sobre la percepción de que una persona o institución hace lo que dice. Sin una respuesta sincera y coherente frente a esta crisis jamás se podrá recuperar. En muchos países las personas se están alejando de la Iglesia católica. Hay países en los que se ha producido lo que se conoce como “doble crisis”. Más allá del grave escándalo del abuso en sí, las personas se han sentido aún más decepcionadas por la respuesta de una Iglesia que se ha cerrado, que ha ocultado información y que no ha puesto en primer lugar a las víctimas.

Solo por poner ejemplos recientes, en Alemania o en Polonia el número de católicos ha descendido drásticamente debido a esto. Hay una falta de confianza muy grande por la manera en la que se han afrontado los casos de abuso. Recuperar esa confianza dependerá de las respuestas que demos hoy. No podemos volver a fallar. Tanto los obispos, como los sacerdotes, miembros de congregaciones religiosas y laicos tienen que estar involucrados en los procesos de reparación y sanación, asumir responsabilidades donde hayan ocurrido injusticias y desarrollar medidas de prevención. Solo así las personas sentirán a las instituciones de la Iglesia como un espacio seguro.

Una de sus insistencias más claras en sus artículos de nuestra revista, es la cualificación de los procesos formativos de las personas que un día tendrán responsabilidad en la pastoral ¿Tiene una percepción positiva al respecto? ¿Se están implantando medidas en las casas de formación, seminarios y universidades?

Desde que Juan Pablo II promulgó Pastores dabo vobis (1992) la Iglesia ha subrayado la importancia de procesos adecuados y estructurados de selección y formación de sacerdotes, seminaristas y candidatos a la vida religiosa. Desgraciadamente –y conozco muchos seminarios y casas de formación en todo el mundo– no se da la debida importancia a este área, lo que es muy lamentable porque después de la ordenación surgen preguntas sobre la vida afectiva y relacional y sobre la sexualidad que se deberían haber abordado durante la formación.

En el campo de la formación sobre la protección de menores y personas vulnerables en la Iglesia católica ha habido mucho progreso y en las directrices de la formación del clero (Ratio fundamentalis, n. 202) se insiste bastante sobre esto. Pero hacen falta más personas formadas y competentes en la materia que contribuyan a crear ambientes seguros trabajando en contacto con las instituciones, los niños y personas vulnerables y sus familias. Es necesario para que podamos responder a la llamada de nuestro Señor Jesús que quiere que los más pequeños e indefensos estén seguros en su Iglesia.

En este sentido, el Centre for Child Protection (CCP) que presido está comprometido con la formación de personas especializadas en el ámbito de la protección de los menores a través de su programa de E-learning, disponible en cinco idiomas, y de sus programas presenciales en Roma: un Diplomado semestral en inglés (que por primera vez este año, también se ofrece en español) y una Licencia en inglés de dos años.

Centrándonos en la vida consagrada, ¿cree que estamos respondiendo adecuadamente a la situación? ¿Qué debería incorporar toda congregación a su plan de acción de formación y misión?

En términos generales, una cosa que suele faltar en la respuesta a la situación es el ser verdaderamente conscientes de que se trata de una tarea de todos los miembros de la Iglesia. Es decir, forma parte integral e integrante de cada institución religiosa y de cualquier actividad de apostolado. Esto tiene que estar reflejado en cada plan de acción de formación y misión de cualquier congregación.

Toda congregación debe contar con protocolos claros de actuación en caso de abuso sexual en los que se ponga a las víctimas en primer lugar, escuchándolas y acompañándolas. Por otra parte, las congregaciones deberían integrar la formación en protección de menores desde las etapas tempranas, como el noviciado, y durante toda la formación utilizando distintas modalidades: clases, talleres, seminarios, retiros, etc. También la formación permanente de los miembros de la congregación debería incluir diferentes aspectos relacionados con la creación de ambientes seguros, por ejemplo, las relaciones justas y respetuosas, las reacciones en momentos de crisis o el crecimiento espiritual a la vez que se crece en autoridad y roles de responsabilidad. La formación es siempre necesaria y debe renovarse en el tiempo.

Un caso de abuso sexual a menores es, ciertamente, uno de los exponentes más claros del deterioro humano ¿Cómo abordarlo?

Es difícil responder en unas pocas líneas, pero las personas tienen que tomar consciencia de que los abusos ocurren, hablar de ello, estar informados sobre a quién pueden contactar para denunciarlos. Hay que escuchar de manera atenta y creer a la persona que se abre a hablar del abuso que ha sufrido o está sufriendo. La persona que escucha también debe estar abierta no solo en su mente, sino también en su corazón, a empatizar y comprender el profundo sufrimiento de la persona que habla de una experiencia tan difícil como esta. La persona que escucha, según su papel y sus competencias, deberá solicitar ayuda y contactar con expertos. Por eso, sería importante tener personas de contacto y referencia en las congregaciones.

Como congregación, se debe enfrentar el hecho con honestidad y transparencia, reconociendo el daño causado y comprometiéndose a trabajar para que estas situaciones no se repitan. Por una parte, estar disponibles para las víctimas y abiertos a colaborar con las autoridades civiles y eclesiásticas. Por otra parte, desarrollar planes de prevención y formación, haciendo que este trabajo sea evaluado por auditores externos e independientes que puedan certificar de manera objetiva si se está realizando un buen trabajo.

Desgraciadamente los abusos sexuales a menores están presentes en todas las sociedades y todas las culturas. Con todo, ¿observa alguna diferencia entre continentes que pueda señalar?

Sí, aunque la Iglesia sea universal, existen diferencias entre países y culturas. La Iglesia está presente, por ejemplo, en países tradicionalmente del confucianismo como Corea del Sur, y en países en los que no se habla tan abiertamente de sexualidad, como la India, con presencia mayoritaria del hinduismo. Está presente en miles de culturas del continente africano y en pueblos indígenas de países andinos. El encuentro de la fe cristiana con estas distintas realidades humanas se ve reflejado en diferentes aspectos, desde la celebración de la liturgia hasta cómo se actúa –o no– ante la difícil cuestión de los abusos sexuales a menores cometidos por el clero.

Yo he visitado más de 70 países y en todos los lugares no se tiene la misma visión sobre los abusos y su prevención. Esto incluye el modo de relacionarse, las emociones y cómo se expresan o se habla de ellas, cómo se vive o se habla de la sexualidad, etc. Cada país y sociedad tiene sus propias normas, sus propios sistemas legales a la hora de tratar los casos de abuso. Además, en muchas partes del mundo no se puede hablar de luchar contra el abuso sexual infantil sin abordar otro tipo de abusos muy graves que sufren los niños en relación con la guerra, la falta de recursos o la explotación.

Es importante tener en cuenta estos factores históricos, sociales, culturales y legales en el trabajo de prevención adaptado a cada realidad.

Los medios de comunicación generalmente se ensañan cuando un problema de este tipo se da en un contexto de Iglesia. Sin embargo no es la Iglesia (institución) donde más abusos se cometen (o han cometido). ¿Cómo contribuir como cristianos a buscar la verdad y la solución? ¿Nos podemos justificar diciendo que no somos los peores?

Un abuso es algo muy grave y las consecuencias sobre la víctima son devastadoras. Aunque la mayor parte de los abusos se cometan en el ámbito intrafamiliar, en el caso del abuso por parte de un miembro del clero se da también un abuso espiritual que hace que la persona se plantee incluso su propia relación con Dios. En este sentido, tenemos que asumir una responsabilidad particular y no deberíamos jamás señalar con el dedo a nadie ni a otras instituciones.

Compararse y justificarse o favorecer actitudes paternalistas no contribuye a buscar la verdad. Todos los cristianos, todos los bautizados como decía antes, somos responsables de nuestra Iglesia. Las acciones de nuestra comunidad eclesial deben ofrecer un verdadero testimonio del Evangelio. Proteger a los menores y a las personas vulnerables tiene que estar en el centro de nuestra misión como miembros de la Iglesia.

Finalmente, Hans, ¿Cómo proceder con los abusadores y abusadoras, además –lógicamente– de facilitar el cumplimiento de sus penas? ¿Es posible la reinserción?

En primer lugar, deben cumplir con las penas civiles y canónicas que les hayan sido impuestas. Además, en el contexto eclesial, hay que asegurar que estas personas no ejercen ninguna tarea que implique el trabajo con niños o personas vulnerables.

Para promover la prevención y que no vuelvan a cometer abusos, se deben seguir tres pasos. En primer lugar, el abusador o abusadora debe seguir una terapia adecuada y supervisada. En segundo lugar, se prestará atención a las condiciones de vida en su propio entorno, ya que éste puede influir en su comportamiento. En tercer lugar, hay que establecer un “plan de seguridad” con directrices e indicaciones claras de comportamiento que se compromete a seguir y que será más o menos estricto según cada caso.