Patricia Ynestroza- Ciudad del Vaticano
Francisco y el neocardenal Aquilino Bocos están unidos por algo más que una amistad personal. Han compartido muchas batallas en defensa de una misma visión sobre la vida religiosa y de una eclesiología de comunión donde predomina la participación, la comunión, el diálogo.
Aquilino Bocos seguirá viviendo con la comunidad claretiana de Buen Suceso de Madrid, y continuará reflexionando y escribiendo sobre la vida religiosa, al margen de los encargos que el Papa le pueda ir encargando. «Hay que apoyarle», dice el padre Aquilino en entrevista al Semanario católico español, Alfa y Omega.
El semanario español recuerda que el cardenalato es uno de los pocos servicios que a Aquilino Bocos le faltaba por prestar a la Iglesia, incansable misionero que calcula haber visitado «unos 80 países». Como experiencias particularmente intensas, siendo superior general de los misioneros claretianos, recuerda sus viajes a Timor Oriental en plena guerra o a los suburbios de Abiyán (Costa de Marfil).
Una vida al servicio de la Iglesia
Desde 1991 fue miembro de la Unión de Superiores Generales, y durante diez años Juan Pablo II le mantuvo como miembro de la Congregación de Religiosos. Su aportación a la vida religiosa española se extendió a la Iglesia universal en un momento –recuerda– en el que se debatía en Roma sobre la pertinencia o no de un Sínodo sobre la vida consagrada «porque había una gran crisis, y algunos decían que no convenía entrar en una dinámica que no sabíamos dónde nos llevaría». Sin embargo, el padre Aquilino creía que había llegado el momento de «abordar el tema de las relaciones obispos-religiosos, que el Concilio había dejado a un lado, para aplazar este tema conflictivo».
Fue su maestro, el claretiano Arturo Tabera, quien había reactivado el debate, al ser nombrado por Pablo VI en 1973, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Continuó el proceso el cardenal argentino Eduardo Pironio, quien después se hizo cargo del entonces Consejo Pontificio de Laicos, extendiendo esa «eclesiología de comunión orgánica» a toda la Iglesia. En conjunto, se celebraron finalmente cuatro Sínodos decisivos dedicados a la figura de los religiosos, de los laicos, de los sacerdotes y de los obispos.
El encargado de recoger las conclusiones de este último, en 2001, fue Jorge Mario Bergoglio, con quien el padre Aquillino había pasado largas horas de conversación desde el Sínodo de la vida consagrada del año ‘94. «Había mucha sintonía. Yo me encontraba muy a gusto cada vez que nos encontrábamos», recuerda. Bergoglio fue también la persona que recogió el testimonio de Pironio en el CELAM, que en Medellín y Puebla aplicó esa misma eclesiología de comunión al ámbito de América Latina. El proceso lo culmina el arzobispo de Buenos Aires en Aparecida. Con su elección a la Cátedra de Pedro en 2013, esa pasó a ser una de las hojas de ruta del actual pontificado.
La familia claretiana, se lee en el semanario, está de fiesta porque otro de sus hijos ha sido llamado a formar parte del colegio de los cardenales. El padre Aquilino Bocos siempre ha sido un hombre de mirada católica y universal. Su cardenalato pertenece a toda la Iglesia y, especialmente, a esa pequeña parte del «santo pueblo fiel de Dios» que es la vida consagrada.
Según el semanario Alfa y Omega, decir Aquilino Bocos es hablar de la vida consagrada posconciliar. Su nombramiento es también un mensaje. Miles de personas consagradas en todo el mundo así lo han captado. Con el nombramiento de su antiguo y querido amigo Aquilino, el Papa Francisco ha tenido un gesto elocuente para con esa esforzada vida consagrada posconciliar, tantas veces incomprendida, que se empeñó en llevar la renovación conciliar adelante, aceptando sus orientaciones hasta sus últimas consecuencias, sin perder nunca la esperanza.