Francisco ¿suceso o proceso?

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Hace unos días, el grupo de profesionales cristianos jóvenes que acompaño, nos reuníamos durante el fin de semana para trabajar sobre nuestros proyectos de vida y de acción. Uno de los miembros contaba cómo, hace unos meses, se había independizado de casa y había alquilado un apartamento para ir conquistando su propio lugar de referencia domiciliario, personal, relacional, etc. Pero todavía vive mucho en casa de su familia, casi más que en su propio apartamento. Ante las interpelaciones de unos y otros, defendía que él quería vivir este gesto no como un suceso sino como un proceso. No en cascada, sino con la tranquilidad y la serenidad de ir haciendo, sin heridas ni brusquedades, un cambio realizador y positivo de su persona. Traigo esto a colación de una pregunta que me planteaban sobre el papa Francisco y el cambio que estaba trayendo a la Iglesia, que si estaba llegando a las bases eclesiales, diócesis, parroquias, movimientos…

Considero que hay que distinguir dos niveles en este caminar del Papa Francisco y su ministerio, los gestos y el proceso. Normalmente lo que se da a conocer y se plantea como novedoso son los sucesos, las anécdotas, lo que rompe y llama la atención. Los medios y muchos seguidores ponen todas sus fuerzas en estos elementos, que sacados de contexto y del proceso programático de fondo, no dejan de ser simples «sucesos»; los cuales siendo llamativos pierden su verdadera significatividad, aunque se quiera presentar la anécdota como categoría. En este lugar se sitúan aquellos que buscan el espectáculo tanto en los medios de comunicación, como los «empapados» que ponen como fundamento una persona y sus características –de todos los papas los ha habido-, y también aquellos que quieren ridiculizar y aprovechan los «sucesos» para descalificarlo con cierta ironía incluso dentro de los espacios eclesiales.

Otra cosa es el proceso que se está generando con los planteamientos de fondo que el papa Francisco está intentado transmitir y perfilar en la Iglesia católica junto a muchísimos cristianos que así lo deseamos y esperamos, desde cardenales, pasando por obispos y sacerdotes, religiosos, así como una multitud incontable de laicos cristianos por todas las partes del mundo. Ahí está el espíritu del Concilio Vaticano II, la línea programática de la «Evangelii Nutiandi», el documento más reciente de «Aparecida», y esa señal que está siendo la «Evangelium Gaudium». Considero que este documento si está calando en la entrañas de la Iglesia, lo está haciendo no como un «suceso» aislado, sino como un proceso que enraíza en el deseo de una Iglesia que se entiende a sí misma como sacramento de la unidad de los hombres entre sí y de éstos con Dios, que quiere estar en el mundo amando y no condenando la realidad. Se trata de una apuesta por volver a revivir la llamada del Espíritu a las Iglesias como nos referencia el Apocalipsis. Esto sí está calando en los espacios en que yo me muevo como sacerdote tanto en el espacio del presbiterio, en los movimientos de acción católica, en la parroquia, y en la misma secularidad de la universidad, tanto en creyentes como en no creyentes.