Feliz camino con Cristo Jesús

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Nos ponemos en camino con Cristo Jesús hacia la celebración anual de su Pascua, de nuestra Pascua con él, de nuestro paso con él desde la muerte a la vida.

Ese camino sólo existe para la fe: no lo abrimos nosotros; no somos nosotros quienes escogemos el modo de recorrerlo; no somos nosotros quienes señalamos la meta a donde lleva.

En ese camino, todo es de Dios. A nosotros sólo se nos pedirá fe para recorrerlo.

Hoy, en el misterio de ese itinerario pascual entramos de la mano del salmista, y lo hacemos suplicando: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”.

Si pedimos: “enséñame”, “instrúyeme”, no es para saber sobre Dios, tampoco para saber de nosotros mismos. Si decimos: “enséñame”, “instrúyeme”, no es para presumir de conocimientos sino para caminar como creyentes, para “caminar con lealtad”, “con rectitud”, para seguir “el camino de Dios”.

Los que decimos: “enséñame”, “instrúyeme”, somos la comunidad convocada para la eucaristía, una comunidad de pobres en busca de lealtad, una comunidad de pecadores en busca de gracia, una comunidad de humildes en busca de rectitud.

Y aquel a quien decimos: “enséñame”, “instrúyeme”, es el “Dios de mi salvación” –“mi Dios y Salvador”-, y, en nuestra oración, recordamos “su misericordia y lealtad”, “su ternura”, “su bondad”, “su rectitud”…

Pero no olvidamos tampoco que, en ese itinerario de fe para ir a Dios, con nosotros camina también Jesús. Él con nosotros, nosotros con él, decimos al Padre: “Enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad”. Y en nuestro interior la fe susurra que Jesús mismo es el camino que lleva al Padre, la senda que el Padre nos muestra, el sacramento de su misericordia, de su ternura, de su lealtad, de su bondad, de su rectitud, de su amor.

En nuestra oración, con el salmista y con Jesús, decimos: “Acuérdate de mí, Señor”. Y la fe trae a la memoria la oración de un experto en hacer camino hacia la Pascua con Jesús. Fíjate de dónde sale ese experto que está crucificado al lado del Camino: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Y fíjate a dónde llega en aquel mismo instante: “En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Vemos que aquí no hay saber sino correr, no hay información sino salvación.

Hoy somos nosotros los que desde nuestro punto de salida decimos: “Acuérdate de mí, con misericordia, por tu bondad, Señor”. Y éste es el punto de llegada del camino en el que entramos –te lo dice la fe-: la vida con Cristo resucitado, la vida en Cristo resucitado, la vida con Cristo en su reino.

La comunidad eucarística dice: “Acuérdate de mí, con misericordia, por tu bondad, Señor”, y la fe recuerda el compromiso de Dios nosotros: “Pongo mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra”.

La comunidad dice: “Acuérdate de mí, Señor”, y la fe recuerda: “Está cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”. Y es como si dijera: Está cerca el Hijo de Dios, está cerca la efusión de su Espíritu, está cerca el amor con que Dios nos ama, está cerca Jesús, está cerca la señal del pacto de Dios con la humanidad entera, está cerca el cuerpo de “su misericordia y lealtad”, de “su ternura”, de “su bondad”, de “su rectitud”…

Ahora, en comunión con Cristo Jesús, en camino hacia la Pascua, volvemos a entonar nuestro canto de asombro: “Tus sendas, Señor, son todas misericordia y lealtad”. Feliz camino con Cristo Jesús.