FLORACIONES INÉDITAS

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Una de las veces que fui al pueblo con mi madre nada más llegar  me condujo  al patio para mostrarme lo que consideraba un pequeño milagro. Hacía unos años había comprado una maceta porque le gustaban las vetas que tenía en sus hojas; con el tiempo la trasplantó y se había hecho muy alta. Hasta ahí todo normal. Pero lo que la tenía arrebatada es que ahora, después de más de doce años, por ¡primera vez! habían asomado unas tímidas florecillas rosadas en lo alto que ya estaban brotado en tres hojas, y me decía mientras las tocaba con delicadeza: “En tantos años nunca he sabido que escondía flores y ahora en su vejez las ha mostrado”. Me hizo caer en la cuenta que así nos pasa también con las personas: cuando llevamos un tiempo de convivencia creemos que ya han dado todo lo que pueden dar, que ya las conocemos, que no pueden sorprendernos… y la visión de esas pequeñas flores acontecidas después de tantos años me dio que pensar. Los cuidados de mi madre las hicieron emerger y así hace Dios con nosotros, conoce la floración que guarda nuestra vida hasta el final y pacientemente la espera.

A veces nos sentimos con energía baja para afrontar las tareas y retos del nuevo curso, quisiéramos vernos libres de  aquellos pesos que no nos dejan andarlo con ligereza: los desánimos, la impotencia ante situaciones enquistadas…y aunque anhelamos provocar florecimientos propios y ajenos, nos puede lo que arrastramos y va cristalizando en nosotros en forma de hábitos y dinámicas que nos intoxican, que no favorecen la circulación de la savia, y de las que no sabemos cómo escapar. Me evocó lo que  Christian Bobin recoge en su hermoso libro, Resucitar, acerca de una mujer que piensa que todo lo que hace es incompleto, malo, fallido. “Querría que se le concediera una segunda vida, como un buen papel en blanco en donde poder pasar a limpio la primera, quitarle todas las manchas y todos los borrones. No se da cuenta de que la vida de verdad es la versión a sucio”. Yo también me he sentido así en algunos momentos, necesitando otra hoja en blanco, una segunda vida. Nos lleva tiempo descubrir que la que Dios ama es esta “versión a sucio” que nos duele, con todos sus borrones. Es a esta, y no a otra, a la que aguardan floraciones inéditas.