Es casi una frase hecha. Frecuente y fácilmente asumible por todos. Al menos entre los religiosos es casi una cantinela: “es que tenemos poco personal”. Sin embargo, cuando vamos al fondo del asunto, caben algunas ambigüedades.
Quizá tengamos poco personal para seguir ideas o proyectos que queriendo ser interpretación de lo que necesitamos en este momento, no lo sean tanto y sólo respondan a la idea más fuerte, más jaleada o al proyecto que aglutina un grupo. Ahí, hay una parte de “personal” que efectivamente no se apunta, pero que está.
Quizá nos queramos referir a que falta gente para atender las posiciones de antaño. Seguir y cuidar una red de inmuebles que respondieron en su tiempo a una red apostólica intensa, pero que hoy supone una gravísima dificultad para poder ser atendidos debidamente.
Tal vez, afirmemos que hay poco personal, para asumir determinados papeles secundarios de misión. Solemos quejarnos de falta de personal, aquellos que ya nos hemos guardado los papeles protagonistas de la obra.
Incluso, pudiera ocurrir que “falte personal”porque activamente estemos renunciando a algunas personas que por sus ideas, trayectoria o posiciones nos parezcan desestabilizadoras, excesivamente novedosas o incluso claras. Vamos, ¡gente que no se calla! Ciertamente esta es la parte más grave y ambigua de la supuesta falta de personal.
No me parece, por tanto, que la afirmación resuelta de la falta de personal responda a la verdad. Más bien creo que nos falta visión para integrar, situar, persuadir y amar a las personas y así lograr que la vida religiosa crezca en comunión y verdad. Lo que hace falta en nuestra misión no es «personal», sino personas que pongan entre paréntesis aspiraciones y motivaciones muy privadas y estériles en favor de la misión. Sigue dándose, entre los que se quejan de la falta de personal, que muchos de sus hermanos o hermanas, les sobran. Hay desgraciadamente, gente sin visión, que prefieren la muerte, antes que arriesgarse en la pluralidad.