Feliz “Aquí-estoy”
La fe, más que un Credo aceptado, es una confianza ofrecida, una disponibilidad otorgada, una declaración de amor. Y eso significa que la vida de un creyente ha de ser un aprendizaje continuo de la fe. Día a día, en la escuela de Cristo Jesús, aprendemos a otorgar confianza al Padre del cielo, aprendemos a escuchar su palabra y llevarla a la práctica, aprendemos a hacer nuestra la declaración de amor del Hijo que entra en el mundo, aprendemos a amar como él: “aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
María de Nazaret, la mujer creyente, lo dijo a su manera: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
“Aquí estoy” –dice Jesús-, y baja de Dios al hombre, de la riqueza a la pobreza, de la eternidad al tiempo, de la vida a la muerte. Él dice: “Aquí estoy”, y acepta la fatiga y el llanto, el hambre y la sed, el pesebre y la cruz…Él dice: “Aquí estoy”, para ser de todos, servir a todos, amar a todos…
La mujer creyente lo dijo así: “Aquí está la esclava del Señor”, y eso era decir sí a ser madre de Jesús y de todos, a guardar en el corazón lo que la mente no alcanzaba a comprender, a dejar que la vida se le fuera al pie de una cruz, a dejar que una espada le atravesara el corazón.
La Iglesia aprende a decir: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”; y, en la Iglesia, lo aprendemos cada uno de sus hijos; y ése es nuestro modo cotidiano de decir, con Jesús y con María: “Aquí estoy”, “hágase”.
Ese “aquí estoy” de Jesús, lo mismo que el “hágase” de María, son condición necesaria para que haya Navidad, y a los pobres se les anuncie la alegría del nacimiento de un Salvador. Feliz “Aquí estoy”, feliz “Hágase”, que han hecho posible una feliz Navidad.
Pero el corazón va diciendo a gritos que, para nosotros, tampoco habrá Navidad si nos falta la fe.
Sólo la fe puede hacer verdaderas las palabras de nuestra oración: “Pastor de Israel, escucha… ven a salvarnos… ven a visitar tu viña… danos vida, para que invoquemos tu nombre”.
Sólo la fe puede intuir que se dicen hoy para nosotros las palabras de Jesús: “Aquí estoy”. Y que ésa es su respuesta a nuestra oración: “Ven a salvarnos… ven a visitar tu viña”…
Y sólo la fe intuye dichas hoy para nosotros las palabras de María de Nazaret: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”, pues en esas palabras la fe te reconoce aceptado como hijo por aquella madre, abrazado como hijo, amado como hijo.
Sólo la fe puede hacer que las entrañas se estremezcan de alegría, porque a nuestra vida se ha acercado el Señor. Sólo la fe permite que esperemos la Navidad, y la celebremos con gozo, y llenemos nuestra vida con la alegría y la paz que en la fragilidad de un recién nacido nos ofrece nuestro Dios. Sólo la fe hará posible el asombro agradecido ante la grandeza del misterio de Dios: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” ¿Quién soy yo para vivir una Navidad?
Sólo la fe hace inevitable y verdadera la fiesta.
Hoy, en la eucaristía, dicho para el Padre del cielo, y dicho también para todos los hambrientos y sedientos de justicia y de Dios, escucharemos el “Aquí estoy”, de Cristo Jesús, y el “Hágase”, de la Virgen María, y, escuchando y comulgando, acogeremos al que viene a visitar su viña, al que viene a darnos su vida.
A todos los pobres que esperan la Navidad: Feliz “Aquí-estoy”.