FUGITIVAS (Y FUGITIVOS)

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    «Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo…»

  (Dolores Aleixandre, rscj). El final del evangelio según Marcos es así de abrupto. No acaba como los otros con apariciones del Resucitado, envío  de los Doce o  palabras de consuelo y debió resultar tan chocante para las primeras comunidades,  que le añadieron un final menos desconcertante. Sin embargo, bajo la cáscara amarga del final primitivo, esas mujeres fugitivas son una almendra a saborear: habían  acudido siguiendo la costumbre de lo conveniente y adecuado, pero nada sucedió como esperaban: por mucho que madrugaron, ya el sol se les había anticipado; se preguntaban cómo iban a mover la piedra y la piedra estaba ya corrida; llevaban perfumes para embalsamar un cadáver, pero el lugar estaba vacío;  buscaban a un crucificado y  les anunciaron a un Viviente. Nadie acogió los perfumes de sus manos: se los cambiaron por una misión confiada a sus voces, hasta entonces silenciadas. El lugar cerrado se había convertido en un espacio abierto  que debían abandonar y no volver a rondar nunca más: era en Galilea donde él iba a preceder a los suyos. En lugar de un cuerpo, habían recibido una palabra, ya no podían seguir estando en los lugares que antes frecuentaban. Estaban enfrentadas a un acontecimiento inesperado e inaudito que sobrepasaba todas sus capacidades. Por eso reaccionaron con estupor y sobrecogimiento, lo mismo que Pedro, Santiago y Juan cuando Jesús se transfiguró en el monte ante ellos; lo mismo que los discípulos después de la tormenta en el lago, o los que vieron en pie a la hija de Jairo.

Lo mismo que las mujeres, escuchamos hoy el mismo anuncio: “Ha resucitado, no está aquí. Mirad el sitio donde le pusieron” y estamos convocados a hacer lo que ellas hicieron – convertirse en fugitivas-  y escapar de tumbas tan vacías como estas:

La tumba de la inocencia perdida, aquella dulce ignorancia que nos protegía en aquel tiempo añorado de la “normalidad”,  cuando vivíamos ajenos a la realidad de que éramos tan vulnerables y nuestra especie estaba tan amenazada;  cuando dábamos por supuesto que se nos iba a impedir reunirnos, abrazarnos o marcharnos a la segunda vivienda; cuando imaginábamos que los viejecitos estaban cuidados y a salvo en sus residencias; cuando la mascarilla de los chinos nos parecía una costumbre exótica suya, lo mismo que comer pangolín que, gracias a Dios, aquí no tenemos; cuando nos parecía que lo del IMV era para los pobladores de la Cañada Real, pobrecillos; cuando pensábamos que de la precariedad de los temporeros y de su hacinamiento, ya se ocupaban las inspecciones de trabajo; cuando al oír “colas del hambre” pensábamos que era una serie distópica de Netflix.

Se nos han caído muchas vendas de los ojos y tiritamos a la intemperie, pero la lucidez es mejor que el engaño y con  la verdad viene la libertad, como dicen que decía Jesús.

La tumba de los Desalentados sin fronteras, ese depósito de tinta de calamar que vamos expandiendo a diestro y siniestro mientras avanzamos como los zombies de The Walking dead: “lo dije desde el principio: nadie aprenderá nada de la crisis”, “ya es tarde para frenar el cambio climático”, “no hay solución para tanto desastre”, “¿Fratelli tutti? Pura utopía”, “¿qué te apuestas a que va a llegar la cuarta ola?”, “dicen que para las nuevas cepas del virus no sirve la vacuna…”

La tumba del solo “devote”.  Cuesta ponerlo en relación con las tumbas porque, de entrada, es una alegría el auge  de la adoración eucarística,  escuchar de nuevo el “Adorote devote” y ver a gente joven de rodillas y en silencio ante la custodia. Pero precisamente por ser algo precioso hay que salvarlo de derivas peligrosas: que el “adorote”  se quede solo en el “devote; que algunos celebrantes compitan en ver quién resiste más tiempo en la elevación;  que el movimiento de adoración y de mirar a Jesús, no nos encienda el deseo urgente de vivir como él una vida “ex-puesta”; que  su Presencia, tan accesible  y disponible en la simplicidad  del pan, no nos contagie su pasión por el derecho de cada ser humano a comer y a vivir;  que no se prolongue en forma de conciencia inquieta por  las desigualdades pavorosas acentuadas por la pandemia; que se convierta en una burbuja insonorizada al viento del Espíritu y nos asfixiemos con  el humo del incienso.

Son tumbas “de rabiosa actualidad” y hay que escapar de ellas a toda prisa dejando, eso sí,   los sudarios cuidadosamente doblados.

Leamos hasta el final el evangelio de Marcos porque ahí se hace posible la coincidencia entre la condición de  mujeres fugitivas con la de  discípulos convocados.

Y como alegría extra,  una fantástica propina de este año al Notición de Pascua: se ha levantado el corte perimetral y podemos viajar libremente a Galilea.