Uno de los temas que creo que aún nos cuesta gestionar es el servicio de autoridad. La teoría sobre cómo se debería vivir la dominamos. En nuestro auxilio vienen un montón de documentos, propios y eclesiales, en los que se habla de lavatorio de pies, de responsabilidad, de cuidado mutuo, de autoridad moral… pero algo nos falla en la práctica. Algo sucede cuando, en el día a día, muchas de esos tropiezos que hacen difícil la existencia tienen que ver con cómo se vive el ser responsable de una comunidad y a cómo nos relacionamos con la autoridad.
Tengo la intuición de que algo cambiaría, en este tema y en otros muchos, si tomáramos conciencia de que somos personas frágiles entre otras también muy frágiles. Que todas cargamos heridas, historias sin resolver y buscamos hacer camino existencial y creyente. Así quizá aceptaríamos mejor nuestras limitaciones y las ajenas, nos dejaríamos ayudar más y nos sostendríamos mutuamente en nuestra debilidad. Desde esa vulnerabilidad compartida ¿no sería más fácil este servicio… y cualquier otro?