¡FELICIDAD!

0
2098

¿Dónde está? Se vende cara. No hay demasiada gente feliz. Ni siquiera en la casa de Dios. ¡Cuántas lamentaciones! ¡Cuántas quejas! ¡Cuántos miedos, temores y culpas y escrúpulos de conciencia!

Sonrisas de cortesía, o de evasión, no faltan. Pero ¿con qué nos encontramos cada uno de nosotros cuando entramos en la soledad, en nuestra soledad? ¿Somos felices?

Es falso pensar que aquí en la tierra alguien pueda ser totalmente feliz, a no ser por inconsciencia. Pero sí que podemos asentar a la felicidad en diversos territorios de nuestra alma. Por eso, me permito dar cuatro consejos para ello.

Primero: Déjate seducir por aquello que está cerca de ti y en algún momento llama tu atención: un árbol, un animal, un paisaje, una música, un espacio, un tiempo. ¡Domestícalo! ¡Introdúcelo como un regalo en tu casa, en la casa de tu vida! Tu relación con esa realidad irá enriqueciéndose poco a poco. Te inspirará. Darás nombre a tus sensaciones. Feliz es quien vive integrado, quien se siente ciudadano de la gran biocenosis (comunidad de vivientes) a la que pertenece.

Segundo: No te acostumbres a las personas. Déjate sorprender por ellas. Renuncia a clasificarlas, a reducirlas a un esquema fijo. Espera descubrir en cada una de ellas lo que hasta ahora nunca habías visto. Es posible. ¡No solo eso! Es lo que cabe esperar del misterio que constituye a la persona. Te sorprenderás. Descubrirás que los años no pasan en vano. Revivirán tus relaciones. Feliz es quien sabe establecer muchas relaciones, quien sabe introducirse en la red, y cuanto más enredado, más vitalizado se siente. La felicidad de quien se sitúa en su plano, en su piso superior, es únicamente aparente. Al final se acaba en la más amarga soledad.

Tercero: Descubre a Dios. Invéntalo (in-venire!). O mejor, deja que Él te in-vente. Él es -¡y permíteme esta pobre imagen!- como el autobús que viene buscando pasajeros. No hay que correr tras de él, sino esperar en la parada el momento de la venida. Hay que estar atento, para que no pase de largo. Por eso, te decía: ¡déjate inventar (in-venir)! Si lo es cada persona, ¡cuánto más inclasificable no es Dios! Ten seguro que su rostro es enormemente cambiante: es belleza siempre antigua y ¡siempre nueva! Es triste aquella relación con Dios que solo se basa en la costumbre, en la repetición obsesiva de ritos, en los mismos gestos, las mismas palabras, el mismo aburrimiento. No te alarmes de que Dios llegue a tu vida de formas sorprendentes, poco convencionales, extremadamente nuevas. ¡Así es su infinita Majestad! Hoy no lo encuentras como ayer. Ni mañana lo encontrarás como hoy. Si no cambia para ti es un ídolo. Un ídolo aburrido. Lo que te hará feliz no será la oración, como acto obstinado y repetitivo, sino la relación creadora y enamorada. Déjate enamorar por Dios, por su infinita Novedad. Él lo pretende de mil formas. ¿No te dirige diariamente su Palabra? ¿No te entrega el cuerpo de su Hijo? ¿No te dice que te ama, que confíes, que no temas? ¿No llega a ti en acontecimientos que ni esperabas, en personas que te recuerdan lo más cálido de su ser, lo más bello de su apariencia, lo más creador de su estilo?

Cuarto: Pon tu futuro en manos de Dios. Es la tierra de la zarza incandescente, donde se plantan las flores que nunca mueren. En Dios florece tu futuro más añorado, y desaparece tu futuro más temido. Dios es tu cielo y no tu infierno. Es la mejor noticia saber que estamos -pre-destinados- (Karl Barth). Pon en sus manos todo aquello que deseas íntimamente que tenga futuro. Él es el futuro de todos tus sueños, la respuesta mejor a tus oraciones, el cumplimiento de esa profecía puesta en tu corazón que son tus más profundos deseos. ¡Él es el futuro! Y por eso, ¡confía!, ¡no temas! Disfruta anticipadamente de cielo.

Ser feliz es vivir reconciliado con la realidad. Es feliz quien no pide peras al olmo. Quien descubre que tiene todo lo justo y nada le falta. Es feliz quien no desea cosas que exceden su capacidad. Es feliz quien entra en relación y hace de cada relación un elemento de su mundo, de su casa. Quien dignifica cada relación y la hace poética y bella. Quien encuentra en Dios su solidez, su consuelo.