Máximo Huerta en su magnífica novela Adiós, pequeño (2022) tiene expresiones redondas sobre la sal de la vida. Todo el libro es, en realidad, un canto a la vida… esperada, sostenida, recordada, soñada y perdida. En un momento dado está hablando de la comida con su madre. La madre le dice que lo que sobre queda “para el día siguiente”. A raíz de esa respuesta, el autor se pregunta: “¿Se puede hacer lo mismo con los besos? ¿Se guardan para el día siguiente? ¿Y con el amor?”.
A raíz de ahí es inevitable preguntarnos cómo y en qué sostenemos nuestra vida juntos. ¿No estaremos sencillamente reviviendo lo que hemos guardado? ¿Estará teniendo vida algo que, no se puede “guardar”, como el amor?
La vida comunitaria o es una expresión de amor real o no es. Guardar para el día siguiente recuerdos para sostener el tedio ante la actualidad convierte el presente en absurdo. El presente, para serlo, necesita el hoy, con un amor vivido, sentido y padecido también hoy; con respuestas de hoy, preocupaciones de hoy y verdades de hoy.
Hay demasiadas vidas entre los consagrados y en la Iglesia, en general, sostenidas únicamente en el recuerdo, viviendo por y para el pasado… Se convierten sus protagonistas en “habitantes de paso”, que jamás llegarán a creer que este presente y este mundo es también lugar del Espíritu, de la verdad y, por supuesto, del amor. Cuando recluimos la fe en el pasado, la convertimos en “pieza de museo” (algo para contemplar, pero no para vivir).
No, el amor no se guarda en la “panera” de un día para otro. Necesita la actualidad del presente, la frescura del día y la urgencia del momento para ser real. Ahí es donde se inscribe el poder de la Alianza, que tiene vigencia de presente, es actual y urgente para este hoy. Esa complicidad del Espíritu con nuestro momento impulsa el amor y las mejores respuestas evangélicas capaces de evocar, conmover y transformar.
Una comunidad que viva la actualidad de la Alianza hará memoria, sin duda. Será una memoria “deuteronómica” que es la que nos lleva a celebrar el “siempre” de Dios en la historia. Pero también en nuestro hoy. Es una memoria de Alianza que actualiza el amor, lo hace posible y visible. Lo hace real. Esa memoria deuteronómica, que no es simple recuerdo del ayer, sino fuerza para el porvenir, nos muestra que solo el amor de verdad nos hace hermanos o hermanas y es también la esencia de lo que llamamos consagración.
Por eso. Por tantas cosas. No guardemos el amor para mañana… porque ya no será amor. Será solo nostalgia. Y la nostalgia es la impotencia ante la carencia de lo que no se tiene. Y ya nunca se va a tener.