Nada más despertarme, he sentido un impulso a escribir unas cuantas reflexiones sobre la necrosis de la esperanza en la vida religiosa europea. Me han sobrevenido como una pesadilla algunas preguntas inquietantes: ¿estaremos en una fase terminal? ¿se habrá cansado Jesús de buscar candidatos para la vida religiosa en Europa? ¿Estarán nuestros institutos siendo castigados por el Dios justo, mientras que a unos pocos los colma de sus dones vocacionales? ¿Seremos en la Iglesia europea un resto que tiene ya los días contados y con el cual no se puede contar para crear un futuro en Europa? Me he sentido inquieto y he tratado de calmar mi inquietud escribiendo lo que viene a continuación.
Una gran parte de la vida consagrada en Europa ha entrado en una fase terminal de esterilidad. La situación que se está viviendo me recuerda a mujeres bíblicas como Sara, la esposa de Abraham, o Isabel, la esposa de Zacarías. Llama la atención que esto suceda precisamente ahora.
En la vida religiosa europea se descubre el rostro venerable de la anciana que ha sido fiel y mantiene su alianza, que sigue creyendo y sirviendo hasta no poder más. Pero la casa se le está vaciando. Muchos y muchas se van despidiendo y aquí no hay relevo.
La vida religiosa europea encierra mucha riqueza espiritual amplitud de miras, capacidad de discernimiento. Lleva tras de sí muchas horas de estudio, oración, apostolado y servicio, vida comunitaria, encuentros. La agenda de la vida religiosa europea está muy llena. No es la indolencia, ni la pereza, aquello que la caracteriza. Y, sin embargo, la juventud europea no siente el imán de esa forma de vida y de servicio.
Los proyectos capitulares y quienes tratan de implementarlos, no dejan que las comunidades o los individuos se duerman. Por eso, los interpelan, les piden participación, compromiso, disponibilidad. Pero no consiguen que las comunidades sean lugar acogedor para los jóvenes, espacios donde ellos se sientan en casa.
Cuando la vida religiosa se encuentra a niveles supralocales, ella muestra un rostro feliz, confiado y se deja fácilmente entusiasmar. Donde le resulta más difícil mantener ese talante, es en el día a día de la comunidad local, en el estrecho ámbito de relaciones que allí se establece. Por eso, las comunidades locales son a veces taciturnas, tristes, excesivamente funcionales.
En la Iglesia europea, sin embargo, hay unos pocos puntos geográficos en los cuales la vida religiosa sigue interpelando a las nuevas generaciones y estas acuden, seducidas por su atractivo: esto sucede en la vida contemplativa, también en algunos institutos apostólicos. Hay grupos o comunidades que, al parecer, gozan de la bendición de Dios. A sus puertas llaman los jóvenes para adherirse a su proyecto. Y este hecho suscita una espontánea pregunta: ¿porqué aquí sí y allá no? En ese “allá” están la mayoría de nuestros institutos femeninos y masculinos. Mientras hay monasterios o provincias que piensan en la expansión, hay otros que piensan en la reducción,en la re-estructuración, en la simplificación. ¿Porqué aquí sí y allá no?, nos seguimos preguntando.
Ese fenómeno, en lugar de suscitar en nosotros envidia o reacciones de autoacusación, debe ser interpretado como una llamada a la esperanza. Lo que en otros lugares es posible, ¿porqué aquí no? El Dios que llama no es partidista, ni hace acepción de personas o institutos. No hay institutos elegidos e institutos rechazados -a los ojos del Dios fiel siempre a sus alianzas-. La mies está en sazón, los árboles producen frutos… pero faltan obreros que recojan los frutos de la mies. Desde hace tiempo se corre la voz equivocada de que ya no hay frutos. Pero ¡los hay!
Quizá la pastoral vocacional que nuestros Institutos -y la vida religiosa europea en general- han intentado llevar adelante en estos últimos años necesite una profunda remodelación. Nos hemos alistado en las Jornadas de la Juventud, hemos organizado no pocos encuentros. Las iniciativas han sido muchas. Pero ¿hemos dado con ese toque de sabiduría necesario para contrarrestar el influjo de la sociedad neo-liberal? ¿Hay “mística” en la pastoral vocacional y juvenil? ¿Aparece en ella la fascinación de Dios, el Espíritu de Pentecostés, el Jesús que cura y transforma? La vocación no es, ante todo, una llamada a trabajar, sino a sentir a Dios, a buscar apasionadamente a Dios y comprometerse después, en realizar su voluntad.
La remodelación de la pastoral vocacional debería contar, a mi modo de ver, con las siguientes características:
Tener fe en que nuestro Dios está llamado a no pocos jóvenes europeos a la vida religiosa: mujeres y varones. Percibo desde hace un tiempo cómo la falta de esperanza “teologal” en que los ‘jóvenes europeos de hoy” puedan sentir la llamada a la vida religiosa ha ido creciendo entre nosotros. Nos resignamos a ello como si de un dogma se tratase. La pastoral vocacional se ha ido diluyendo. No nos atrevemos a encarar a un joven con la vocación a la vida consagrada o religiosa. No osamos ofrecerle la propuesta del carisma, la misión, el estilo de vida de nuestro Instituto. Incluso hay zonas geográficas de la vida religiosa europea en las cuales se ha desistido de realizar encuentros vocacionales, acompañamiento personal, búsqueda de nuevos candidatos. En el rostro de no pocos religiosos y religiosas se percibe un notable escepticismo al respecto. ¡Y ese escepticismo es muy preocupante, especialmente cuando se encuentra en las generaciones más jóvenes! La falta de esperanza en las posibilidades de la juventud europea nos está matando.
Recuperar la ilusión por mi propia vocación y su encanto. ¿Cómo va a sentir entusiasmo por un reflorecimiento vocacional quien está siempre criticando a sus superiores, quien muestra una notable desafección a la vida comunitaria, quien se queja de la monotonía de los actos comunitarios -incluso de oración-, quien ha convertido la misión en mero trabajo y el trabajo en agobio constante? La llamada vocacional comienza en mí. Cuando disfruto con la oración, cuando comparto con mis hermanas o hermanos la Palabra de Dios, cuando gozo en la mesa comunitaria, cuando me reúno distendidamente esperando ser iluminado por mis hermanos o hermanas y también poderles ofrecer mi luz, cuando la misión envuelve mi vida como una gran pasión, cuando la mística llama a mi puerta… entonces Jesús está llamando a nuevas discípulas y discípulos en mi.
Pasar de la esperanza inactiva, a la esperanza activa. Ante la falta de vocaciones, hay que pasar de la lamentación a la acción, de la resignación a la innovación. No vaya a ser que nuestro Dios nos esté concediendo esas vocaciones y nadie esté dispuesto a acompañarlas, ni a entusiasmarlas, ni a ofrecerles lo mejor de nuestros carismas. Hay que salir a la búsqueda de la vocación perdida, porque el Hijo del Hombre no ha venido a llamar a justos, sino a pecadores. Hay que tener iniciativas para que no se pierda lo que el Abbá nos está concediendo. Necesitamos un nuevo “marketing”, ofrecer el nuevo rostro de la vida consagrada que el Espíritu nos está concediendo. Hemos de mostrarnos disponibles para acompañar, para iniciar, para proteger, para entusiasmar. No debe haber ninguna provincia o congregación sin un serio proyecto de pastoral vocacional específica a la vida religiosa. Si una provincia ha renunciado a ello, es como el enfermo de pulmón que rechaza la respiración asistida, o el cardíaco que renuncia al marcapasos… Es cuestión de vida o muerte. No solo de cara al futuro. También de cara al presente.
No se trata de presentar la vida religiosa “bajo mínimos”, ni tampoco “con el listón muy alto”, sino de contar sus historias sorprendentes para entender la sorpresa de su historia. Hay que presentar, antes que un instituto, el sorprendente camino de la vida religiosa milenaria. Uno se adhiere a esa gran tradición, siempre antigua y siempre nueva. En mi “Teología de la Vida Religiosa” (BAC, Madrid) propongo en la primera parte un relato de la historia de la vida religiosa con una no disimulada intención vocacional: para presentar la vida religiosa en toda su riqueza, en sus mejores proyectos. Solo en ese contexto se entiende adecuadamente la vocación a un instituto singular. Por eso, necesitamos ‘storytellers”, es decir, de narradores que nos cuenten las historias de la vida religiosa, para que hoy podamos seguir narrándola en Europa, con las nuevas generaciones europeas.
En este día de la vida consagrada, quiera el Espíritu Santo concedernos aquello que concedió a Simeón y Ana en el Templo de Jerusalén: ver el futuro de Dios en la vida que nace, que se abre a la aventura de su destino, de su vocación. Es el tiempo de los ancianos que profetizan, de las ancianas que seducen y muestran a Jesús, de los jóvenes que como Juan el Bautista orientan hacia Jesús a los que buscan alternativas. Es hora de recuperar el encanto de nuestra vocación, también en Europa… porque hay entre nosotros, en nuestros pueblos, familias, personas, mucha gracia de Dios, mucha más fe de la que nos imaginamos… y en nuestros niños y jóvenes… mucha presencia del Espíritu.