«Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo…»
Lo mismo que las mujeres, escuchamos hoy el mismo anuncio: “Ha resucitado, no está aquí. Mirad el sitio donde le pusieron” y estamos convocados a hacer lo que ellas hicieron – convertirse en fugitivas- y escapar de tumbas tan vacías como estas:
La tumba de la inocencia perdida, aquella dulce ignorancia que nos protegía en aquel tiempo añorado de la “normalidad”, cuando vivíamos ajenos a la realidad de que éramos tan vulnerables y nuestra especie estaba tan amenazada; cuando dábamos por supuesto que se nos iba a impedir reunirnos, abrazarnos o marcharnos a la segunda vivienda; cuando imaginábamos que los viejecitos estaban cuidados y a salvo en sus residencias; cuando la mascarilla de los chinos nos parecía una costumbre exótica suya, lo mismo que comer pangolín que, gracias a Dios, aquí no tenemos; cuando nos parecía que lo del IMV era para los pobladores de la Cañada Real, pobrecillos; cuando pensábamos que de la precariedad de los temporeros y de su hacinamiento, ya se ocupaban las inspecciones de trabajo; cuando al oír “colas del hambre” pensábamos que era una serie distópica de Netflix.
Se nos han caído muchas vendas de los ojos y tiritamos a la intemperie, pero la lucidez es mejor que el engaño y con la verdad viene la libertad, como dicen que decía Jesús.
La tumba de los Desalentados sin fronteras, ese depósito de tinta de calamar que vamos expandiendo a diestro y siniestro mientras avanzamos como los zombies de The Walking dead: “lo dije desde el principio: nadie aprenderá nada de la crisis”, “ya es tarde para frenar el cambio climático”, “no hay solución para tanto desastre”, “¿Fratelli tutti? Pura utopía”, “¿qué te apuestas a que va a llegar la cuarta ola?”, “dicen que para las nuevas cepas del virus no sirve la vacuna…”
La tumba del solo “devote”. Cuesta ponerlo en relación con las tumbas porque, de entrada, es una alegría el auge de la adoración eucarística, escuchar de nuevo el “Adorote devote” y ver a gente joven de rodillas y en silencio ante la custodia. Pero precisamente por ser algo precioso hay que salvarlo de derivas peligrosas: que el “adorote” se quede solo en el “devote; que algunos celebrantes compitan en ver quién resiste más tiempo en la elevación; que el movimiento de adoración y de mirar a Jesús, no nos encienda el deseo urgente de vivir como él una vida “ex-puesta”; que su Presencia, tan accesible y disponible en la simplicidad del pan, no nos contagie su pasión por el derecho de cada ser humano a comer y a vivir; que no se prolongue en forma de conciencia inquieta por las desigualdades pavorosas acentuadas por la pandemia; que se convierta en una burbuja insonorizada al viento del Espíritu y nos asfixiemos con el humo del incienso.
Son tumbas “de rabiosa actualidad” y hay que escapar de ellas a toda prisa dejando, eso sí, los sudarios cuidadosamente doblados.
Leamos hasta el final el evangelio de Marcos porque ahí se hace posible la coincidencia entre la condición de mujeres fugitivas con la de discípulos convocados.
Y como alegría extra, una fantástica propina de este año al Notición de Pascua: se ha levantado el corte perimetral y podemos viajar libremente a Galilea.