HABLAMOS DE REESTRUCTURACIÓN…

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Queremos decir revitalización. Y reconocemos que después de un tiempo largo, no sólo las personas, también las estructuras se han agotado. Queremos que, en verdad, sea un tiempo nuevo y no siempre lo logramos. El problema está en querer conservar odres que ya hoy no pueden dar cabida al vino nuevo. Hay muchos signos y presencias que no se entienden. Hay también estilos y estructuras de misión que responden a un ayer social y eclesial que hoy no existe. Empiezan a hablar un número significativo de autores diciendo que la verdadera reestructuración de la vida religiosa es una conversión llevada a sus extremos. Un giro significativo hacia la debilidad que comience expresándose por estructuras y organigramas más débiles y comprensibles, cuidando una estética de la frugalidad que nos haga no sólo dialogantes sino posibles para las sociedades donde debemos estar.

Cuando el cambio consiste en resituar las fronteras, cambiar nombres y límites jurídicos, erección de coordinadoras, secretariados y comisiones hay que reconocer que, aun siendo la intención loable, las consecuencias son dramáticas en una población cada día más cansada y envejecida. Ha cristalizado una etapa nueva, es la del decrecimiento y significatividad. Se impone una vuelta a los orígenes en aquellos aspectos que no han caducado y tienen vigencia. Hay dos pasos incuestionables que, antes o después, todas las instituciones tienen que afrontar. El primero es recuperar a la persona y que vuelva al Espíritu, y el segundo, que esa vuelta esté encaminada hacia una comunidad significativa, fraterna y pobre.

 

Desde ahí, podemos, efectivamente, atrevernos a evaluar, reducir o ampliar presencias. Si no se recrea la comunidad como centro de misión, las decisiones tomadas tienen una fecha de caducidad muy corta, las fuerzas de las personas muy limitadas y garantizada la pura acción personal. Todo indica que hay un ciclo que se ha cubierto y la apertura al nuevo no puede llegar por el puro agotamiento, sino por el convencimiento personal de un camino que es comunitario.

Me parecen muy oportunos los cinco caminos que esboza Vicente Vide para la nueva evangelización en su obra Comunicar la fe en la ciudad secular (2013). Creo que esos cinco caminos son también los que tiene que transitar la vida religiosa si quiere ser en el siglo XXI.

“El primer camino es la búsqueda del sentido de la vida; el segundo la belleza, umbral del misterio; el tercero, a Dios por la ciencia; el cuarto la espiritualidad, sendero de trascendencia y el quinto¸el testimonio y la caridad”. Son cinco caminos imprescindibles que, en realidad es uno: Dios.

El religioso del siglo XXI puede centrar su vida en Aquel que le dio sentido, superando, en palabras del Papa, la tentación del funcionariado. Puede, también, recrear la propuesta de seguimiento cuidando la belleza en lo que celebra y vive, superando así, la mediocridad y el “todo vale”. Tiene opción de abrirse a la formación interdisciplinar porque ha descubierto que es imposible conocer a Dios, sin el conocimiento y el amor al mundo en el que Él se manifiesta. Puede transformar los caminos de actividad, voluntarismo y consumo, en misión en el que las comunidades sean auténticas “escuelas de espiritualidad”y, en ellas, los religiosos y religiosas maestros del Espíritu para nuestro tiempo, y, finalmente, puede experimentar un doble éxodo, sociológico y económico, viviendo un viaje (sin retorno) hacia la periferia, la inmigración, la interculturalidad… hacia la calle. Intuyo que la ansiada reestructuración, que nos llene de vida, transita por esos cinco caminos.