Hoy a algunos les gusta creer que la resurrección es algo meramente espiritual. Que la carne y los huesos, lo palpable, lo de aquí abajo, no tiene nada que ver con esta realidad.
Los discípulos tienen miedo del Resucitado que les anuncia la paz en medio de la comunidad, creen que es un fantasma. Y Jesús les dice que palpen su carne, que perciban sus huesos, que vean sus llagas de cruz y de apasionamiento, que le den de comer del pez asado cotidiano.
Que lo reconozcan como aquel que caminaba con ellos, con el compartían sonrisas y Reino, el del pesebre y de las bienaventuranzas. El carpintero con las virutas en su túnica. Hermano entre hermanos, tan de aquí que abre el cielo para que no sea un mero allá inalcanzable.
Jesús cotidiano de resurrección de carne, no solo de espíritu. Tan de aquí y tan de allá que ya deja rotas todas las fronteras: sagrado-profano, judío-griego, esclavo-libre, hombre-mujer. El que une contrarios haciéndolos comprensibles el uno para el otro, creando fraternidad en lugar de competitividad, paz en lugar de violencia
Resurrección que come pescados cotidianos, que es tan de aquí, tan de carpintero…