Guiños

0
29

El amor de Dios a su Iglesia nos ha dado un nuevo papa.

Su nombre de familia es Robert Francis Prevost Martínez: de nacimiento, estadounidense; de nacionalidad, estadounidense y peruano; de raíces, francesas y españolas; de profesión religiosa, agustino; de historia personal, profesor, formador, pastor, superior general de su Orden, obispo,  prefecto del Dicasterio para los Obispos…

Su nombre de papa es León XIV.

Todos esperamos con el corazón en los ojos verlo aparecer en el balcón de la basílica de San Pedro; todos escudriñamos desde los ojos y el corazón su rostro, sus manos, sus gestos, intentado adivinar lo que va a ser, lo que nos va a ofrecer… E intentamos no perder ninguna de las palabras que nos dijo…

Eran palabras del papa León, eran de su puño y letra… pero, mientras las escuchábamos, a la memoria subían pensamientos y palabras del papa Francisco. Oímos repetida  la palabra “paz”; nos sonó familiar la palabra “puente”; una y otra vez se asomó al balcón el substantivo “misión” y el adjetivo “misionero, misionera” –nombre y adjetivo con sabor a “Iglesia en salida”-; y oímos también la palabra “sinodalidad”, horizonte de destino de una Iglesia viva en un mundo que, cuanto más alejado de ella parece, tanto más de ella necesita…

Todo es del papa León, todo habla de lo que él lleva en el corazón, pero no se puede evitar la impresión de que, al mismo tiempo, esas palabras son guiños de complicidad con lo que llevaba en el corazón el papa Francisco.

Y todavía me queda otro “guiño”, éste seguramente fantasioso, pero no necesariamente irreal: y es que, el amigo del alma del hermano Francisco de Asís era el hermano León.

Bienvenido, papa León. Bienvenido, hermano León.